martes, 27 de julio de 2010

Canícula

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(Artículo publicado el 27 de julio de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)





La palabra comparte sonoridades con el nombre de uno de los emperadores romanos más crueles, y con el patronímico del príncipe rumano Vlad Tepes, el Empalador, el hijo de Dracul, pero se trata simplemente de un palabra de origen latino (no, sudamericano no, hijos de la LOGSE, latino porque procede del latín, sí, esa lengua muerta pero insepulta que estudiaron vuestros padres y que los hizo algo más cultos), que significa “perrita” y que da nombre al período del año en que es más fuerte el calor. Pensaban los romanos que al caerles la canícula encima les dejaba como perros sin aliento, echados a la sombra. Curiosamente, el diccionario de la RAE dice que en astronomía la canícula es el tiempo del nacimiento helíaco de la estrella Sirio (el Can) que antiguamente coincidía con la época más calurosa del año, pero que hoy no se verifica hasta fines de agosto. Lo que vienen a decir estos padres de la Lengua metidos a hombres del tiempo es que agosto, cuando se verifica el nacimiento de la estrella, ya no es el momento más caluroso del año, sino que la canícula se sitúa antes o después.



Los de por aquí abajo, a los murcianos me refiero, sabemos bien que desde hace años la canícula se sitúa en el mes de julio, en el que las temperaturas superan fácilmente los cuarenta grados. Los más viejos del lugar nos recordarán, sin embargo, que hace unos cuantos años no era así y que agosto era con mucho el mes más caluroso del año, de ahí su mala fama. Pero ya saben lo que dice el refranero, que unos crían la fama y otros cardan la lana.



Canícula podría ser también el título de una película de terror de ciencia ficción, en el que el sol se desmadra y nos pone a cocer sin misericordia alguna. Es posible que ese argumento, un tanto vulgar, lo sea aún más por cuanto que está sucediendo realmente. Dicen los científicos del calentamiento global que la temperatura media del planeta subirá entre tres y cinco grados más según las fuentes a lo largo del siglo XXI.



Una de las conclusiones más beneficiosas que deberíamos extraer de la probada suplantación de agosto por julio en el escalafón de meses calurosos es que habría que hacer lo propio con las leyes para declarar inhábil el mes de julio en lugar de agosto. En este punto, lo sé, mi querido lector malasombra, que ya no se aguanta más, habrá saltado presa de la calentura canicular para vociferar al oído de su vecino de sombrilla algo así como ¡Pero qué leches ha escrito hoy este Megías…! Pues eso, que la calentura canicular afecta gravemente al cerebro, entre otras cosas, y que inhabilitar para la mayoría de los asuntos públicos y privados el mes más caluroso del año fue desde siempre una decisión acertada que nos ha librado de Dios sabe cuántos tropiezos. Pero, claro, si el más caluroso es desde hace unos años el mes de julio, es éste y no otro el que deberíamos inhabilitar. Sin ir más lejos, si julio hubiere sido el mes inhábil para los políticos nos habríamos ahorrado escuchar algunos disparates calenturientos como el que nos soltó la semana pasada la monísima señora Vicepresidenta del Gobierno sobre la Selección Española de fútbol. Hasta mi lector malasombra se habría ahorrado este artículo, fruto sin duda de las referidas calenturas.



De manera que, sin más circunloquios, me despido de todos ustedes con aquella frase de mi nunca bien ponderado amigo Luis Romero: Al César lo que es del César y adiós porque me voy de vacaciones.


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martes, 20 de julio de 2010

El derecho a nacer

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(Artículo publicado el 20 de julio de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Muchos de ustedes habrán visto esa película protagonizada por Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Montgomery Cliff y Maximilian Schell, entre otros, que en la versión original llevaba por título Judgement at Nüremberg y en la española el de Vencedores y Vencidos. El argumento se centra en uno de los juicios de Nüremberg, el conocido como el Juicio de los Jueces, en el que, una vez procesados y condenados los jerarcas nazis más destacados, fueron juzgados y hallados culpables varios jueces alemanes por su participación en los crímenes de estado, fundamentalmente mediante la aplicación de las leyes de esterilización y eugenesia del Tercer Reich. En este Juicio de los Jueces, a diferencia de los demás juicios de Nüremberg, los criminales eran expertos juristas, conocedores de la Ley que, incluso, habían participado en su elaboración. La otra gran diferencia estriba en que, mientras que en los demás casos los crímenes contra la humanidad fueron cometidos contra lege, es decir, violando las normas del derecho, escritas o no, en el caso de los jueces alemanes los crímenes fueron perpetrados mediante la estricta y jurídicamente impecable aplicación de las leyes alemanas que, por otra parte, no eran ajenas a las llamadas corrientes progresistas del derecho. Hay que recordar que la esterilización de los deficientes mentales era una práctica habitual en muchos estados, que fue ratificada en 1927 por la Corte Suprema de Estados Unidos, y que la eugenesia contaba entre sus partidarios a ilustres pensadores como Alexander Graham Bell, George Bernard Shaw y Winston Churchill. Durante la primera mitad del siglo XX fueron aplicados programas de esterilización masiva de enfermos hereditarios en países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Noruega, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza.


Así las cosas, los jueces alemanes se encontraron ante el dilema de cumplir las leyes de su país o de incumplirlas dictando sentencias exculpatorias por entender que se trataba de leyes injustas. Aquellos alemanes que se negaron a cumplir las leyes nazis hoy son proclamados héroes y aquellos que las cumplieron fueron juzgados y condenados como criminales de Estado. Pudiera parecer que, hoy, setenta y cinco años después de que fueran aprobadas las Leyes de Nüremberg, este problema está resuelto en favor del incumplimiento de aquellas normas que el individuo considera injustas, la llamada cláusula u objección de conciencia. Pero nada más lejos de la realidad.


Por supuesto que todo esto viene a cuento de la entrada en vigor, y de su cumplimiento o rechazo, de la perversamente llamada Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, que permite a niñas que no pueden hacerse un tatuaje sin permiso de sus padres decidir que les sea practicado un aborto sin siquiera dar cuenta de ello a esos mismos padres. Aborto “sin interferencia de terceros” en cualquier caso hasta las catorce semanas de embarazo, dice la ley en uno de los ejemplos más cínicos de perversión del lenguaje.


Mientras que esto ocurre, el Tribunal Constitucional ha rechazado suspender la vigencia de la Ley durante la tramitación el recurso de inconstitucionalidad interpuesto contra la misma. Casualmente, el mismo Tribunal que afirmaba en su Sentencia 53/1985, de 11 de abril, que “La vida del nasciturus es un bien jurídico constitucionalmente protegido por el artículo 15 [el derecho a la vida] de nuestra norma fundamental”, el mismo que interpretó que la vida del feto prevalece sobre el derecho de la madre a interrumpir la gestación, ya que el tiempo del embarazo es “también un momento del desarrollo de la vida misma”. Algunos políticos conservadores han manifestado su intención de no aplicar la Ley para luego desdecirse antes de transcurridas veinticuatro horas. Por su parte, los políticos progresistas están dispuestos a llevar al cadalso político a aquél, no ya que incumpla, sino que intente obstaculizar la aplicación de la Ley del aborto. Hay algún imbécil, incluso, que ha negado la objección de conciencia en esta materia “porque no está recogida en la Ley”. Por cierto, son esos mismos políticos progresistas que anuncian la burla al Tribunal Constitucional, regulando por ley ordinaria aquellas cuestiones del Estatuto de Cataluña que el Tribunal ha declarado inconstitucionales.


¿Qué estoy comparando esta Ley con las Leyes de Nüremberg? Pues sí, mire usted.


¿Qué comparo estas políticas con las políticas eugenésicas nazis? Pues también.


Una ley injusta no deja de serlo por el hecho de que haya sido aprobada por un parlamento democrático. Una ley es injusta porque vulnera un principio del derecho. Y una ley es injusta cuando atenta contra el derecho a la vida, incluida la del no nacido. Tribunal Constitucional dixit.


Y, ahora, cierren los ojos y sigan durmiendo.

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miércoles, 14 de julio de 2010

¡España, campeona!

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(Artículo publicado el martes y 13 de julio de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Quien habla se equivoca y, si habla mucho, se equivoca mucho. Y si escribe, se equivoca por escrito y no le queda más remedio que desdecirse por el mismo medio, que es lo que voy a hacer yo ahora mismo. En mi artículo anterior daba a entender que el fútbol estaba propiciando un uso frívolo de la bandera española en ausencia de usos más respetuosos con nuestra historia y nuestras instituciones. Acertaba en lo del uso frívolo pero, al mismo tiempo, me equivocaba de medio a medio. Me dí cuenta de ello cuando, después de la victoria en semifinales, el diario oficial del madridismo rampante abrió edición al día siguiente con un ¡Visca España! en honor del autor del testarazo, el capitán del Barcelona y defensa central de la selección española Carles Puyol. Si el muy españolista diario AS usaba el catalán para felicitar a España, me dije, quién era yo para criticar el uso frívolo y futbolero de la bandera si el fútbol producía estos efectos. Por una vez en la historia de España, pensé, la bandera no había simbolizado la seriedad vestida de luto de una victoria o una derrota empapada en sangre roja, ni tampoco el triunfo de una idea sobre otra, o la exclusión de un español hacia otro. Por una vez, noté, la bandera no había sido sudario de nadie, sino que se había parecido más a la camiseta sudada por el esfuerzo deportivo de un español, de un sevillano, de un leridano o de uno de Fuenlabrada.


El domingo, un par de horas antes de la final, cuando me dirigía a casa abriéndome paso a manotadas entre el bochornazo veraniego, fui encontrando grupos de jóvenes y no tan jóvenes, envueltos en la bandera española, pintadas sus caras con los colores de la bandera española, familias completas ataviadas con la camiseta roja de la selección. Cientos de balcones lucían la bandera. Los coches que circulaban por la Gran Vía de Murcia llevaban banderas españolas ondeando en las ventanillas y en los parachoques. En la Plaza de Belluga había ya más de mil personas en torno a una pantalla gigante adornada con banderas de España.


Cuando llegué a casa para ver el partido con mi familia fui al armario de mi despacho. Allí, entre otras muchas cosas, encontré una cinta con la bandera española, recuerdo de alguna inauguración oficial. También tenía guardada una barrita de pintura roja, amarilla y roja y una caja con algunos petardos que sobraron de una Nochevieja pasada. Antes, al pasar por un chino, había comprado un par de banderitas pequeñas y otra grande. Unas cervezas y unas fantas de naranja, unas tapitas, las banderas, los colores, la camiseta roja de mi hija Pepa y la televisión. Y dio comienzo el partido.


La Reina Doña Sofía, soberbia. La ceremonia de clausura, espectacular. Nadal, patriótico. Gassol, altísimo, como el Príncipe. La Roja, vestida de azul, para variar. Los holandeses, mal fútbol y peores maneras. Los españoles, en su sitio. Del Bosque, siempre templado. Los minutos corriendo deseperadamente hacia los penaltis. Hasta que, por fin, llegó Fernado Torres y centró, y el balón rebotó a Cesc, y Cesc pasó a Iniesta, e Iniesta, en esa extraña mezcla de sangre fría y coraje que siempre pone en juego, batió al portero holandés por la fuerza de su disparo.


Luego vino el sueño cumplido de varias generaciones de españoles. España, campeona del mundo. El gol de Zarra cedió definitivamente su sitio en nuestra memoria al gol de Iniesta. El primer abrazo tras la victoria, el del capitán del Real Madrid, el madrileño Casillas, al capitán del Barcelona, el catalán Puyol. Otro símbolo. Mientras, miles de personas celebraban el triunfo de España en la Plaza Moyúa de Bilbao y otras muchas lo hacían en las Ramblas de Barcelona, en torno a la fuente de Canaletas, a pesar de cuatro, ahora sí se puede decir que son cuatro, desalmados.


La gigantesca bandera española de la Plaza de Colón ondeó orgullosa, esta vez sí.


Y con toda la razón.

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martes, 6 de julio de 2010

Vuvuzelazos

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(Artículo publicado el 6 de julio de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Por los mentideros políticos y futboleros corre el rumor de que los brillantes resultados futbolísticos de la Roja vestida de azul se han debido fundamentalmente a una especie de prima con la que estaban incentivados los jugadores. Ya saben ustedes que la modelo Larissa Riquelme, musa deportiva de los paraguayos, había prometido a sus enfervorecidos jugadores que si ganaban el partido de cuartos contra España se desnudaría en la Plaza de la Democracia, suponemos que de Asunción. Para que luego digan que Paraguay no tenía delantera. Por su parte, el seleccionador argentino Diego Armando Maradona, que en su país levanta tantas pasiones como la modelo Riquelme, aunque de otro tipo, se comprometió también a desnudarse junto al obelisco de Buenos Aires si su selección ganaba el Mundial. Tanto la Larissa como el Pelusa se han visto libres de su compromiso, aunque la paraguaya ha dicho que va a desnudarse como premio de consolación, lo que me parece muy bien. Y Dieguito hará lo propio, si el tiempo, la autoridad y la Diosa del Buen Gusto no lo impiden. Pero dejemos a los perdedores y vayamos con los victoriosos. Por cierto, estoy de acuerdo con alguien que decía en un blog que debería estar prohibido jugar partidos de fútbol durante los conciertos de vuvuzelas.


No me creo, no, que los alemanes jugaran como jugaron ante Argentina espoleados por la presencia de Angela Merkel y mucho menos por promesa alguna de descubrirles sus abundantes encantos. La selección alemana juega así, simplemente porque está en el cuaderno de instrucciones. Siempre lo han hecho, lo que pasa es que unas veces les ha salido bien, como el otro día, y, otras, mal, como espero que les ocurra frente a España. El alemán se estimula llanamente con la idea de hacer lo ordenado y alcanza el clímax cuando además lo hace por Alemania. No hay más que verlos durante la interpretación del Deutschland über alles, firmes y con la mirada perdida en la infinitud.


España, digan lo que digan, es diferente. Aquí esas zarandajas del cumplimiento del deber, no solo no nos motivan para nada, sino que hay toda una filosofía montada para ridiculizar la idea. No me negarán que cuando yo mismo escribía hace un par de líneas que los alemanes se estimulan con la idea de hacer lo ordenado no han esgrimido casi todos ustedes, mis queridos lectores, una media sonrisa conmiserativa y displicente. No, aquí lo de cumplir con la obligación, no sólo no motiva, sino que deprime. Y lo de hacerlo por España, cuando no desata la risa más castiza, despierta el odio de la carcundia nacionalista. Puesto a pensar, la idea de España no motiva a nadie a hacer nada bueno. Todo lo que un buen españolito hace por España es berrear el himno sin letra cuando juega, no la Española, no, que eso es nombre de aceituna rellena con reminiscencias colombinas, sino la Roja, que es un apodo así como de miliciana del Frente Popular, con el que alguien, además, está haciendo su agosto. Sí, ahora con la Roja, se ven todas las banderas nacionales que no se verán jamás el Doce Octubre o que no se vieron en la festividad de Santiago, el todavía Patrón de España, ni se adivinaron siquiera cuando se perpetró el Estatuto de Cataluña. Si la Roja gana, ondean las banderas aunque sean a modo de capas de supermán. Si la Roja pierde, verán ustedes de nuevo por el suelo las banderas españolas, culpables de la derrota. Si ganamos, gana la Roja. Si perdemos, perderá España. Como si lo viera.


Pero, sabiendo ya no solo que España no es Alemania, sino que estamos mucho más cerca del patrioterismo paraguayo o argentino la pregunta que se hace todo el mundo es quién había prometido aquí que se desnudaría si España pasaba a semifinales y luego, vista la apatía con la que jugó la Roja durante tres cuartas partes del partido, quién o quiénes amenazaron con hacerlo si no ganaban.


Se admiten apuestas.

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