martes, 14 de enero de 2014

Optimismo, dentro de lo que cabe


(Artículo publicado el 14 de diciembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)





He comenzado el año como Dios manda, con menos dinero, con una leve esperanza de que todo mejore y con un amago de gripe que me ha tenido postrado unos días. Ya he comentado en alguna ocasión que, como me cuesta lo mismo ser optimista que pesimista, prefiero ser lo primero, o sea ver el vaso medio lleno y acostarme a dormir cada noche con la creencia de que al día siguiente las cosa irán mejor, eso sí, después de haber hecho todo lo posible por mejorar aquellas que estén a mi alcance.
Dicho esto, creo sinceramente que la economía nacional está mejorando mucho más rápidamente de que lo que esperábamos. Sí, ya sé, que la mejoría aún no se percibe en nuestros bolsillos y que para muchos pasará todavía un tiempo, largo incluso, antes de que eso ocurra, pero lo cierto es que indicadores económicos como la prima de riesgo que, cuando abría los informativos y encabezaba las primeras páginas de los periódicos porque estaba por encima de los setecientos puntos, nos asustaba (sí, sí, a usted y a mí, acuérdese, buen hombre, de todo aquello: que vienen los hombres de negro, que Obama nos manda el tercer aviso, que la señora Merkel se pone seria con España, que hemos de pagar los intereses más altos, que nos interviene Bruselas y que estamos peor aún que Portugal y Grecia), ahora ni siquiera son mencionados en la sección de efemérides, lo que revalida la vigencia de aquella cínica afirmación de que las buenas noticias no son noticia. La verdad es que al igual que nos estuvieron amargando el potaje y agriando el café  durante meses con la prima dichosa, ahora que no llega a los doscientos puntos y que casi todos los peligros están al parecer conjurados, los noticieros debieran abrir de nuevo con la prima de riesgo y repetir cada cinco minutos la letanía contraria: que quién teme a los hombres de negro, que Obama recibe a Rajoy en el Despacho Oval con un par de ovales, que Mariano reprende a la señora Merkel, que también tiene un par de ovales, que ahora nos pagan a nosotros por suscribir nuestra deuda, que España está a punto de intervenir a la Unión Europea y que estamos a esto nada más de alcanzar a Alemania en el ranking de las economías más sólidas de Europa.
Bueno, lo cierto es que eso es justamente lo que están haciendo los noticieros más o menos independientes, vocear los indicios, cada vez más firmes, de una mejora económica que todavía es más técnica que material o, al menos, que aún permanece alejada de las economías domésticas, pero que ha tenido no obstante el efecto de estimular la moral del personal e infundir un poco de optimismo. Estas Navidades pasadas se ha respirado un aire distinto al de las anteriores, más optimista, más esperanzado, con algo más de seguridad en que, a pesar de las luces y las sombras y sudando la gota gorda, el Gobierno y los ciudadanos estemos haciendo por fin los deberes que había que hacer. Hay también en esta percepción un mucho de confianza en que España es un país modernizado y bien dotado de medios e infraestructuras y que los españoles no nos chupamos el dedo frente al mundo.
Comprendo que este artículo, aunque escrito de buena fe y dirigido como no podía ser de otra manera a todos los lectores del periódico, no contente a muchos de ustedes, especialmente a quienes no quieren contentarse de ninguna de las maneras, pero también a aquellos cuya situación desesperada no deja espacio al optimismo. A unos y otros mi respeto y el deseo de que mi optimismo y el de muchos no sea gratuito e infundado.
Pero no todo el monte es orégano. Por más que busco indicios de ella no percibo la luz en el túnel negro de la crisis moral y política en que está sumida  la sociedad española. Nuestros valores y principios quebraron hace tiempo y los esfuerzos por reponerlos son claramente insuficientes. La convivencia política, el modelo de Estado, la Corona, los gobiernos, los partidos políticos, los sindicatos e, incluso, la Justicia, están enfermos y amenazados… pero ésa es otra historia y, con su permiso, la dejo para otro día.
Hoy me quedo con el optimismo.
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