(Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 22 de septiembre de 2009)
Como solía ocurrir por estos pagos aún antes de que irrumpiera en nuestras vidas el calentamiento global del planeta, se han acabado las vacaciones antes que el verano. Yo pediría la Medalla de Oro de algo, el Premio Nobel de lo que fuera o el Rexona de Oro, por ejemplo, para aquel genio ilustre que consiguiera hacer coincidir vacaciones y verano. “¿Qué, cómo ha ido el verano?”, te preguntan el día uno de septiembre, como si el verano se hubiera ido. Tal vez sea así en Santander o en Logroño, qué se yo, pero lo que es en Murcia, no. Aquí, la canícula dura y dura, permanece, engulle el verano de los membrillos o de San Miguel y se cuela de rondón en Halloween, víspera del Día de todos los Santos. Será Navidad en el Corte Inglés y todavía andaremos remangándonos a mediodía y luciendo la sobaquera de Camacho. Es, como se dice por aquí, la calor, así, en femenino, si me lo permite el corrector automático de textos de mi ordenador.
Uno de los efectos que tiene la vuelta de vacaciones es que, quien durante ellas haya podido desconectarse de su entorno, se encontrará al regreso con algunas sorpresas y algunos disgustos.
En septiembre volvemos al tajo, al de la maldición bíblica, que este tajo no lo ha nacionalizado el Estatuto de Castilla La Mancha, ya quisiéramos más de uno, sino que castellanizaron el otro, el que lleva agua y no sudores. Lo que no deja de ser para los murcianos otra suerte de maldición.
Leo con perplejidad que el Gobierno de la Región no da peces a la Plataforma de Defensa del Trasvase Tajo-Segura, sino cañas de pescar en forma de sabios consejos financieros. No debe estar el horno para bollos, ni el económico, ni el político.
Me comentan en los mentideros que, en breve, alguien anunciará que sigue, como el calor, o que repite, como los pepinos. Por qué será que no me sorprende.
Durante mi agosto de nomadeo me he tenido que zampar muchas fiestas veraniegas, con berbena, bakalao y castillo de fuegos artificiales. Para mi desconsuelo, Murcia me recibe con su festivalero septiembre, multicultural y multiétnico, policromo y polireligioso, con huertos, con romería, con moros y con cristianos. Y con castillo de fuegos artificiales.
A la vuelta de vacaciones me encuentro con ausencias dolorosas, tanto más penosas por ignoradas. Se me han muerto amigos muy queridos. Pepe Celdrán, el Maestro Habichuela, se ha marchado con su guitarra. Demasiado pronto, querido Pepe, demasiado pronto. También se ha ido Mariano López Alarcón, mi catedrático de Canónico y amigo respetado. Y otro López Alarcón, Marcos el del Rambla, que estará junto a su hijo José Antonio, mi amigo del colegio. Y Evaristo, hermano del Pichuchi, reunidos en el cielo. Y Clemente Riera, al que veo montando a caballo sobre una nube. Y Alvaro Abadía, joven, muy joven y, sin embargo, profesional prestigioso y brillante que estaba trabajando en el rediseño del anagrama del Casino. Y Lorenzo Guirao, adversario político entrañable, que no enemigo, con quien, tras muchos rifirrafes, terminé compartiendo una cerveza y estrechándole la mano. A todos vosotros, amigos, mi recuerdo.
La vuelta al tajo y la vuelta al cole. Se acabaron las idas y venidas, las largas horas de siesta en manos de Stieg Larsson –quien no haya pecado, que tire la primera piedra-, la proscripción del despertador, los chapuzones, el chiringuito, la brisa del mar, los cuartos de la paga extraordinaria y el protector solar. Pero, como le decía Boggie a la Bergman en la célebre película, siempre nos quedará París. O sea, la calor.
Uno de los efectos que tiene la vuelta de vacaciones es que, quien durante ellas haya podido desconectarse de su entorno, se encontrará al regreso con algunas sorpresas y algunos disgustos.
En septiembre volvemos al tajo, al de la maldición bíblica, que este tajo no lo ha nacionalizado el Estatuto de Castilla La Mancha, ya quisiéramos más de uno, sino que castellanizaron el otro, el que lleva agua y no sudores. Lo que no deja de ser para los murcianos otra suerte de maldición.
Leo con perplejidad que el Gobierno de la Región no da peces a la Plataforma de Defensa del Trasvase Tajo-Segura, sino cañas de pescar en forma de sabios consejos financieros. No debe estar el horno para bollos, ni el económico, ni el político.
Me comentan en los mentideros que, en breve, alguien anunciará que sigue, como el calor, o que repite, como los pepinos. Por qué será que no me sorprende.
Durante mi agosto de nomadeo me he tenido que zampar muchas fiestas veraniegas, con berbena, bakalao y castillo de fuegos artificiales. Para mi desconsuelo, Murcia me recibe con su festivalero septiembre, multicultural y multiétnico, policromo y polireligioso, con huertos, con romería, con moros y con cristianos. Y con castillo de fuegos artificiales.
A la vuelta de vacaciones me encuentro con ausencias dolorosas, tanto más penosas por ignoradas. Se me han muerto amigos muy queridos. Pepe Celdrán, el Maestro Habichuela, se ha marchado con su guitarra. Demasiado pronto, querido Pepe, demasiado pronto. También se ha ido Mariano López Alarcón, mi catedrático de Canónico y amigo respetado. Y otro López Alarcón, Marcos el del Rambla, que estará junto a su hijo José Antonio, mi amigo del colegio. Y Evaristo, hermano del Pichuchi, reunidos en el cielo. Y Clemente Riera, al que veo montando a caballo sobre una nube. Y Alvaro Abadía, joven, muy joven y, sin embargo, profesional prestigioso y brillante que estaba trabajando en el rediseño del anagrama del Casino. Y Lorenzo Guirao, adversario político entrañable, que no enemigo, con quien, tras muchos rifirrafes, terminé compartiendo una cerveza y estrechándole la mano. A todos vosotros, amigos, mi recuerdo.
La vuelta al tajo y la vuelta al cole. Se acabaron las idas y venidas, las largas horas de siesta en manos de Stieg Larsson –quien no haya pecado, que tire la primera piedra-, la proscripción del despertador, los chapuzones, el chiringuito, la brisa del mar, los cuartos de la paga extraordinaria y el protector solar. Pero, como le decía Boggie a la Bergman en la célebre película, siempre nos quedará París. O sea, la calor.
1 comentario:
Gracias por el cariñoso recuerdo a tus amigos fallecidos.
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