martes, 7 de abril de 2009

Zapatero en la cumbre


Artículo publicado el 7 de abril de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Zapatero estuvo en la cumbre. Lo que no nos cuentan los medios es lo que hoy nos va a narrar mi predilecto asesor Ignatius que, por una de esas casualidades de la vida, se encontraba la pasada semana de viaje en Londres. A Ignatius le encanta viajar, pues afirma que viajar ilustra. Y viajaría más si no le hubieran prohibido el acceso a los aviones de una treintena de compañías, discriminación que Ignatius achaca a su peso excesivo y a su empeño reiterado en colarse en la cabina del piloto para cerciorarse de que el avión vuela a una altura prudente, de que el piloto no va achispado, de que tiene licencia de vuelo, de que los mandos del avión funcionan, de que lleva suficiente combustible y de que su equipaje va debidamente instalado en la bodega del avión. Tampoco le ha ayudado su costumbre de tocar la trompeta para calmar los nervios en los despegues y aterrizajes o la de lanzar pequeños pero sonoros eructos durante el vuelo para facilitar la apertura de su válvula pilórica. Por no hablar de sus flatulencias.
Pero a lo que vamos. Durante su estancia en Londres, Ignatius presenció una escena que relata así. Le paso los trastos de escribir.
Me encontraba paseando por una céntrica calle londinense en la que esperaba encontarme de un momento a otro con Mary Poppins cuando a quien me encontré fue a Zapatero, ya saben, ese chico alto y espigado, de ojos llorosos y mentón flácido, que padece de ciática ante el paso de la bandera de Estados Unidos y que, por esas cosas inexplicables de la vida, preside el Gobierno de España. Iba ZP rodeado de una nube de asesores, unos setecientos cincuenta diría yo, a quienes el prócer comentaba en voz alta lo siguiente:
−Mi presencia en el G20, ese exclusivo club al que pertenecemos España y yo, gracias a mi especial denuedo, es un hecho histórico. España y yo estamos en el foro que va a decidir el futuro del mundo. Nuestra presencia, qué digo presencia, nuestra pertenencia al G20 no es más que el reconocimiento mundial del importantísimo papel que jugamos España y yo mismo en el concierto internacional. La exitosa Alianza de Civilizaciones, la aguerrida vocación pacifista de nuestras tropas, demostrada por el hecho de que son las últimas en llegar y las primeras en salir de los escenarios de batalla, nuestras estrechas relaciones con las potencias mundiales, mi amistad íntima con Obama, con el que me unen el footing, el jogging y el basket balling, la prestigiosa circunstancia de que nuestro Ministro de Asuntos Exteriores se pueda dirigir al mundo en lingala, que es el universal idioma del Congo, mi dilatada experiencia con el fenómeno del paro, pues no en vano somos los primeros productores de desempleo del mundo, mi férreo control sobre el sistema financiero español, en fin, todo ello y muchas cosa más, son los triunfos que nos permiten a España y a mí sentarnos a la mesa de los poderosos, en el centro de la gobernanza mundial.
En esto, un nutrido grupo de manifestantes antisistema, rastafaris ellos, armados de piedras y palos y con los rostros ocultos tras unos tupidos pañuelos rojo revolusión, apareció a la vuelta de una esquina. Al escuchar las triunfantes voces presidenciales, rodearon al exitoso presidente y a su cohorte de asesores y los rociaron con una lluvia de piedras al tiempo que agitaban los garrotes, mientras gritaban democráticamente: “¡Abajo los imperialistas! ¡Muera el G20! ¡Capitalistas! ¡Ellos son los culpables! ¡Que nos devuelvan los cuartos!
ZP, ante tamaña injusticia, se puso blanco, como Pepiño, y, cogiendo valientemente un megáfono, se dirigió a la multitud enfurecida y rastafari:
−¡Os equivocáis! ¡Estáis confundidos! Yo no pertenezco al G20. Estoy aquí porque Sarkozy, el malvado presidente francés, me ha obligado a ocupar media silla como invitado a cambio de favores inconfesables. Además, la comparto con dos tres paises más. Tampoco está España, pues esa silla es la silla de la Unión Europea. ¡Escuchadme y no tiréis piedras! Jamás he hablado con Obama, el imperialista, y además me quedé sentado al paso de la bandera de los odiosos Estados Unidos. ¿Cómo vamos a hablar si yo sólo hablo el idioma de la revolución cubana con acento vallisoletano y él no? ¿Cómo voy a dirigirle la palabra a quien, como tantas veces he dicho, representa al país culpable del paro que estrangula a mi país? Yo sólo me relaciono con Evo, con Hugo, con Fidel y con otros revolucionarios de confianza. ¡No alcéis contra mí las piedras y los garrotes, que soy un descamisado! ¡Dirigidlos contra los auténticos culpables de todo este desaguisado que son Aznar y Mariano de las Azores! ¡Abajo el PP! ¡Marchaos a Génova Trece!
Cuando la multitud de manifestantes antisistema se dirigió convencida y enfurecida a manifestarse ante el número trece de la calle Génova de Madrid, Zapatero y sus setecientos cincuenta asesores se marcharon tranquilamente a la reunión que el G20 celebraba en un viejo refugio de la Segunda Guerra Mundial sito en el recinto ferial de ExCel. “Allí estaremos seguros”, pensó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Zapatero, una cosa y su contraria.