martes, 23 de septiembre de 2014

Haggis o butifarra

(Artículo publicado el 23 de septiembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)



             Escocia ha dicho que quiere seguir formando parte del Reino Unido, lo que me parece muy bien pues les ahorra un montón de quebraderos de cabeza y, sin embargo, Escocia sigue siendo Escocia, es decir, algo muy distinto de la pérfida y odiada Inglaterra. Jamás se te ocurra confundir a un japonés con un chino o a un escocés con un inglés. Claro que el Reino Unido es algo más que Inglaterra y Escocia: es la suma de ambos junto con Gales e Irlanda del Norte.

                Si usted pasea por las calles de Edimburgo comprobará varias cosas, en apariencia contradictorias. La primera de ellas es que la Union Jack, la bandera del Reino Unido, ondea orgullosa en el lugar más alto de todos los edificios oficiales escoceses, incluidos naturalmente los  pubs y los bancos, siempre escoltada por la enseña blanquiazul de la propia Escocia. La segunda es que los taxis no son diferentes de los del resto del Reino Unido, los famosos Austin cabs, en los que holgadamente cabe una familia completa con cochecito de bebé incluido y sin plegar. La tercera es que, si echa usted mano al bolsillo y saca un par de billetes de una libra para pagar la pinta de cerveza que acaba de pedir, se encontrará con que probablemente uno de los billetes haya sido expedido por el Banco de Inglaterra y el otro por el Banco de Escocia. En cuarto lugar, continuando con el paseo, podrá usted admirar los magníficos, muy británicos y muy enmohecidos monumentos levantados a sus héroes nacionales: desde la aguja gótica victoriana dedicada a Sir Walter Scott, que preside Princess Street, al templete neoclásico que se alza en Calton Hill a la memoria del filósofo Dugald Stewart o el edificio memorial dedicado a los escoceses que cayeron en la Primera Guerra Mundial que se encuentra ubicado en el recinto del Castle, todos ellos héroes de Escocia y, al mismo tiempo, glorias del Reino Unido.

En quinto lugar, se apercibirá sin duda de que la falda escocesa que visten los hombres tan a menudo, el tradicional kilt, no es un disfraz sino un atuendo tradicional que usan muy seriamente en las grandes solemnidades y en las fiestas familiares. Con viento de cara podrá cerciorarse además de que, en efecto, no llevan nada debajo. Comprobará también mi querido paseante que, a diferencia de lo que ocurre en Londres, en Edimburgo podrá entenderse a la perfección con su trabucado spanglish, que es más o menos lo que hablamos la mayoría de los españoles tras toda una vida dedicada al estudio de la lengua de Shakespeare. Y que ello se debe además, no a que haya mejorado su acento con la ingestión de un buen whisky, que puede que sí, sino a la natural afabilidad celta de los escoceses que suplen nuestras lagunas lingüísticas con una sonrisa y un acogedor O, lovely.  Pero no se confíe, si los escoceses deciden hablarle en ese lenguaje cantado que es el gaélico escocés, no entenderá nada pues hasta el propio nombre de la ciudad, Edimburgo, se habrá transformado en algo tan élfico y diferente como Dùn Èideann.

Finalmente, no es difícil que en las inmediaciones de la Royal Mile y del Palacio de Holyrood, que es la residencia oficial en Escocia de la Reina Isabel II, e interpretada por un gaitero, oiga una canción que los escoceses consideran su himno oficioso. Hace varios años asistí en el estadio Murrayfield de Edimburgo a un partido de rugby del Torneo de las Seis Naciones disputado entre las selecciones nacionales de Escocia y Gales. Después del God Save The Queen y del breve discurso de la Princesa Ana de Inglaterra, que presidía el encuentro, los más de cuarenta mil escoceses, que junto con veinte o treinta mil galeses (y tres españoles) abarrotábamos el estadio, comenzamos a cantar Flower of Scotland puestos en pie. La letra dice más o menos así:

O Flower Scotland, when will we see your like again,
(Oh, Flor de Escocia, cuando volveremos a ver a los tuyos otra vez,)
That fought and died for your wee bit hill and glen
(que lucharon y murieron por tus colinas y valles)
And stood against him, proud Edward’s Army,
(y resistieron contra él, el orgulloso ejército de Eduardo,)
And sent him homeward, tae think again
(y lo enviaron a casa, a pensárselo de nuevo)

El orgulloso ejército de Eduardo al que se refiere la canción es el ejército inglés de Eduardo II que fue clamorosamente derrotado en la batalla de Bannockburn, cerca de Stirling, en 1314. Al finalizar los cánticos, que la hija del Duque de Edimburgo escuchó respetuosa, la princesa dió un paso al frente y golpeó suavemente el balón ovalado que le sujetaba erguido uno de los jugadores. El partido podía comenzar. Tras el partido, escoceses y galeses (y tres españoles) vaciamos los barriles y botellas de todos los garitos de Rose Street, empezando por el Oxford Bar, donde Ian Rankin bebe su whisky y escribe sus novelas del inspector Rebus.

               Y es que, al hilo del referéndum y de las consultas, a pesar de lo que decían los catalanistas antes y los españolista después, hay muy pocos paralelismos entre Escocia y Cataluña. Dicho de otra manera, el haggis (el tradicional embutido escocés de casquería de cordero) no es una butifarra. Mientras que la primera centra sus diferencias con Inglaterra, pero proclama sin complejos su pertenencia al Reino Unido, Cataluña no abomina de Castilla, sino que lo hace de toda España. Nuestro problema, queridos paseantes, es que si bien Cataluña no es Escocia, tampoco España es el Reino Unido.
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