martes, 23 de marzo de 2010

Lo escribió Chesterton

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(Artículo publicado el 23 de marzo de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Sigue molestando a los de siempre que alguien escriba y aún que opine favorablemente de la Iglesia Católica. Si además ese alguien que escribe o que opina se proclama católico, es decir, que habla de lo que siente y escribe de lo que piensa, entonces la cuestión se transforma en una especie de guerra santa. Y si escribe además que los católicos defienden la vida desde su concepción, que rechazan por tanto la liberalización del aborto y que matar a un ser humano indefenso (que eso es más o menos la alevosía) es un asesinato, entonces algún conjurado de lo Políticamente Correcto se siente compelido a echar mano del kalashnikov y cargar contra las filas reaccionarias, como en los viejos tiempos. Precisamente es de esos viejos tiempos de lo que quiero escribir hoy.

En un  libro que reune varios ensayos de Chesterton bajo el título Por qué soy católico, he encontrado un sugerente artículo que escribió el ilustre y gordo pensador a propósito de los sucesos acaecidos en España entre las elecciones de 1933 y la fracasada revolución socialista de octubre de 1934. El artículo se titulaba El caso de España. Nadie en su sano juicio podrá afirmar que Chesterton no haya sido uno de los más audaces e inteligentes defensores de la libertad y de la democracia, con la misma audacia y con la misma inteligencia, por cierto, con la que defendió la religión católica, lo que en el caso de España vino a ser una misma cosa. Se trata del testimonio de un hombre libre antes que de un liberal, y de un católico revolucionario antes que de un conservador escéptico. De aquellos sucesos Chesterton escribió lo siguiente:

En una elección totalmente pacífica y legal, como cualquier elección inglesa, una vasta mayoría votó en distintos grados a favor de las verdades tradicionales, que habían sido las ideas normales en la nación durante más de mil años. España habló, si se puede decir que las elecciones hablan, y se declaró en contra del comunismo y del ateísmo, en contra de la negación que ha asolado la normalidad de nuestro tiempo. Nadie pudo decir que esta mayoría había sido alcanzada por la violencia militar, porque nadie pretendió que una minoría armada se impusiera sobre el Estado. Si la teoría liberal de las mayorías parlamentarias era justa, el resultado era justo (…) Pero entonces los socialistas saltaron e hicieron exactamente aquello por lo cual se condenaba al fascismo. Usaron bombas, cañones y violencia para impedir que se cumpliera la voluntad del pueblo o, al menos, la del Parlamento. Habiendo perdido con las reglas de juego de la democracia, trataron de ganar usando las reglas de la guerra, en este caso la guerra civil. Intentaron derrocar al Parlamento mediante un golpe de estado militar”.

La reacción del liberalismo político británico supuso una amarga decepción para Chesterton. “Imaginen ustedes cuál fue mi asombro cuando vi que los liberales se lamentaban del infortunado fracaso de esos socialistoides fascistas en su intento de revertir el resultado de unas eleciones generales (…) La única conclusión es que el liberalismo sólo se opone a los militares cuando son fascistas y aprueba enteramente a los fascistas mientras sean socialistas”.

No es de extrañar que, ante ello, Chesterton sentenciara que en el mundo moderno “no hay fascistas, no hay socialistas, no hay liberales, no hay parlamentaristas. Existe una única institución suprema, inspiradora y a la vez irritante en el mudo. Y ellos son sus enemigos. Están preparados para defender la violencia u oponerse a la violencia, para luchar por la libertad o contra la libertad, por la representación o contra la representación. Y hasta por la paz o contra la paz. Este caso me dio una certeza enteramente nueva, incluso en el sentido político práctico: mi elección había sido buena”.

Chesterton había elegido ser católico.


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