(Artículo publicado el 17 de noviembre de 2015 en el diario La Opinión de Murcia) |
Hace unos días tuvo lugar la
puesta de largo del Club de Debate Universitario de la UCAM con la celebración
de un intenso debate de exhibición en el que participaron ocho de los mejores
oradores universitarios del mundo hispano hablante. El cuestión propuesta fue
si se había de combatir el yihadismo mediante la intervención armada. Durante
cincuenta minutos cuatro oradores defendieron la intervención armada, mientras
que los otros cuatro argumentaron en contra de la misma, sea cual fuere la convicción
personal que cada uno tenía ante la cuestión planteada. En este tipo de debates
el orador debe fundamentar sólidamente sus argumentos y exponerlos de manera
persuasiva durante un tiempo limitado, tratando a la vez de refutar los
argumentos contrarios. Poco sospechábamos entonces que la cuestión planteada de
manera teórica se convertiría pocos días después, merced a los atentados de
París, en el eje central del debate político internacional.
No
es la primera vez que el terrorismo yihadista golpea con crueldad a Occidente.
Antes de París, fueron Nueva York, Madrid y Londres las ciudades que sufrieron
ataques terroristas de enorme magnitud. Tampoco Occidente es la única víctima
del islamismo terrorista. En Siria, en Nigeria, en Líbano o en Turquía, y en
muchos otros países, los cristianos y quienes no siendo cristianos se resisten
a aceptar las reglas de vida extremas que propugnan los integristas islámicos
son masacrados casi a diario. Hemos visto degollar en directo a periodistas
occidentales, a ingenieros civiles secuestrados, a cooperantes internacionales
y a sacerdotes cristianos que se encontraban en las zonas de conflicto para
prestar ayuda a quienes lo necesitaran, todos ellos asesinados por la simple
razón de no ser como sus asesinos. Hemos visto a cientos de personas quemadas
vivas por el simple hecho de ser jóvenes estudiantes en una modesta universidad
de centroáfrica. Hemos sabido de cientos de niñas que fueron raptadas para ser
prostituidas y, luego, ya no hemos sabido nunca más de ellas, posiblemente
abandonadas en mitad del Sahara para sufrir una muerte atroz. Hemos contemplado
horrorizados los cuerpos rotos de sus víctimas en atentados cometidos en casi
cualquier parte del mundo. Hemos visto una y otra vez la cara del horror, aquel
horror ciego y obsesivo, irracional, que susurraba el coronel Kurtz en Apocalypse Now y, antes, en El Corazón De Las Tinieblas, de Joseph Conrad.
Quiero
recordar que la brillante actuación de los debatientes en favor y en contra de
la intervención armada contra el yihadismo se saldó con un merecido empate,
pues tan sólidos y convincentes fueron los argumentos empleados por unos y
otros. Sin embargo, hace tiempo que no estamos frente a un debate racional y
educado, ni siquiera ante un episodio de buenos y malos de esos que pueblan la
historia, en el que los malos también tienen sus razones y su corazoncito. No
hay buenos y malos, sino verdugos y víctimas. Creo sinceramente que, como
cristiano, debo perdonar a quien me ofende, a quien me hiere y aún a quien me
mata, pero ¿debo ofrecer mi mejilla a quien mata a mi hermano? Dicho de otra
manera, yo como individuo debo ser capaz de perdonar, pero la Humanidad no
tiene el derecho a hacerlo.
Lo ha
dicho Francia y tiene razón: estamos en guerra, y no porque el razonable Occidente
la haya declarado sino porque la sinrazón yihadista nos la ha declarado a
nosotros.
No
queda más camino que el de hacer la guerra contra quien nos la hace, pero si
queremos ganarla hemos de saber a ciencia cierta qué es lo que vamos a
defender. Para eso no estaría de más que , como ha dicho Angela Merkel, los europeos volviéramos la vista a Dios.
Y
ahora, querido lector Malasombra, apedréeme si quiere.
.
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