miércoles, 13 de octubre de 2010

Vargas Llosa, el premio esperado

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(Artículo publicado el 12 de octubre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)






Una noche de San Juan de hace unos años, no sé cuántos, me tropecé con Mario Vargas Llosa en las inmediaciones de la Plaza de San Juan. Probablemente fue en una de las ocasiones en que el escritor peruano había venido a Murcia para asistir a la entrega de los premios literarios de novela que llevan su nombre y que puso en marcha el incansable Victorino Polo. No me voy a tirar el pegote de que lo saludé, y nos paramos, y estuvimos hablando largo y tendido de la actualidad literaria hispana, porque no sería verdad. Nos quedamos mirando al escritor, que iba acompañado de dos o tres mujeres jóvenes y guapas y él, al darse cuenta de que el grupo del que yo formaba parte lo había reconocido, con esa enorme, deslumbrante y rejuvenecedora sonrisa latinoamericana, nos saludó haciendo un gesto con la cabeza y siguió su camino. Y hasta ahí llegó el encuentro.


En muchas ocasiones me he cruzado con gente más o menos famosa, a la que he hecho el caso propio de mi condicón de persona común que se asombra de que aquéllos a quienes conoce por el papel de las revistas o por su imagen televisada sean finalmente personas de carne y hueso que andan, viajan, sonríen o beben y comen exactamente igual que tú y en los mismos lugares. De ellos piensa uno que están igual que en las fotos, o más jóvenes o más viejos, que son más bajitos y, generalmente, que están más delgados, pues ya se sabe que la tele engorda. Pero lo que pensé en aquel momento de Mario Vargas Llosa no fue nada de eso, sino que era inexplicable que el autor de La ciudad y los perros y Pantaleón y las visitadoras no hubiera recibido aún el Premio Nobel de Literatura, cuando ya tenía por aquel entonces casi todos los galardones literarios posibles, incluidos el Cervantes y el Príncipe de Asturias de la Letras, amén de ser doctor honoris causa por un montón de universidades de Europa, Asia y América. La respuesta no había que buscarla entonces en su literatura, ni siquiera en su pertenencia al mundo de las letras hispanas, sino en su condición política de liberal de derechas en un entorno intelectual en el que lo que se estilaba era ser precisamente todo lo contrario, de izquierdas y socializante, cuando no revolucionario.


Si Mario Vargas Llosa, en lugar de ir correctamente vestido con una americana sport, una albísima camisa y pañuelo al cuello, hubiera ido ataviado con un terno de pana y una camisa de cuadros leñadores, si en lugar de ir correctamente peinado hubiera estado coronado por una greña encrespada con alguna rasta colgando, o si en lugar de ir acompañado de dos o tres guapas e impecables señoras o señoritas, lo hubiera estado de dos monjiles militantes del Partido Comunista (siempre he dicho que los extremos se tocan), es decir, si en lugar de parecer y ser de derechas, hubiera parecido, aunque sólo fuera parecido, ser de izquierdas, seguramente en aquel tiempo me habría cruzado con un Premio Nobel de Literatura.


No fue así y hoy me tengo que esperar a que venga de nuevo a Murcia, seguramente de la mano de Victorino Polo, para poder cruzarme en la calle, no digo ya saludar o ser saludado o, quién pudiera, cruzar unas pocas palabras, con Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura.


Que así sea.

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