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Quien habla se equivoca y, si habla mucho, se equivoca mucho. Y si escribe, se equivoca por escrito y no le queda más remedio que desdecirse por el mismo medio, que es lo que voy a hacer yo ahora mismo. En mi artículo anterior daba a entender que el fútbol estaba propiciando un uso frívolo de la bandera española en ausencia de usos más respetuosos con nuestra historia y nuestras instituciones. Acertaba en lo del uso frívolo pero, al mismo tiempo, me equivocaba de medio a medio. Me dí cuenta de ello cuando, después de la victoria en semifinales, el diario oficial del madridismo rampante abrió edición al día siguiente con un ¡Visca España! en honor del autor del testarazo, el capitán del Barcelona y defensa central de la selección española Carles Puyol. Si el muy españolista diario AS usaba el catalán para felicitar a España, me dije, quién era yo para criticar el uso frívolo y futbolero de la bandera si el fútbol producía estos efectos. Por una vez en la historia de España, pensé, la bandera no había simbolizado la seriedad vestida de luto de una victoria o una derrota empapada en sangre roja, ni tampoco el triunfo de una idea sobre otra, o la exclusión de un español hacia otro. Por una vez, noté, la bandera no había sido sudario de nadie, sino que se había parecido más a la camiseta sudada por el esfuerzo deportivo de un español, de un sevillano, de un leridano o de uno de Fuenlabrada.
El domingo, un par de horas antes de la final, cuando me dirigía a casa abriéndome paso a manotadas entre el bochornazo veraniego, fui encontrando grupos de jóvenes y no tan jóvenes, envueltos en la bandera española, pintadas sus caras con los colores de la bandera española, familias completas ataviadas con la camiseta roja de la selección. Cientos de balcones lucían la bandera. Los coches que circulaban por
Cuando llegué a casa para ver el partido con mi familia fui al armario de mi despacho. Allí, entre otras muchas cosas, encontré una cinta con la bandera española, recuerdo de alguna inauguración oficial. También tenía guardada una barrita de pintura roja, amarilla y roja y una caja con algunos petardos que sobraron de una Nochevieja pasada. Antes, al pasar por un chino, había comprado un par de banderitas pequeñas y otra grande. Unas cervezas y unas fantas de naranja, unas tapitas, las banderas, los colores, la camiseta roja de mi hija Pepa y la televisión. Y dio comienzo el partido.
Luego vino el sueño cumplido de varias generaciones de españoles. España, campeona del mundo. El gol de Zarra cedió definitivamente su sitio en nuestra memoria al gol de Iniesta. El primer abrazo tras la victoria, el del capitán del Real Madrid, el madrileño Casillas, al capitán del Barcelona, el catalán Puyol. Otro símbolo. Mientras, miles de personas celebraban el triunfo de España en
La gigantesca bandera española de
Y con toda la razón.
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1 comentario:
Nos hemos sentido orgullosos como nunca. Y sobre todo unidos, una normalización del patriotismo, la bandera se ha lucido como símbolo integrador, y también en Cataluña y País Vasco, que falta hace. Aunque no sin reservas para algunos. Esperemos, que de la alegría no pasemos a la monotonía con el Debate que hoy nos toca.
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