martes, 16 de diciembre de 2014

Navidad




Niños contemplando el Nacimiento cedido por el maestro belenista Jesís Griñán, expuesto en el Salón de Baile del Real Casino de Murcia

Leí el otro día un interesante artículo de Higinio Marín titulado Lo miserable como opción preferencial en el que su autor sostenía que existe una tendencia creciente a destacar los aspectos más sórdidos y miserables de la actualidad junto con una notable mezquindad cuando se trata de hablar de los comportamientos nobles y altruistas. Sea porque, como se ha dicho siempre, las buenas noticias no son noticia o porque la sociedad gusta de lavar sus culpas con sangre ajena, lo cierto es que las noticias que hablan del lado luminoso del hombre apenas encuentran hueco entre tantas que se refieren a su lado oscuro. Frente a esto, Higinio afirmaba que “del reconocimiento de lo mejor y de su prestigio en una comunidad depende su calidad cívica y las expectativas que cabe poner en su futuro”, cuestión con la que no puedo estar más de acuerdo, pero me temo sus deseos y los míos distan mucho de hacerse realidad. Valga como ejemplo el tremendo eco que genera la denuncia de una supuesta conducta escandalosa de un sacerdote o de un religioso (muchos de los cuales acaban siendo exculpados) y la escasa repercusión que alcanza la entrega callada y generosa, que en ocasiones incluye la propia vida, de quienes en medio de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte dan testimonio de su fe cristiana. No es bueno que haya tanto ruido para unas cosas y tanto silencio para otras.
           
A pesar de todo, se avecina un tiempo en el que esta tendencia social hacia lo miserable se frena y deja paso a la corriente de sentido contrario: es el tiempo de los hombres de buena voluntad, el tiempo de Navidad. Algo tendrá el vino cuando lo bendicen y algo tiene la Navidad cuando es capaz de cambiar, no solo los comportamientos del hombre, sino sus apetencias. En Navidad cambia hasta la publicidad, que es el termómetro de los deseos colectivos: Paz, Amor, Solidaridad, Reencuentro, Familia y Amigos conforman el universo sentimental de los mensajes publicitarios que, a pesar de que solo buscan vendernos cosas, lo hacen apelando a lo mejor de cada uno, a todo aquello que configura el espíritu de la Navidad. Y sin embargo, hay algunos a quienes la Navidad, no sólo no los cambia, sino que les agudiza su tendencia natural a quedarse con el lado mezquino de las cosas. Parece ser el caso de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, quien ha escrito en twitter una dura crítica contra el consumismo navideño: “Indignante ver telediarios en Navidad; papa noel, dietas, vacaciones, regalos, idiotas en agua helada y consumo. Desvergüenza periodística”. Algo tiene de razón Pablo Iglesias en criticar los aspectos frívolos de la Navidad, aunque no estoy muy seguro de que fuera esa su intención. Me consuela, sin embargo, comprobar que Navidad lo ha escrito con mayúsculas. Aún hay esperanza.

He escrito alguna vez acerca de la magistral defensa que, de la Navidad auténtica frente a la frivolización de la Navidad, hizo mi admirado Chesterton en uno de sus artículos que hace más de ochenta años tituló Un nuevo ataque contra la Navidad. De manera que le cedo la palabra.

La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad”, adelantaba Chesterton. “La frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse”, escribía el ilustre gordo para indicar que el principal peligro al que está siendo sometida la Navidad consiste en dejarla reducida a una mera fiesta desprovista de su significado cristiano. “Que se nos diga que nos alegremos un 25 de diciembre es como si alguien nos dijera que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una razón seria para ser frívolo (…) El resultado de desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo lo humano es que se exige demasiado de la naturaleza humana. Es pedir a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar; o por una que saben no es nada más que la mentira de algún periódico nacionalista o patriótico en exceso. Es pedirles que se vuelvan locos de gozo romántico porque dos personas de su agrado se están casando justo en el momento que se están divorciando (…) Nuestra tarea, hoy día, consiste por tanto en rescatar la festividad de la frivolidad. Esa es la única manera de que volverá de nuevo a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces celebran con exceso lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre”.

Y es que, queridos amigos, se nos sigue olvidando algo muy importante que, en realidad, ocurre cada Navidad y que seguirá pasando eternamente: que un año tras otro vuelve a nacer Jesús, el que de verdad cambió el mundo.
           
Y así son las cosas.

(Artículo publicado el 16 de diciembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)

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