(Artículo publicado el 2 de junio de 2015 en el diario La Opinión de Murcia) |
Hoy, por ayer, me he levantado
sin ganas de escribir sobre política, tal es el hartazgo que tengo de partidos
políticos, elecciones, pactos y mayorías. Que salga el sol por Antequera.
Tampoco
pienso dedicar más de dos o tres líneas al tema de la pitada en el Camp Nou,
pues ya está casi todo dicho. Tan solo apuntar que injuriar, vejar y humillar
los símbolos comunes del Estado es una cuestión que va más allá de lo deportivo
e, incluso, de lo político. Es como decía mi joven, ilustrado y buen amigo, el doctor Frey, una cuestión más básica y,
por ello, mucho más importante: es una cuestión de educación.
Hoy
quiero escribir acerca de la juventud, de esa juventud pletórica de ideales
capaz de cambiar el mundo, de esa juventud que, militante en un partido o en
otro o, tal vez, en ninguno, apuesta por la justicia, por la solidaridad, por
el hombre y por sus valores. Es esa juventud que está llamada a resolver los
problemas que hemos creado nosotros, los viejos, que no entiende de
pragmatismos ni de conveniencias, que se indigna y se rebela con todas sus
fuerzas contra la iniquidad. Hoy quiero escribir acerca de un poema escrito por
una joven gaditana llamada Patricia
Vitorique que, de alguna manera, encarna todo cuanto digo y que está incendiando
las redes sociales. En apenas unos días desde que lo colgó en su muro de
Facebook, el poema de Patricia ha sido compartido más de siete mil veces (*). No
entiendo mucho de poesía y no sé si se trata de un poema técnicamente perfecto,
ni ello me importa un comino pues sus versos tienen la fuerza cristalina del
idealismo en su estado más puro.
El
poema va acompañado de una foto que es la que ilustra este artículo. Se trata
del cuerpo sin vida de un inmigrante varado en las arenas de una playa de la
costa italiana, piadosamente semioculto por una manta. Solo asoman sus piernas,
enfundadas en unos vaqueros mojados y arrugados, y los pies, calzados con unas
deportivas sin marca. Todo un sueño destrozado de quien quiso buscar una vida
mejor, lejos del hambre, de la enfermedad, de la guerra o de la esclavitud.
Patricia escribe la carta que el inmigrante africano nunca escribió, y lo hace
así:
No lo conseguí, mamá,
Pero no se lo digas a los hermanos,
Ni a papá.
Diles que llegué a ese lugar
del que tanto nos hablaba el abuelo
donde los tanques echan agua
y las balas son de caramelo
que aquí no falta el pan
ni el dinero para pagar.
Que sigan luchando
Por un mundo mejor.
Diles que vivo en Italia
Y que mi barco no se hundió.
El corazón de Patricia es joven, muy joven, y
no entiende, no quiere entender, de cuotas migratorias, de política de
fronteras, de equilibrio económico o de estabilidad social, y de tantas otras
cosas a las que recurrimos los viejos para cerrar los ojos ante la realidad de
un sueño roto.
Muchos
jóvenes como ella, y tal vez ella misma, trabajan con entrega generosa para
hacer llegar un trozo de pan, una prenda de abrigo o una sonrisa a quienes
llegan a nosotros tras haberlo perdido todo y lo hacen en el seno de
organizaciones, religiosas o civiles, que canalizan la fuerza de sus ideales. Pero
algunos, como Patricia, transforman además su ideal en poesía y, no les quepa
duda, es la fuerza de la palabra, de la palabra siempre joven, la que nos
traerá un mundo mejor.
Gracias
por tu poesía, Patricia.
(*) Hoy, 2 de junio de 2015, a las 7:30 de la mañana, lo han compartido 11.533 personas.
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