(Artículo publicado el 1 de marzo de 2016 en el diario La Opinión de Murcia) |
Está claro que ellos
van pudiendo. La Conjura de Todos Contra la Iglesia Católica, integrada por
varias organizaciones de izquierda, varios centristas del partido Ni Quito Ni
Pongo Rey Pero Ayudo a Mi Señor y algún descarriado de derechas, y audazmente
encabezada por los chicos y chicas de Podemos, ha decidido terminar la obra que
un día iniciara con cierto éxito el emperador romano Nerón quien, habiendo
prendido fuego a Roma en un arrebato de inteligente locura, acusó de ello a los
cristianos con el único objetivo de prenderles fuego también a ellos. Hoy, los
cristianos y muy especialmente los católicos están siendo perseguidos hasta la
muerte en buena parte del mundo. No echaré leña al fuego de la hoguera islamista
porque, en el silencio de Occidente ante las matanzas que continuamente se
suceden, llevamos la penitencia. Y si no, al tiempo.
Lo de aquí es mucho
más sofisticado que encerrar en una iglesia a varios cientos de hombres mujeres y niños cristianos y quemarlos vivos.
Y, aparentemente, mucho más limpio y por ello plausible. El método no es nuevo
y ni siquiera afecta exclusivamente a los católicos. Ya lo pusieron en marcha
personajes tan simpáticos como Stalin
o Hitler. El procedimiento lo
describe con especial lucidez la escritora Hannah
Arendt en Los Orígenes del
Totalitarismo. Arendt, de religión judía y paradójica amante de quien fue
discípula predilecta, el filósofo cercano al nazismo Martin Heidegger, escribía lo siguiente sobre el modo de operar tanto
del nazismo como del comunismo, los dos regímenes totalitarios nacidos en el
siglo XX:
“Una vez que ha sido muerta la persona moral,
lo único que todavía impide a los hombres convertirse en cadáveres vivos es la
diferenciación del individuo, su identidad única (…) Tras el asesinato de la
persona moral y el aniquilamiento de la persona jurídica, la destrucción de la
individualidad casi siempre se convierte en éxito.”
Parafraseando a James Carville, el estratega electoral
que llevó a Bill Clinton a la Casa
Blanca, son los valores morales, estúpidos, los que constituyen el objetivo de
la Conjura. Nada de manchar el suelo con la sangre de nadie o de prender fuego
a las iglesias y a las escuelas católicas con niños católicos dentro. Basta con
incendiar intelectualmente esas escuelas, aún vacías; con prender fuego y
quemar en la hoguera de lo políticamente correcto, es decir, de lo laico y
aconfesional, manifestaciones religiosas como las procesiones de Semana Santa,
para sacar a continuación el “coño insumiso” en procesión festiva y colorista;
basta con eliminar del callejero de cada ciudad los nombres de religiosos o de
imágenes devocionales; con prohibir a las autoridades civiles y militares su
participación en actos religiosos; con desproveer de su condición de autoridad
a los obispos católicos, con objeto seguramente de que pueda ser ofrecida a los
jefes de otras religiones más afines, por si las moscas; con prohibir el uso
como colegios electorales de escuelas y colegios católicos, no vaya a ser que
la Cruz recuerde al votante la que le está cayendo encima; basta con sustituir
a los tres Reyes Magos por tres hechiceros de medio pelo o por tres brujas
(supongo que, siendo sinónimo de magas, no se me ofenderá nadie porque las
llame brujas), como ocurrió en Madrid y en Valencia.
Esto y algo más es
lo que está ocurriendo hoy en Sevilla y en toda España, pero tampoco son estos
los objetivos en sí mismos. El objetivo
no es matar a los cristianos como en la Roma antigua o como en el Oriente
moderno, sino matar los valores en los que se asienta el cristianismo, habida
cuenta de que, como escribía Arendt, tras el asesinato de la persona moral, o
sea de sus valores, y el aniquilamiento de la persona jurídica, esto es, de sus
derechos y libertades individuales, la destrucción de la individualidad, último
factor de resistencia ante el totalitarismo, será un éxito. En este punto, mi
Lector Malasombra, siempre ojo avizor, me increpa preguntando muy airado si los
estoy llamando totalitarios. Pues sí, dilecto lector, a quienes así actúan los
acuso abiertamente de totalitarios, de pretender la quiebra de los valores
morales cristianos en que se fundamenta nuestra civilización, de aspirar a
la supresión de los derechos y libertades de la persona, nacidos también de
aquellos valores, y de hacer todo ello para lograr finalmente la aniquilación
del individuo y su sustitución por el hombre-masa, el sueño dorado de cualquier
totalitario.
Hannah Arendt
terminaba su libro con un párrafo muy hermoso y lleno de esperanza, que no me
resisto a transcribir para cerrar este artículo:
“Pero también
permanece la verdad de que cada final en la Historia contiene necesariamente un
nuevo comienzo: este comienzo es la promesa, el único “mensaje” que le es dado
producir al final. El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento
histórico, es la suprema capacidad del hombre; políticamente se identifica con
la libertad del hombre. “Initium ut esset
homo creatus est” (“para que un comienzo se hiciera, fue creado el
hombre”), dice San Agustín. Este comienzo es garantizado por cada nuevo
nacimiento; este comienzo es, desde luego, cada hombre.”
.
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