martes, 7 de abril de 2015

Las víctimas





Escribía ayer Matías Vallés en estas mismas páginas del diario La Opinión de Murcia un artículo titulado Matanzas no islamistas en el que afirmaba que “las víctimas no están para distinciones”. No es cierto. El bien jurídico lesionado en todas ellas es el mismo, la vida, pero los motivos, los medios y las circunstancias son diferentes en cada caso y, por ello, las víctimas también lo son. Son diferentes hasta el punto de que la situación de indefensión de la víctima transforma el simple homicidio en asesinato. Un homicidio provocado en una reyerta, esto es, en una pelea multitudinaria en donde la pasión y las navajas salen a relucir, es moral y jurídicamente distinto de la ejecución fría y premeditada en la que el uso de medios ante los que no existe posibilidad alguna de defensa, como el veneno o el armamento militar usado contra la población civil, la transforma en asesinato alevoso. Las circunstancias que concurren en un homicidio alteran la posición jurídica del agresor y de la víctima de modo que, en un homicidio producido en legítima defensa, dicha circunstancia exculpa al homicida y torna a la víctima en culpable. Es por ello que la violencia gratuita, es decir aquélla en la que no existe causa aparente o cuya causa la integramos demasiado fácilmente en eso que llamamos terrorismo, provoca en general una condena unánime. Las víctimas de una matanza indiscriminada son, por así decirlo, más víctimas. Luego están las matanzas sistemáticas.
La matanza ocurrida hace unos días en la universidad keniata de Garissa ha sido una matanza sistemática y, sin embargo, no ha sido una matanza étnica, ni de clases, ni tribal, ni indiscriminada. Tampoco ha sido únicamente una matanza terrorista. Ha sido una matanza selectiva de cristianos a manos de islamistas, una más de las muchas que se están sucediendo de continuo en los países islámicos, en un proceso calculado sólo comparable a las viejas persecuciones de los primeros cristianos o, más recientemente, al asesinato masivo y programado de judíos a manos del nazismo y al asesinato de millones de camboyanos ocurrido bajo el régimen de terror de los Jemeres Rojos. Hablo de crímenes contra la humanidad. Ante ello, Occidente se ha horrorizado, pero poco. Y es que se trata de negros africanos, de otra gente, que vive lejos de nosotros, y a cuyas muertes además nos han ido acostumbrando. A ello, no es ajeno que el eco mediático de estas matanzas sea siempre el de una noticia menor, apenas unos pocos renglones en la página dieciséis de los periódicos. No son franceses, ni rubios, ni los han matado por blasfemar contra Alá. Los están matando únicamente por ser cristianos, por no saber de memoria una sura del Corán. Por nada más.
Finalizadas las celebraciones de Semana Santa, tan hermosas y llenas sin duda de fervor, deberíamos preguntarnos si realmente somos cristianos como ellos, que están dando la vida por su fe. Y si la respuesta es que sí, que somos como ellos y ellos como nosotros, deberíamos hacer algo más que apenarnos y rezar, si es que lo hacemos. Los cristianos de Occidente apenas dedicamos a estas noticias unos segundos de horror, horror sincero seguramente, pero unos segundos tan sólo y luego pasamos a otra cosa. Mientras tanto, consentimos que nuestros gobiernos, a cambio de unos cuantos barriles de petróleo, chalaneen con países que alimentan el odio a los cristianos y el radicalismo islámico, o aceptamos impertérritos que unos cuantos cretinos se deslumbren con lo que ridículamente bautizaron como la "primavera árabe", que no era más que una sucesión de sangrientas revoluciones islámicas de corte radical. Miren el mapa del norte y centro de África, de Oriente Medio y de Asia. En muchos de esos países los cristianos son perseguidos y, en algunos de ellos, hasta la muerte y el exterminio.
¿Cuántas voces de las habituales se han alzado en solidaridad con los cristianos perseguidos y asesinados?
Una cosa más. Han sido asesinados estudiantes universitarios ¿Dónde están las universidades españolas, ésas que se solidarizan casi con todo, de las que no se ha escuchado un solo pronunciamiento? ¿Dónde están los universitarios españoles? ¿Dónde las manifestaciones y las muestras de apoyo a los universitarios de Kenia? ¿Es que la modesta universidad de Garissa, de poco más de ochocientos alumnos, no merece ni una palabra, ni una línea, ni un solo pronunciamiento por parte de las poderosas y democráticas universidades españolas? ¿Cerradas por vacaciones?
             Para nuestra vergüenza.

             (Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 7 de abril de 2015)
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