miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mortis calavera

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(Artículo publicado el 1 de noviembre de 2011 -Día de Todos los Santos- en el diario La Opinión de Murcia)



Así están las cosas, empezando por la economía y terminando por la política, lo que hoy por hoy viene a ser lo mismo. Pensaba yo, iluso de mí, que la crisis económica se iba a arreglar sola a poco que los economistas la dejaran en paz, pero me equivoqué como se equivocó la paloma, porque los economistas no han aflojado la presa y la economía palidece y se arruga por momentos. No es que la economía no pudiera restablecerse ella misma, si por restablecerse entendiéramos que debía cambiar radicalmente el panorama de los dineros, el modelo de desarrollo, el tamaño del sector público, las empresas y la productividad, el juego sindical de la ruleta rusa, la redistribución de la riqueza y de las cargas y, muy especialmente, eso que se convino en llamar el estado del bienestar, una entelequia de los socialistas nórdico-europeos a la que pronto se sumaron entusiásticamente todos los socialistas sud-europeos y, lo que es aún peor, todos los partidos de la derecha europea, de modo que moros y cristianos, tirios y troyanos, todos nos asentamos en la quimérica creencia de que podíamos vivir eternamente como si fuéramos suecos, pero aportando a la cosa común como si fuéramos de Somalia.


Pues no, hija, no, los economistas y los políticos metidos a economistas no consienten que las cosas cambien para que la economía se arregle. El estado del bienestar ha naufragado y se va al fondo como una piedra. Hemos abandonado a la fuerza el modelo sueco, por cierto cinco años después de que lo abandonaran los propios suecos, pero nuestros gloriosos capitanes se han atado a la rueda del timón, eso sí, con todos nosotros dentro del barco. Si se detienen a pensar un poco tal vez descubran que realmente el estado del bienestar no existió nunca, como no existió nunca aquello de una sanidad universal y gratuita para todos y todas y como no ha existido nunca un pensión digna de viudedad o un sueldo para el ama de casa aunque solo fuera por reconocer su impagable aportación a la familia, incluso a la familia de los socialistas. Lo que tal vez descubramos es que, al socaire del estado del bienestar, es decir para evitar que la sanidad y la atención social se convirtiesen en actividades privadas sujetas a las reglas de los mercados, se puso en marcha un gran negocio de lo público, sujeto exclusivamente a la regla establecida por quienes hacen las reglas, según la cual la pérdida importa tan poco como la ganancia.


Hemos construido autopistas como las que pensábamos que tienen en Alemania, con una salida para cada pueblo y, en ocasiones, dos: Tobarra Norte y Tobarra Sur, por ejemplo, cuando en las autopistas alemanas que recorro todos los veranos, no sé si habrá otras autopistas alemanas, hay una salida cada veinte kilómetros. Hemos construido aeropuertos en mitad de la nada para veinte o treinta usuarios con boina, como pensábamos que los construyen en Estados Unidos, donde por cierto tal vez lo hagan. Hemos hecho hospitales, consultorios, juzgados, institutos y edificios públicos de mármol, acero y cristal, capaces cada uno de ellos de ganar veinte premios de diseño y arquitectura. Hemos vivido, no ya como suecos, sino como kuwaitíes. En ello estábamos cuando llegaron Piratas and Brothers y Morgan & Bucaneros, banqueros o eso decían, seguidos de Moodys & Joodys y de Standar & Forroplús, agencias de calificación de la deuda o eso dicen, y se acabó definitivamente el pastel.


Estamos en días de difuntos y, además de los que proceden, hay otros muchos muertos encima de la mesa. Demasiados muertos para tan poco vivo. Me pregunto por qué se le ocurriría al Inimputable convocar elecciones para el mes de los difuntos. Mira que hay meses en el año, once más si no me equivoco, y todos ellos con algún elemento de optimismo, que si la primavera, que si la Navidad, que si las flores, que si los melones… Debió ser porque pensó que este mes es bueno para las nostalgias y los velorios, para las calabazas y para el Jalogüín y, sobre todo, para hacer el Tenorio, porque tal vez de lo que se trate es de reproducir la gran farsa española por excelencia, en la que el derrotado triunfa y el burlador es burlado. Dentro de unos días habremos de elegir entre la opción divina de la muerte y la opción mortis calavera, dicho sea en tono lúgubre y entre alaridos de terror. Me van a perdonar si les digo que a mí, Rubalcaba más que Rajoy, qué quieren que les diga, me recuerda a aquel enterrador de las viejas películas del oeste que, vestido con su levita negra, aparecía antes del duelo con el metro de medir difuntos en la mano, es decir, a Rubalcaba lo veo más mortis calavera que divino de la muerte, tal vez porque formaba parte de ese gobierno que nos trajo entre otras lindezas muchas fosas reabiertas, muchos muertos removidos y cinco millones de almas en pena.


Lo yo les diga, mortis calavera.


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4 comentarios:

José Antonio del Pozo dijo...

bien visto, Rubalc como el enterrador de sas pelis del oeste polvorientas y repletas de cadáveres, los que va dejando él
saludos blogueros

José Antonio del Pozo dijo...

gracias, por seguir mi blog, Juan Antonio. Me gusta el tuyo y pienso seguirlo, y en cuanto pueda (no sé por qué ahora sólo me sale en tu blog el rótulo de seguidores, pero no los recuadros ni el botón para hacerme seguidor) me inscribiré como seguidor público del tuyo.
Un abrazo (y gracias también por tu gran comment sobre Arendt)

La Pecera dijo...

Resuelto, José Antonio. Mis disculpas porque soy bastante torpe con todas estas... lo que sean. A mí es a quien gusta tu blog y, como podrás ver, me he hecho seguidor. Un abrazo y mis sinceras felicitaciones.

Y Otros Paisajes.. dijo...

maravilloso! me ha encantado!
un abrazo!