martes, 5 de octubre de 2010

Los Picapìedra

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(Artículo publicado el 5 de octubre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



El pasado día 30 de septiembre, esto es, el Día Después de la exitosa huelga general convocada por nuestros cavernícolas sindicatos de clase, una serie televisiva de dibujos animados cumplió cincuenta años. Estrenada en Estados Unidos el 30 de septiembre de 1960, la saga de Los Picapiedra (The Flintstones, en inglés) reflejaba las vivencias cotidianas de las familias norteamericanas de clase media, ingeniosamente trasladadas a la edad de piedra: la vivienda troglodita ajardinada con helechos y palmeras paleolíticas, naturalmente; el coche familiar era un troncomóvil, con tracción a los cuatro pies; la fábrica en la que trabajaban Pedro Picapiedra y Pablo Mármol era, cómo no, una floreciente cantera dirigida por el señor Rajuela, y la excavadora pilotada por Pedro era un enorme dinosaurio que extraía las rocas con los dientes; como su nombre indica, los piedrólares eran billetes de banco de piedra y, los aviones, enormes pterodáctilos que levantaban el vuelo desde el aeródromo de Piedradura; el servicio de bomberos contaba con el agua almacenada en la trompa de un mamut para apagar los incendios y el cuernófono, la costilla de brontosaurio en el auto cine, y los diferentes animalillos que sustituían a los electrodomésticos habituales de un hogar medio norteamericano, eran otros rasgos distintivos de los hogares de Wilma Picapiedra y de Betty Mármol, las sufridas esposas coprotagonistas de la serie.


La serie gozó de gran popularidad, no sólo en Estados Unidos, sino en todos los países en los que fue emitida. Si bien la vida de la clase media española en poco o nada se asemejaba en aquel entonces a la de su homóloga norteamericana, no es menos cierto que éste era justamente el modelo sociofamiliar al que quería parecerse y al que finalmente se asimiló. Todos los chavales soñaban con tener el día de mañana un chalet con jardín como el de Pedro Picapiedra, un trocomóvil como el de Pedro, una barbacoa como la de Pedro, con jugar al boliche los fines de semana como Pedro, con pertenecer a un club de viejos amigos como Pedro y con una esposa modelo Doris Day como Wilma Ábremelapuerta.


Hubo otra serie llamada Los Supersónicos que, siguiendo el mismo patrón, trasladaba las vicisitudes de otra familia media norteamericana al futuro lleno de naves siderales y de robots domésticos. Pero tal vez porque era reiterativa o porque a los españoles de boina y botijo nos pillaba más cerca la Edad de Piedra que la Era Espacial, lo cierto es que la que alcanzó el éxito en España fue la prehistórica familia Picapiedra.


En estos días de tribulación económica en los que nos ha sumido la crisis, cuando el fantasma de la regresión se materializa, sería justo y necesario que las televisiones todas, públicas y privadas, nacionales y autonómicas, decentes e indecentes, repusieran la serie de Los Picapiedras. No les quepa duda de que, de las aventuras de Pedro y Pablo, sacaríamos muchas ideas para afrontar las dificultades económicas que nos acogotan. Por ejemplo, los piedrólares, que duran mucho más que los billetes de papel. O las chuletas de brontosaurio, que con una sola se alimenta a toda la familia durante varias semanas. O, ya que no tenemos centrales nucleares gracias a la vista de águila del Gran Ilusionista, retomaríamos el uso de la energía animal en lugar de la eléctrica, que ha subido un tercio en los últimos meses: el buey rojo, el mulo y el asno, nuestros viejos animales de compañía. Para mover el coche sin necesidad de gasolina, bastaría con hacer un agujero en el suelo del auto y zapatear con los pinreles como hacía Pedro Picapiedra: zapa-zapa-zap-zap-zap-zapatap. Para divertirnos en forma barata y saludable, nada como los bolos huertanos, el equivalente al boliche de Picapiedra. Y así sucesivamente.


Además, todo ello tendría dos ventajas adicionales: una que nuestros sindicatos de clase se encontrarían como en casa en la Edad de Piedra. Otra, que al no llevar zapatos (recuerden los pies desnudos de Los Picapiedra), no necesitaríamos a Zapatero.


Y esto último, sí que no tiene precio.

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