(Artículo publicado el día 2 de febrero de 2016 en el diario La Opinión de Murcia) |
Una de las frases más recurrentes y tópicas,
aunque no por ello menos vigente, es la que se atribuye a Otto von Bismarck, el impulsor de la unificación de la Alemania
moderna: ''Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del
mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido''.
A esos siglos a que se refería el Canciller de Hierro hay que sumarle el siglo
y medio transcurrido desde que pronunciara su sentencia hasta nuestros días. Si
Bismarck hubiera visto lo que hoy acontece en España, habría cerrado la frase
de muy distinto modo, con un “…y parece que está a punto de conseguirlo.”
No
nos engañemos, España no es más que la suma de los españoles, y ocurre lo que
los españoles queremos que ocurra. No busquen ustedes un solo culpable, pues
culpables somos todos; y tampoco los busquen en la historia, sino en el momento
presente. España no necesita enemigos externos. Antes bien, cuando los ha
habido, fueran franceses o euros, se han dado en nuestra historia esos escasos
momentos de unidad democrática; pero, vencido el enemigo común, hemos vuelto
irremisiblemente a las andadas. Como dice mi amigo José Luis Morga “en España cada cual va a lo suyo, excepto yo, que
voy a lo mío”, chiste que no puede ser más cierto.
Mi Lector Malasombra, muy
madrugador él, acaba de apuntarme a la cresta con su escopeta de perdigones
para, como escribía el poeta catalán Bartrina,
acusarme de ser español precisamente por hablar mal de España. Les recuerdo los
versos:
Oyendo hablar a un hombre, fácil es
acertar dónde vio la luz del
sol;
si os alaba Inglaterra, será
inglés,
si os habla mal de Prusia, es
un francés,
y si habla mal de España, es
español.
Y
tal vez sea así, aunque le recuerdo que quienes lo han venido haciendo en los
últimos quinientos años son aquellos que, incluso no siendo españoles, como
Bismarck, sabían de España y sus desventuras, de cómo hemos sido capaces de
abandonar alegremente el camino seguro de la unidad para trotar como cabras por
el sendero pedregoso y abrupto de la división, mientras el cabrero se fuma un
puro.
Tenemos un nuevo parlamento, sí,
pero resulta que no es nada nuevo. Es el viejo circo en donde se practican los
igualmente viejos deportes de la zancadilla nacional, de la mano tendida con el
puño cerrado y del garrote y tentetieso. En casi dos meses no han sido capaces
de entender lo que España necesita, que no es sino lo común, y siguen
deshaciéndonos en personalismos y particularismos. Dicen que es producto de la
matemática electoral, pero yo creo que se trata más bien de una especie de suma
de quebrados con distinto cociente. Al PP no le salen las cuentas, pero tampoco
le salen al PSOE y, menos aún, a Podemos o a Ciudadanos, cuentas que se
complican enormemente cuando, además, un par o dos de los mencionados excluyen
de la suma a uno de los sumandos. Y yo me pregunto entretanto si habrá algún
partido político que piense en España en lugar de hacerlo en su ombligo
soberano. También fue Bismarck quien dijo aquello de que "el político
piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación."
¿Hay quien piense por ventura en esa generación de españoles que nos ha de
suceder? ¿Hay algún estadista entre los presentes? ¿Alguien me escucha? Nadie
contesta.
Y
ya puestos a citar, me despido haciéndolo con un soneto de José Bergamín titulado “Ecce España”, cuyo título latinizado lo
dice todo:
Dicen que España está españolizada,
mejor diría, si yo español no fuera,
que, lo mismo por dentro que por fuera,
lo que está España es como amortajada.
Por tan raro disfraz equivocada,
viva y muerta a la vez de esa manera,
se encuentra de sí misma prisionera
y furiosa de estar ensimismada.
Ni grande ni pequeña, sin medida,
enorme en el afán de su entereza,
única siempre pero nunca unida;
de quijotesca en quijotesca empresa,
por tan entera como tan partida,
se sueña libre y se despierta presa.
Pues
eso, que tal vez sea cuestión de echarle más bigotes, como los de Bismarck.
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