(Artículo publicado el 5 de enero de 2016 en el diario La Opinión de Murcia) |
Pues sí. En los momentos
difíciles de la vida, en que te ronda el fantasma del decaimiento y la
depresión, lo mejor es abrir un libro de humor y comenzar a leer despacito
hasta que notes que los músculos de la sonrisa se ponen en movimiento. Por
fortuna, en mi biblioteca, que se extiende como una mancha de aceite por las
paredes de mi casa, por encima de los muebles y por debajo de las camas,
albergo muchos de ellos, clásicos, recientes y menos recientes. Entre estos
últimos destaca La Conjura de los Necios
(A Confederacy of Dunces), de John Kennedy Toole, del que guardo
varios ejemplares, todos ellos abundantemente subrayados y anotados, excepto
uno. Se trata de una primera edición publicada en 1980 por la Louisiana State
University poco antes de que fuera galardonada con el Premio Pulitzer en 1981,
que mi hija María me trajo de
Estados Unidos. Con Ignatius Reilly, su gordo, entrañable y estrafalario
protagonista, he compartido algunos de los momentos más divertidos de mi vida,
créanme, hasta el punto que durante años fue en muchos de mis artículos la
excusa para decir algo disparatado: Ignatius hablaba mientras yo callaba.
Les confieso, no obstante, que
muchos de los disparates y disloques que escribí no eran del todo míos, pues
existe en verdad un Ignatius Reilly de carne y hueso que suele ser mi fuente de
inspiración y cuyo nombre omitiré por recato y para no faltar a las ignacianas
reglas de la Decencia y el Buen Gusto. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, al
leer una noticia relativa a que una buena señora, perteneciente sin duda a
alguna organización políticamente correcta, instaba a las Administraciones a
habilitar más carriles-bici para poder montar en bicicleta, Ignatius redivivo
levantó la vista del periódico y, enarcando las cejas, formuló la pregunta que
sólo a él podía ocurrírsele: ¿Con sillín
o sin sillín?
Junto a Toole, descansan el sueño de los justos
muchos otros autores, que han hecho de la risa una bendición para sus lectores.
Sin que ello suponga un desdoro para los demás, siento una especial debilidad
por los autores británicos, desde P.G.
Wodehouse a Tom Sharpe, para
quienes la tópica flema británica suele ser una protagonista muy singular.
Sobre esto escribía yo hace unos años una historieta que no me resisto a
reproducir:
“Sin duda, muchos de ustedes conocerán aquella
vieja historia sobre la flema británica –si no la escribió P.G. Wodehouse, bien
pudo hacerlo-, que transcurre en una de esas magníficas residencias campestres
situadas a orillas del río Támesis, que podría ser conocida como Blandings en
recuerdo de Wodehouse. Un estirado mayordomo ―al que llamaremos Beach también
en recuerdo del humorista inglés―, entró en la biblioteca de la casa donde su
señor ―que a esta alturas y por la misma razón no podría ser otro que el
mismísimo lord Emsworth, noveno conde de Emsworth― trataba de ejecutar sentado
en su sillón preferido la complicada maniobra de desplegar el Times para leerlo
sin cortar las hojas. Con la voz levemente engolada, Beach avisó al conde que
se esperaba el desbordamiento inminente del río Támesis. El conde, sin levantar
la vista del periódico, se limitó a despedir al mayordomo con un escueto
“Gracias, Beach”. A los pocos minutos, el impertérrito mayordomo volvió a
entrar en la biblioteca e informó al conde de que el Támesis se había
desbordado finalmente. Lord Emsworth, sin mover un solo cabello, le respondió
de nuevo con otro “Gracias, Beach”. Al poco, se abrió la puerta de la
biblioteca por tercera vez y Beach, apartándose a un lado y con el agua por los
tobillos, anunció imperturbable: “Milord, el Támesis”.
Aunque equivocadamente atribuido a Aristóteles, más bien procede de los
comentarios de Murmelio a la obra de
Boecio, el proverbio latino “Omne animal post coitum triste” no puede
ser más cierto. Tras las estruendosas fiestas del solsticio de invierno, para
mi decepción en eso se han convertido finalmente las Navidades, llega la calma
y con ella la tristeza post-coitum. Para combatirla, nada mejor que una dosis
de humor del bueno.
Háganme caso y cojan un libro. Aunque sea de
humor.
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