lunes, 29 de febrero de 2016

Y nosotros... ¿podemos nosotros?

(Artículo publicado el 1 de marzo de 2016 en el diario La Opinión de Murcia)

Está claro que ellos van pudiendo. La Conjura de Todos Contra la Iglesia Católica, integrada por varias organizaciones de izquierda, varios centristas del partido Ni Quito Ni Pongo Rey Pero Ayudo a Mi Señor y algún descarriado de derechas, y audazmente encabezada por los chicos y chicas de Podemos, ha decidido terminar la obra que un día iniciara con cierto éxito el emperador romano Nerón quien, habiendo prendido fuego a Roma en un arrebato de inteligente locura, acusó de ello a los cristianos con el único objetivo de prenderles fuego también a ellos. Hoy, los cristianos y muy especialmente los católicos están siendo perseguidos hasta la muerte en buena parte del mundo. No echaré leña al fuego de la hoguera islamista porque, en el silencio de Occidente ante las matanzas que continuamente se suceden, llevamos la penitencia. Y si no, al tiempo.

Lo de aquí es mucho más sofisticado que encerrar en una iglesia a varios cientos de hombres  mujeres y niños cristianos y quemarlos vivos. Y, aparentemente, mucho más limpio y por ello plausible. El método no es nuevo y ni siquiera afecta exclusivamente a los católicos. Ya lo pusieron en marcha personajes tan simpáticos como Stalin o Hitler. El procedimiento lo describe con especial lucidez la escritora Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo. Arendt, de religión judía y paradójica amante de quien fue discípula predilecta, el filósofo cercano al nazismo Martin Heidegger, escribía lo siguiente sobre el modo de operar tanto del nazismo como del comunismo, los dos regímenes totalitarios nacidos en el siglo XX:
 “Una vez que ha sido muerta la persona moral, lo único que todavía impide a los hombres convertirse en cadáveres vivos es la diferenciación del individuo, su identidad única (…) Tras el asesinato de la persona moral y el aniquilamiento de la persona jurídica, la destrucción de la individualidad casi siempre se convierte en éxito.”

Parafraseando a James Carville, el estratega electoral que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca, son los valores morales, estúpidos, los que constituyen el objetivo de la Conjura. Nada de manchar el suelo con la sangre de nadie o de prender fuego a las iglesias y a las escuelas católicas con niños católicos dentro. Basta con incendiar intelectualmente esas escuelas, aún vacías; con prender fuego y quemar en la hoguera de lo políticamente correcto, es decir, de lo laico y aconfesional, manifestaciones religiosas como las procesiones de Semana Santa, para sacar a continuación el “coño insumiso” en procesión festiva y colorista; basta con eliminar del callejero de cada ciudad los nombres de religiosos o de imágenes devocionales; con prohibir a las autoridades civiles y militares su participación en actos religiosos; con desproveer de su condición de autoridad a los obispos católicos, con objeto seguramente de que pueda ser ofrecida a los jefes de otras religiones más afines, por si las moscas; con prohibir el uso como colegios electorales de escuelas y colegios católicos, no vaya a ser que la Cruz recuerde al votante la que le está cayendo encima; basta con sustituir a los tres Reyes Magos por tres hechiceros de medio pelo o por tres brujas (supongo que, siendo sinónimo de magas, no se me ofenderá nadie porque las llame brujas), como ocurrió en Madrid y en Valencia.

Esto y algo más es lo que está ocurriendo hoy en Sevilla y en toda España, pero tampoco son estos los objetivos en sí mismos. El objetivo no es matar a los cristianos como en la Roma antigua o como en el Oriente moderno, sino matar los valores en los que se asienta el cristianismo, habida cuenta de que, como escribía Arendt, tras el asesinato de la persona moral, o sea de sus valores, y el aniquilamiento de la persona jurídica, esto es, de sus derechos y libertades individuales, la destrucción de la individualidad, último factor de resistencia ante el totalitarismo, será un éxito. En este punto, mi Lector Malasombra, siempre ojo avizor, me increpa preguntando muy airado si los estoy llamando totalitarios. Pues sí, dilecto lector, a quienes así actúan los acuso abiertamente de totalitarios, de pretender la quiebra de los valores morales cristianos en que se fundamenta nuestra civilización, de aspirar a la supresión de los derechos y libertades de la persona, nacidos también de aquellos valores, y de hacer todo ello para lograr finalmente la aniquilación del individuo y su sustitución por el hombre-masa, el sueño dorado de cualquier totalitario.

Hannah Arendt terminaba su libro con un párrafo muy hermoso y lleno de esperanza, que no me resisto a transcribir para cerrar este artículo:

“Pero también permanece la verdad de que cada final en la Historia contiene necesariamente un nuevo comienzo: este comienzo es la promesa, el único “mensaje” que le es dado producir al final. El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del hombre; políticamente se identifica con la libertad del hombre. “Initium ut esset homo creatus est” (“para que un comienzo se hiciera, fue creado el hombre”), dice San Agustín. Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento; este comienzo es, desde luego, cada hombre.”
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