Artículo publicado el 8 de julio de 2015 en el diario La Opinión de Murcia |
Unos días antes de sucumbir a un trancazo de verano que me ha tenido estas dos últimas dos semanas en el dique seco, bueno, no precisamente seco, escribía yo que, más allá de los consabidos temas del agua, de las infraestructuras y de la situación económica, los dos grandes retos que la sociedad planteaba a los políticos eran la renovación y la regeneración. Para entendernos, la renovación de las personas y la regeneración de la política.
Durante
todos estos años transcurridos desde la transición, la política ha estado
protagonizada a derecha e izquierda por los hombres y mujeres de una misma
generación. Pero ocurre que los tiempos son otros, que los lenguajes son nuevos
y que nuevas gentes se han incorporado a la vida laboral y social. Los
catedráticos no son ya quienes nos dieron clase a nosotros, sino aquéllos a
quienes nosotros les dimos clase, e igual ocurre con el médico que nos atiende
en la consulta, o el director de banco que nos autoriza el préstamo, o el
inspector de hacienda que revisa nuestra declaración.
Los nuevos ciudadanos
son aquellos para quienes el franquismo no es más que un renglón en la historia,
son los que han crecido y se han movido libremente en un mundo abierto,
aquellos para quienes las novelas de espías de John Le Carré, desarrolladas en el escenario de la guerra fría y
del telón de acero, resultan tan anacrónicas como para nosotros lo fueron las
novelas decimonónicas de nuestros abuelos. Son las generaciones para las que
Internet no es cosa de brujería, son los hombres y mujeres que hablan y se
comunican mediante el lenguaje de las redes sociales, para quienes descubrir
cada mañana que el mundo ha cambiado otro poco más no es motivo de desasosiego,
sino que constituye un reto atrayente. La vieja clase política, llámenle casta
si quieren, entre la que me incluyo, no hemos entendido nada de esto y nos hemos
empeñado en que el mundo siguiera siendo aquél que habíamos conocido y para
cuyo gobierno nos sentíamos llamados, como aquellos jóvenes de las viejas
escuelas y universidades británicas que aún seguían siendo educados para ser
capitanes del imperio cuando el imperio hacía décadas que había desaparecido.
Parafraseando la famosa reprimenda política, es la juventud, imbécil.
He
escrito y dicho en repetidas ocasiones que nosotros somos el problema y ellos
la solución, que el mundo de hoy es de los jóvenes de hoy, y que a ellos
corresponde resolver los problemas que no hemos sido capaces de resolver y aún
aquellos que nosotros mismos hemos creado. Hablando en plata, queridos colegas
de la casta, que les toca a ellos.
Pedro Antonio Sánchez ha cumplido con el primero de los retos, la
renovación de las personas, y además lo ha hecho por partida doble. En la
Asamblea Regional abundan las caras nuevas y las caras jóvenes, que en ambas
cosas consiste la renovación, y lo mismo ocurre con el Gobierno recién
estrenado. Pedro Antonio es ya un buen presidente, entre otras cosas, porque es
un presidente de estos tiempos renovados.
Para el segundo reto, la regeneración, hace falta algo más. Para empezar, es necesario reintegrar al término su auténtico significado que no se ha de confundir con la “neocaza de brujas” puesta en marcha bajo el nombre de “regeneración de la política”.
Para el segundo reto, la regeneración, hace falta algo más. Para empezar, es necesario reintegrar al término su auténtico significado que no se ha de confundir con la “neocaza de brujas” puesta en marcha bajo el nombre de “regeneración de la política”.
Dice el diccionario de
la Real Academia de la Lengua que regenerar es “dar nuevo ser a algo que
degeneró, restablecerlo o mejorarlo”. Pues bien, la auténtica regeneración es la que afecta a la vida
pública en su conjunto, a la vida interna de los partidos, a su democracia, a
los modos de gobernar, a la sustitución de la prepotencia por el diálogo, a la
participación, a la proscripción del sectarismo, a la supresión de privilegios
y a la erradicación de las conductas vergonzantes que no siempre son
coincidentes con la corrupción o con lo ilícito.
Pedro
Antonio ha cuajado su discurso político de compromisos de regeneración de la
vida pública y se ha comprometido a hablar con los afectados antes de decidir, a
abrir los despachos y a actuar con cercanía, humildad y sensibilidad. Pero ha
ido más allá de las palabras: su primera acción de gobierno ha consistido
precisamente en designar un Consejo de Gobierno renovado y, en cierto modo,
sorprendente, integrado por hombres y mujeres jóvenes, muchos de ellos
independientes, es decir sin militancia partidista, y la mayoría procedentes de
la vida civil y dotados de acreditados perfiles profesionales. Es lo más
parecido que he visto a un gobierno de todos y para todos.
Por
lo que se ve, la regeneración, la auténtica regeneración, ya ha empezado. Todo
el ánimo, Pedro.
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