martes, 10 de mayo de 2011

Tintín en el Congo

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(Artículo publicado el 10 de mayo de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)







Si al final ocurre lo peor la culpa la tendrá Bievenu Mbutu Mondondo. Que quién es ese chico con apellido de resonancias culinarias murcianas… Pues se trata de un ciudadano congoleño, o quizás belga de origen congoleño, al que, al parecer, le joroba Tintín y, muy especialmente, uno de sus álbumes, el segundo si contamos como primero al de “Tintín en el país de los soviets”, del que, por cierto, también han echado pestes los comunistas.



El señor Mondondo ha pedido a la justicia belga que prohíba la historieta dibujada por Hergé en 1930 titulada “Tintín en el Congo”, cuestionada también en el Reino Unido, en Francia y en Estados Unidos por la Conjura de lo Políticamente Correcto, al considerarla ofensiva para los congoleños pues contiene estereotipos que considera propaganda de la colonización. En un país cuyo patrimonio más universal lo integran básicamente Tintín y el Maneken Pis, resulta cuando menos sorprendente que la justicia belga haya admitido a trámite la denuncia y se disponga a despacharla el próximo otoño.



Cuando escribo este artículo tengo a la vista el álbum de Hergé. Y sí, el álbum contiene viñetas en las que los congoleños aparecen vestidos como en las primeras películas de Johnny Weismuller o en las fotografías que ilustran los libros de viajes del doctor Livingstone. También se parecen curiosamente a aquellas huchas del Domund en forma de cabeza de negrito con las que en mi lejana infancia recogía los donativos para las misiones. Los congoleños de Tintín van ataviados con ropas de desecho de los blancos colonialistas, exactamente igual que hoy, con la única diferencia de que en aquel entonces las ropas de desecho eran levitas, paraguas y puños y cuellos duros, y hoy son camisetas de algodón y deshilachados pantalones de chándal. La defensa de la sociedad gestora de la obra de Hergé aduce muy sensatamente que se trata de una obra de ficción creada hace más de setenta años y que debe ser vista como un documento de esa época.



Tiene razón el ciudadano Mondondo en denunciar el colonialismo, porque el colonialismo, o al menos muchos de sus efectos, sigue existiendo. Pero la pierde si la denuncia la dirige contra Tintín, un héroe de papel al estilo de su tiempo, y no contra quienes hacen que el colonialismo perdure en el Congo, empezando por los propios congoleños que siguen enzarzados en sangrientas guerras tribales entre hutus, tutsis y mai-mais o entre el norte y sur (siempre son el norte y el sur) con objeto de apropiarse de los enormes yacimientos de coltán y venderlo a las multinacionales de la electrónica. El coltán es un mineral compuesto de columbita y tantalita, elementos estratégicos imprescindibles para la fabricación de componentes electrónicos avanzados.



Y ahí está la madre del cordero.



La guerra por la posesión del coltán, constante desde 1998, ha provocado en el Congo cinco millones y medio de víctimas. El hambre convive con las matanzas, las torturas y las violaciones. Pero los condensadores electrolíticos de tantalio permiten fabricar teléfonos móviles, cvámaras digitales e incluso satélites más pequeños y precisos. A la Conjura de lo Políticamente Correcto les molesta Tintín, por la misma razón que les molesta Los Beatles o los crucifijos, porque son ante todo iconos de la derecha conservadora. Si realmente les preocupara el colonialismo, la guerra que no cesa, el sufrimiento de millones de personas y la esclavización del África Negra (esto de llamarla Negra también les molesta), se ocuparían de que nadie comprara miniaturas electrónicas a quienes las fabrican con el coltán ensangrentado del Congo.



Pero, claro, es más barato y más seguro atizarle a Tintín, entre otras cosas porque Milú, su fiel fox terrier de papel, no muerde.



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