martes, 10 de febrero de 2015

Rematar a un ruiseñor

Scout y Atticus Finch (Matar a un Ruiseñor. 1962)

           He intentado una docena de veces escribir mi artículo de esta semana y doce veces he borrado lo escrito. Nada de ello ha llegado a gustarme y, si a mí no me gusta, cómo podría gustar a ustedes, me digo, y por eso lo borro sin piedad alguna. Preso de la vertiginosa actualidad política he tratado de hacer algún juego de palabras con el apellido Monedero y la tendencia de su titular a actuar como su nombre indica, supongo que en favor de su partido. He cavilado sobre el sorprendente e imparable ascenso de Pablo Iglesias y de Podemos que, según la última encuesta, la penúltima tal vez,  ya ha desplazado al PP del primer lugar en el ranking de intención de voto. He intentado determinar cuál es el beneficio electoral que obtendrían de seguir así quienes han orquestado la campaña de acoso y derribo contra los dirigentes de Podemos y, créanme, no lo encuentro por ninguna parte. Antes bien, los dirigentes de Podemos, hasta hace poco unos perfectos incógnitos, son hoy más conocidos por los futuros votantes que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición. Es la vieja historia que se repite. Aún me acuerdo de cuando, hace ya veinte años, un todopoderoso PSOE, ensoberbecido y por ello ciego, regaló la condición de aspirante al título a un grupo de imberbes políticos del joven PP recién refundado, que yo diría que no tenían ni media guantada. Lo digo, porque yo era uno de aquellos inquietos jovenzuelos. Fue cuando, frente a un proyecto alternativo de presupuestos generales para la Región de Murcia que aquellos pollos habían elaborado con más cañas que palos, el entonces gobierno del PSOE en la Región de Murcia contraatacó con una serie de estruendosas, sesudas y estudiadas ruedas de prensa en las que desmontaron uno a uno los errores que contenía aquella inocente alternativa presupuestaria. El votante no entendió nada de las cuentas, ni de los presupuestos alternativos ni de sus muchos errores desvelados, ni de los auténticos Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma, excepto que por fin existía en Murcia una alternativa política al PSOE. Luego resultó que al votante le caímos bien y ganamos las elecciones. Algo parecido pasa con Podemos, tanto alarmarse con ellos, con lo que dicen que van a hacer y con lo que dicen de ellos que ya han hecho, para que al final resulte que estos chicos son hoy más conocidos que la Chelito, y eso en un país en que cualquiera que salga un par de veces en la tele diciendo disparates, se forra con la venta televisada de sus memorias.

            ¿Ven lo que les digo? Me pongo a escribir de política y, aún no he acabado, cuando me entran ganas de borrarlo todo. Y es que me aburre la trifulca navajera, me cansan las peleas de gallos y me hastía la contienda electoral a ladrido limpio, sobre todo si pienso en los muchos meses que de esto mismo me quedan por delante. Por eso, cuando he leído en algún sitio que en Estados Unidos van a publicar, no la segunda parte, que sería lo previsible, sino la primera de aquella excepcional novela titulada Matar a un ruiseñor (To kill a Mockingbird), se me ha ocurrido dejar a un lado a un lado los quebraderos políticos y escribir de libros. Hala, pues.

 Nelle Harper Lee publicó Matar a un ruiseñor en 1960, su primera y, hasta ahora, única novela, que fue galardonada con el Premio Pulitzer al año siguiente y llevada al cine por Robert Mulligan. La película, protagonizada por Gregory Peck en el papel del abogado Atticus Finch y por una jovencísima Mary Bradham en el papel de su hija Scout, que es quien narra la historia, obtuvo tres Oscar en 1962. Tras ello, la autora se retiró y nunca volvió a escribir ni a conceder una entrevista, en un comportamiento muy parecido al de J.D. Salinger, el autor de El guardían en el centeno, y así ha permanecido desde entonces. Hace unos meses, sin embargo, al encontrar el manuscrito que creía perdido, Harper Lee ha decidido publicar la que fue su primera novela en el tiempo, escrita antes que Matar a un ruiseñor, que lleva por título Go Set a Watchman, en realidad una historia situada en la madurez de Scout que regresa a Maycomb a visitar a su padre, el viejo Atticus Finch. Se trata, por tanto, de un doble bucle en el tiempo que hará sin duda muy interesante su lectura. Hay quienes piensan que Matar a un ruiseñor se resentirá de la publicación de esta secuela, pero yo opino más bien al contrario. Si algo se ha de resentir es la secuela, que difícilmente alcanzará el brillo de la primera.

He leído Matar a un ruiseñor dos o tres veces y he visto la película muchas más, y sigo pensando que Atticus Finch representa a la perfección el modelo ideal de hombre recto y justo, tan ausente hoy de los comportamientos que nos rodean. La historia, contada por su hija adolescente, es un hermoso alegato contra la injusticia y la desigualdad.  Eran los años de la Gran Depresión y Atticus Finch, un respetable abogado ejerciente en un pueblo del sur racista de Estados Unidos, asume la defensa de un campesino negro acusado de violar a una mujer blanca.  Su conducta íntegra y su firmeza ante los prejuicios racistas de sus vecinos, si bien le granjea el odio y el desprecio de muchos de ellos, reafirman la admiración y el amor de sus hijos. Scout también cuenta otras historias que discurren en paralelo y que hablan de su infancia, sus aventuras y sus miedos, y de sus amigos, entre los que se encuentra un niño que llegaría a ser uno de los grandes escritores norteamericanos. Si han visto ustedes la película Infamous, que cuenta cómo Truman Capote, interpretado por un genial Toby Jones, escribió su obra más conocida A sangre fría, verán que el personaje femenino que acompaña y ayuda al escritor en sus indagaciones e interpretado por Sandra Bullock, no es otro que la propia Harper Lee.

En definitiva, un gran libro y una gran historia.


¿Ven? ya me he quedado tranquilo. Y al ruiseñor, que lo remate otro.
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