martes, 13 de enero de 2015

Liberté, Égalité, Fraternité



Artículo publicado el 13 de enero de 2014 en La Opinión de Murcia



     Los atentados yihadistas de París han movilizado al mundo en defensa de la libertad de expresión al considerar que era éste y no otro el derecho fundamental contra el que habían sido dirigidos. La frase “Je suis Charlie”, en referencia al semanario satírico francés Charlie Hebdo, cuyos principales responsables fueron salvajemente asesinados en el principal de los atentados terroristas, inundó las redes sociales. Si con ello se quiere decir que se condena sin paliativos el atentado, pues sí, todos somos Charlie Hedbo. Pero si lo que se quiere decir es que con el “Je suis Charlie” ya está todo dicho, pues no, no está todo dicho. Es lo que tienen los eslóganes, que su simpleza no admite matices, pero la vida, señores míos, está llena de matices, de grises y de claroscuros.

     Hay quienes han suscrito la frase “Je ne sui pas Charlie”, no porque no condenen el atentado, sino porque no se identifican con el modo de usar la libertad de expresión de los autores del semanario, caracterizado por sus viñetas escandalosamente ofensivas para los sentimientos religiosos en general y los musulmanes en particular. Yo no me he adherido a ninguna de ellas porque, al condenar firmemente los atentados y estar al mismo tiempo en desacuerdo con la vejación de los creencias religiosas, hubiere debido suscribir ambas con el penoso resultado que en psiquiatría se denomina transtorno de identidad disociativo. Lo que sí escribí en alguna red social es que no se trataba de un ataque contra la libertad de expresión únicamente, sino de un atentado contra la Libertad, escrita así, con mayúscula: contra la Libertad de escribir, de dibujar, de pensar, de ser cristiano o judío, de casarte con la persona a quien amas, de cambiar de pareja, de ser homosexual, de ser mujer, de no llevar burka, de conducir un coche siendo mujer, de llevar vaqueros, de beber vino, y de tantos otros usos que damos a la Libertad en Occidente. Es la Libertad, imbéciles, escribí, pero me quedé corto. No sólo era la libertad el objeto de los ataques terroristas, sino la vida misma tal y como la concebimos en Occidente.

     Hago un paréntesis para recordar que, si bien el atentado contra la revista Charlie Hebdo asumió todo el protagonismo, hubo más atentados en París y fueron asesinadas más personas que no eran periodistas. Una policía francesa resultó muerta a tiros esa misma mañana. Otro policía, éste de origen árabe y de religión musulmana, fue abatido y rematado a tiros en el suelo ante la sede del semanario francés. Al día siguiente, cuatro rehenes, probablemente judíos, fueron asesinados en un supermercado parisino de productos kosher, es decir, de alimentos adecuados a las normas de la religión hebraica.

     Esa misma semana, más de dos mil personas eran asesinadas en el norte de Nigeria a manos de la guerrilla yihadista denominada Boko Haram, que significa “la educación occidental es pecado” en idioma hausa, los mismos que hace tan sólo dos días usaron a tres niñas de diez años vestidas con chalecos cargados de explosivos para perpetrar los atentados que causaron una veintena más de víctimas en el mercado de Maiduguri y en el enclave cristiano de la ciudad nigeriana de Kano. Casi todos los días algún cristiano es asesinado por los integristas islámicos en algún lugar del mundo. Aún hoy, continúa esperando que la ejecuten en un carcel de Pakistán la cristiana Asia Bibi, condenada a muerte hace cuatro años por blasfemar contra el Islam.

     No, no sólo la libertad de expresión ha sido dañada por el terror islámico, ni siquiera la libertad misma. Además de la Liberté, también la Égalite y la Fraternité han sido víctimas del yihadismo. Y es que no ha habido igualdad en la condena de unos y de otros atentados, tal vez porque en unos los muertos eran europeos mientras que, en otros, eran africanos; o porque en uno eran periodistas y en otros eran simples polícias, o judíos, o cristianos. No, no ha habido Égalité en el recuerdo solidario de las víctimas. También la Fraternité, por seguir con el lema oficial de la República Francesa, ha sido violentada por los terroristas islámicos que únicamente se consideran hermanos de quienes comulgan con sus objetivos de muerte. Ni siquiera los propios musulmanes son sus hermanos, a no ser que acepten y practiquen la Sharía.

     Junto a “Je suis Charlie”, pues, hubieran sido necesarios media docena más de eslóganes gestados en las fecundas redes sociales, proclamados por los medios de comunicación y exhibidos en las pancartas oficiales de la manifestaciones, eslóganes como “Je suis Policier”, “Je suis Juif”, “Je suis Chrétien”, “Je suis Africain” o “Je suis Asia Bibi”, pero no los ha habido. Aunque tal vez no hubieran sido necesarios si, ante un ideario de muerte como el del terrorismo, se hubiera convenido en un lema que los comprende a todos: “Je suis la Vie”, pues es el valor supremo de la vida, de nuestra vida, con todos sus derechos y libertades, el objetivo último.

     Alguien enunció ese mismo lema hace dos mil años con palabras llenas de esperanza: “Je suis la Résurreccion et la Vie”.
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