martes, 22 de julio de 2014

La cama de Churchill

La cama de Churchill en The Churchill War Rooms
(Artículo publicado el 22 de julio de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)



Me he puesto a escribir sobre la siesta y he descubierto que lo mejor que podía escribir ya lo había escrito antes. Se trata de un artículo que publiqué a comienzos de julio de 2007, cuando la mayoría de mis lectores aún no habían nacido, y que podría publicarlo hoy, que es lo que, con permiso de mi director y al menos en parte, me dispongo a hacer. Y es que soy un devoto practicante de la siesta, ese deporte tan nacional que es el único deporte verdadero y que, tal y como gustaba a Camilo José Cela, a mí también me gusta la siesta con padrenuestro, pijama y orinal.
Escribía entonces y escribo ahora que la siesta propiamente dicha es la que se duerme en la hora sexta, más o menos después de comer, cuando nos dejamos vencer dulcemente por la somnolencia producida por la digestión, pero también es siesta la que se duerme antes de la comida, la llamada “siesta del cura” o “siesta del borrego”. Sin embargo, me veo en la obligación de afirmar que no alcanza la categoría de siesta la simple cabezada motivada por la falta de sueño, lo de quedarse traspuesto, pues la siesta es un acto deliberado de hedonismo y voluptuosidad, un acto gozoso propio de la inteligencia humana más refinada, mientras que quedarse dormido por falta de sueño es un acto ineludible, animal y primario.
Frente a la teoría economicista de que una siesta saludable no debe durar más allá de veinte o treinta minutos (teoría alimentada, sin duda, por quienes piensan que el tiempo es oro y que la siesta es una mera medida de profilaxis laboral), yo sostengo desde una elevada concepción humanística que la siesta no debe durar menos de una hora ni más de dos, entre otras razones porque aunque yo también piense como los economicistas que el tiempo es oro, o sea, un capital, difiero de ellos en el modo de invertirlo. Mientras que unos prefieren emplearlo en pesadillas y maldiciones, que eso y no otra cosa es el trabajo, otros preferimos invertirlo, al menos en parte, en sueños que nos alejen de las pesadillas. Y es que se da la curiosa circunstancia de que, a diferencia del sueño nocturno y necesario, del sueño reglamentario y políticamente correcto, ese sueño de lujo que es la siesta nunca genera pesadillas.
        Como a estas alturas presumo que mi lector malasombra, ése que nunca duerme la siesta, estará ya dispuesto a acusarme de gandul y dormilón, decía yo entonces y sigo diciendo ahora, les diré en mi descargo que uno de los más afamados practicantes de la siesta fue el muy británico, muy conservador, muy laborioso que no laborista, y muy renombrado político Winston Churchill, que conoció la siesta en un viaje a Cuba y ya nunca se separó de ella, de tal suerte que se podría afirmar que el triunfo de las democracias en la Segunda Guerra Mundial se debe en muy buena parte a la capacidad churchiliana de trabajar hasta altas horas de la madrugada gracias a la siesta, mientras que sus enemigos, no siempre alemanes, desfallecían de sueño.
Hay en Londres un pequeño museo situado en las inmediaciones de Whitehall que se llama The Churchill War Rooms. El museo comprende, a su vez, dos espacios: el Churchill Museum, dedicado a la vida y milagros del famoso estadista, y el Cabinet War Rooms o Salas del Gabinete de Guerra, que incluyen la minúscula habitación de trabajo que usaba Winston Churchill en plena Segunda Guerra Mundial. En la habitación de techos reforzados contra los bombardeos, además de una mesa de trabajo iluminada con una lámpara de pantalla de cristal verde, hay una cama muy sencilla cubierta por una colcha tras la que se puede ver un enorme y detallado mapa de Europa. A los pies de la cama está el orinal de Cela. En esa cama, tras desvestirse y colocarse el pijama, Winston Churchill echaba sus siestas diarias de hora y media con las que combatió, no sólo las estrategias de guerra de Adolfo Hitler, sino también las estrategias de paz de Roosevelt y Stalin. El truco lo comentó el propio Churchill: “The nap allows me to work day and a half in a single day” (la siesta me permite trabajar día y medio cada día). Como diría aquél, fue la siesta, imbécil.
Concluyo mi artículo con una recomendación sana y un consejo bienintencionado: deberíamos tomarnos muy en serio lo de dormir la siesta; y, si quieren ustedes llegar dormirla correctamente, empiecen a entrenar este mismo verano.

Anímense. 

No hay comentarios: