martes, 24 de noviembre de 2009

Todavía desde mi vieja pecera


Artículo publicado el 24 de noviembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Pues sí, he sobrevivido a la restauración del Casino, hoy más Real que nunca. A la anterior restauración en que me embarqué no sobreviví, no señor, o sea que morí en el intento. O, tal vez, no.

Lo han escrito antes que yo: el Casino luce lindo, que decían en los doblajes mejicanos. Está de nuevo en el Siglo XIX, tal y como augurara un epigramático columnista y esto lo pueden atestiguar las más de treinta mil personas que lo han visitado en estos primeros quince días de vida de ese bebé de ciento sesenta y dos años de edad. Estoy feliz por ello, qué quieren que les diga. Hasta he logrado hacerme dos carambolas seguidas en la mesa de billar…

Sentado de nuevo en la Pecera, retoñada y refrescada Pecera, observo el paso de las gentes y de las cosas en compañía de Ignatius Reilly, mi afamado asesor en cosas de peceras y acuarios. Tendrían ustedes que ver a Ignatius espatarrado en uno de los sillones orejeros de piel, mientras mordisquea distraida y cladestinamente cualquier cosa indescriptible que se ha sacado de los bolsillos. He logrado convencerle de que para estar cómodo no hace falta que se quite los zapatos ni que se ponga la bata de franela. Por su parte, anda él empeñado en convencerme de lo maravilloso que resultaría para mí en particular y para el público en general que el propio Ignatius ofreciera cada día un concierto de trompeta a la hora de la siesta, convencido, dice, de que la música de trompeta daría vida a las mustias Peceras del Casino. Dios me libre.

Mientras hablamos de una cosa o de otra, yo, y de las bondades del concierto de trompeta, él, vamos viendo pasar la vida por la calle Trapería. Se acerca la Navidad, más madrugadora que nunca y también más calurosa, y la calle se llena de gente mientras que los naranjos de las plazas murcianas, engañados por este otoño primaveral, entran en floración tardía. El perfume de los galanes de noche aún persiste en el jardín de Floridablanca, que atravieso en mis paseos nocturnos para combatir el azúcar y la hipertensión, y sólo falta el canto del grillo. La ropa de invierno languidece todavía entre bolas de naftalina y la gente se sigue bañando en las playas pero, para que vean que el tiempo pasa aunque el clima se estanque, Ignatius se marcha esta semana a celebrar el Día de Acción de Gracias con su madre y la señora Santa Battaglia en su vieja casa de la calle Constantinopla.

En Estados Unidos, ya saben, celebran en familia el Thanks Giving Day, mientras que aquí los telediarios hacen casi lo mismo con los sufridos ciudadanos, nos dan el día en familia: cuando no es con el esperpéntico rescate de los tripulantes del Alakrana, es con la crisis económica o con cualquier otra desgracia como, por ejemplo, la anunciada Ley de Economía Sostenible de Zapatero. Sí, ya lo sé. Como un resorte, como un muelle, como un fulminante matasuegras, ha saltado mi querido lector malasombra. “Qué boda sin la tía Juana”, ha exclamado al leer el apellido del Irrepetible. Y es que, querido lector malasombra −un día se me escapará tu nombre, lo sé−, con un gobierno de intervención nacional al más puro estilo de la izquierda española, casi todo lo que podría tocar en mi artículo lo ha trasteado antes el gobierno tentacular de Shoemaker, o Shuhmacher, o Cordonnier, que así se puede llamar al inmediato Presidente de turno de la Unión Europea, aunque él piensa que su presidencia se debe a una conjunción planetaria. Y yo también: es el Sino.

De cosas de casa no voy a escribir, no insistan. Mi reino ya no es de este mundo.