martes, 3 de junio de 2014

En tiempos de tribulación, no hacer mudanza


Pasado, Presente y Futuro


(Artículo publicado el 3 de junio de 2014, en el diario La Opinión de Murcia)



Este es uno de los consejos que escribió San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, destinado fundamentalmente a los nuevos miembros que se incorporaban a la Compañía de Jesús. Es posible encontrar una recomendación parecida en la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis y en algún otro texto del catolicismo, si bien este consejo no es tanto fruto de la fe cuanto de la sensatez y la prudencia.  Lo que vino a decir San Ignacio es que los momentos difíciles de la vida no son los más adecuados para adoptar decisiones trascendentales, si bien hay circunstancias extremas en que lo único sensato sería saltar al vacío. Como ahora.
Trascendental ha sido la decisión tomada por el Rey Don Juan Carlos de abdicar en estos tiempos convulsos, de manera que llego tarde con el consejo de San Ignacio. No me cabe duda de que estamos ante una de las decisiones más meditadas de la historia de España y que habrán sido muchas las voces prudentes escuchadas. Tampoco me cabe duda de que el Rey y cuantos le rodean son conscientes del alcance de la abdicación y de los gravísimos riesgos que supone. Sin embargo, a todos se nos plantean ciertas incógnitas. La salud del Rey Don Juan Carlos ha decaído notablemente en los últimos meses, de manera que es posible que haya querido anticiparse a una situación de grave menoscabo físico y mental que hubiera determinado una prolongada interinidad de Don Felipe. Es posible también que la credibilidad de la Corona no se haya repuesto del durísimo desgaste de los últimos tiempos, como lo ha probado el hecho de que su viaje institucional a los países del Golfo Pérsico se haya saldado con una muy escasa recuperación de los índices de confianza y afecto por la Corona. Cabe pensar, además, que los tiempos que corren no sean los más adecuados para un Rey de las hechuras de Don Juan Carlos, más simpático que técnicamente preparado, excesivamente identificado con los placeres de la buena vida, elegante, seductor y dotado de una excepcional habilidad para elegir sus corbatas, y también navegante, cazador y amante de los buenos coches y de las motos. Don Juan Carlos es más bien un Rey para los buenos tiempos que para los tiempos de crisis, un Rey cuya leve indicación al presidente del gobierno de aquel entonces bastó para que el Estado se gastara lo que no está escrito en la Expo de Sevilla, un Rey con el que salir a tomar unas cañas, como han respondido siempre millones de españoles cuando les preguntaban. Alguien ha podido pensar también que los escándalos de la Casa Real no se han acabado con el Yernísimo y con las cacerías de elefantes, sino que el propio Rey podría andar muy tocado. Y llegados a este punto, es muy probable que Don Felipe se revele como la gran esperanza blanca: joven, sobradamente preparado, casado con una mujer como Doña Leticia, tan poco tradicional y previsible como políticamente correcta; Don Felipe representa una monarquía más actual y comprometida. En otras palabras, Don Felipe es más hombre de nuestro tiempo que su padre. En cualquier caso, le doy las gracias al Rey porque juntos lo hemos pasado muy bien. Hasta otra, Majestad.
                 Pero todo esto, que no son sino razones para abdicar en salvaguarda de la Corona, estaría muy bien si no nos encontráramos en tiempos convulsos. No, no son buenos tiempos para la lírica, como no lo son para hacer mudanza, que decía San Ignacio, sino para saltar al vacío. España está rota y desnortada y las crisis diversas se solapan unas con otras: la económica que no cesa, la institucional que se propaga como la peste de institución en institución, la política que disgrega el territorio y separa a unos de otros y la moral que nos ha dejado sin valores y en manos de sujetos sin principios, singularmente esta última, que nos ha transformado en una España farisaica y radicalizada, en la que se ignora que un Juez dicte sentencias injustas pero no se tolera que vaya en moto sin casco, en donde se persigue con saña a un torero y se disculpa con benevolencia al político que nos miente y que nos lleva a la bancarrota. En ocasiones, incluso, se le premia con alguna suculenta canonjía.
España es el problema. A la sucesión en la Corona, habrán de seguir cambios muy profundos en la política y en las personas. De no ser así, no habrán entendido nada.
Quiero pensar que en la decisión del Rey Don Juan Carlos y de Don Felipe, por encima de cualquier otra razón y por encima mismo de la Corona, han pesado más España y los españoles, tú y yo, mis hijos y los tuyos, su futuro y el nuestro. Como reza la antigua fórmula, si así lo habéis hecho, Majestad, que Dios os lo premie y si no, que Él os lo demande.
.

2 comentarios:

Bernabé Guerrero. dijo...

"Así es si así lo sentís", Juan Antonio. El problema que tiene España encima no se soluciona cambiando a los gobernantes o a los banqueros, sino cambiando nosotros, la sociedad o la ciudadanía, según nos guste decir. Eso supone un cambio ético radical. La papeleta que tiene el Príncipe de Asturias como futuro rey no es, efectívamente, minina. Se confirma que, como toda herencia, es un regalo envenenado, al menos en la situación "tributaria" actual. Un abrazo y felicidades por el artículo.

La Pecera dijo...

Gracias, Mr. Warrior, y como siempre tu comentario es enriquecedor. En efecto, España necesita un cambio profundo más allá de los arreglos cosméticos, que también los precisa esta vieja señorona. La crisis institucional afecta directamente a unos pocos, la crisis política afecta a unos cuantos más, la crisis territorial a más aún y la económica a muchos, pero es la crisis moral la que nos afecta a todos y ésta no se resuelve únicamente con la sucesión en la Jefatura del Estado ni siquiera con el cambio del propio modelo de Estado. Como República o como Monarquía, con el gobierno del PP o con el del PSOE, seguimos siendo una sociedad en descomposición a la que se le llena la boca con términos grandilocuentes (solidaridad, libertad, igualdad y justicia) y, sin embargo, cada día se aleja más de esos valores. Algo más tiene que cambiar en España.
A pesar del tono, no soy pesimista, al menos no lo soy del todo. Creo en la juventud sana y confío en ella.
Un abrazo, Barnaby.