martes, 13 de abril de 2010

Murcia se descogota, y España, también

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(Artículo publicado el 13 de abril de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)




Les escribo desde mi pecera en lo que pudiera ser uno de mis últimos artículos antes de que el recipiente de cristal se quede sin agua, pues, como de todos es sabido, sin agua muere el pez.


No se llamen a engaño. Es gracias a este país insolidario y obtuso que, bajo la batuta de Zapatero y el acompañamiento de todos los partidos políticos, hemos hecho entre todos por lo que Murcia está condenada a volver a ser la Murcia que fue, aquella tierra seca y polvorienta cantada por Vicente Medina, tierra calcinada, tierra de emigrantes. Sólo nos quedará el turismo del norte, hambriento de sol, y aún ése, sin agua, será un turismo indigente, un turismo Paris-Dakar, not typical, que diría el artista. La muerte del Trasvase del Tajo es, como lo fue el bombardeo de Pearl Harbour, una cita con la infamia. Será una España infame la que consienta el expolio. Mientras el Estatuto de Castilla La Mancha, que incluía la sentencia de muerte del trasvase, era aprobado en Comisión con el voto a favor del PSOE y la abstención del PP (manda huevos, que dijo el clásico que ahora calla), la gente andaba por aquí enjugascada con las procesiones, encantada con el Canto a Murcia, corría el vino y cundía el morcón y las calles se llenaban de “murcianía sardinera”, que vayan ustedes a saber qué es eso. Murcia, como digo, estaba en otra cosa mientras era descogotada.



Pero consuélense porque, como Murcia, también España se descogota y nuestro líder intergaláctico vuelve a ser Bambi en vez de Rey del Bosque. De jugar la Champions League Económica hemos pasado en pocos meses a evitar el descenso a la Segunda División Europea. ¡Qué Zapaterada! Pero no desesperen, que no es la última. Su Ministerio de Igualdad ha decidido suprimir en los centros escolares los cuentos machistas de Blancanieves, La Cenicienta y La Bella Durmiente. Sí, ese Ministerio que dirige Bibiana Aído y que se paga con dinero de todos los españoles. Sí, sí, también con el suyo y con el mío. ¿Les suena esto de los cuentos políticamente incorrectos?



Resulta curioso que los que aplauden la iniciativa zapaterina de adelantar la construcción de infraestructuras públicas mediante un sistema muy parecido al peaje en sombra, sean los mismos que criticaban el peaje en sombra puesto en práctica por el Gobierno Regional de Murcia como sistema de construcción adelantada de infraestructuras públicas. También es curioso que los mismos que lo defendían entonces sean quienes que lo critican ahora.



Hasta la presidencia planetaria ha postergado a nuestro líder cósmico, a quien ya nadie recibe y del que apenas se habla fuera de España. En cambio, sí se habla de Garzón, un juez al que algunos iletrados (ignorantes confesos del derecho) defienden por haber arremetido, dicen, contra el franquismo, pero al que otros (los jueces y tribunales legítimos) acusan de prevaricación y otros choriceos. También se habla de corrupción política. Y de fútbol, como en los viejos tiempos. Cuánto fresco anda suelto por el barrio.



Unos piden dimisiones a diestra y siniestra. Otros claman por la regeneración de la vida política y apuntan a la corrupción. Alguno va más allá y pide un cambio de régimen, si bien todavía nadie ha exigido que cambiemos de nacionalidad, la española por la norteamericana o la alemana, por poner un ejemplo. Pero si leen entre líneas, nadie, ninguno de ellos, coincide en el planteamiento y, mucho menos, en las soluciones: listas abiertas, república federal, mandatos limitados, endurecimiento de las penas por delitos de corrupción…, da igual. Tal vez lo que no funcione sea esta sociedad carente de principios y responsabilidades en que nos hemos transformado, de la que los representantes políticos son tan sólo una muestra. Una sociedad que es sólo de derechos y nunca de deberes, en la que prevalece la suerte y el oportunismo frente al esfuerzo y la constancia, que convierte a un futbolista de veinte años en ejemplo de vida y que sigue despreciando al humilde e ignorado Jesús de Nazaret que vive en el piso de abajo. Una sociedad capaz de gratificar el éxito social de un delincuente, al mismo tiempo que castiga el fracaso de un parado. Una sociedad que protege al feto del humo del tabaco y que, al mismo tiempo, lo condena a ser descuartizado por la decisión soberana de una joven de dieciséis años.



Tal vez todos seamos culpables.



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