La cama de Churchill en The Churchill War Rooms |
Me
he puesto a escribir sobre la siesta y he descubierto que lo mejor que podía
escribir ya lo había escrito antes. Se trata de un artículo que publiqué a
comienzos de julio de 2007, cuando la mayoría de mis lectores aún no habían
nacido, y que podría publicarlo hoy, que es lo que, con permiso de mi director
y al menos en parte, me dispongo a hacer. Y es que soy un devoto practicante de
la siesta, ese deporte tan nacional que es el único deporte verdadero y que, tal
y como gustaba a Camilo José Cela, a
mí también me gusta la siesta con padrenuestro, pijama y orinal.
Escribía entonces y escribo ahora
que la siesta propiamente dicha es la que se duerme en la hora sexta, más o
menos después de comer, cuando nos dejamos vencer dulcemente por la somnolencia
producida por la digestión, pero también es siesta la que se duerme antes de la
comida, la llamada “siesta del cura” o “siesta del borrego”. Sin embargo, me
veo en la obligación de afirmar que no alcanza la categoría de siesta la simple
cabezada motivada por la falta de sueño, lo de quedarse traspuesto, pues la
siesta es un acto deliberado de hedonismo y voluptuosidad, un acto gozoso
propio de la inteligencia humana más refinada, mientras que quedarse dormido
por falta de sueño es un acto ineludible, animal y primario.
Frente a la teoría economicista de
que una siesta saludable no debe durar más allá de veinte o treinta minutos
(teoría alimentada, sin duda, por quienes piensan que el tiempo es oro y que la
siesta es una mera medida de profilaxis laboral), yo sostengo desde una elevada
concepción humanística que la siesta no debe durar menos de una hora ni más de
dos, entre otras razones porque aunque yo también piense como los economicistas
que el tiempo es oro, o sea, un capital, difiero de ellos en el modo de
invertirlo. Mientras que unos prefieren emplearlo en pesadillas y maldiciones,
que eso y no otra cosa es el trabajo, otros preferimos invertirlo, al menos en
parte, en sueños que nos alejen de las pesadillas. Y es que se da la curiosa
circunstancia de que, a diferencia del sueño nocturno y necesario, del sueño
reglamentario y políticamente correcto, ese sueño de lujo que es la siesta
nunca genera pesadillas.
Como a estas alturas presumo que mi
lector malasombra, ése que nunca duerme la siesta, estará ya dispuesto a
acusarme de gandul y dormilón, decía yo entonces y sigo diciendo ahora, les
diré en mi descargo que uno de los más afamados practicantes de la siesta fue
el muy británico, muy conservador, muy laborioso que no laborista, y muy
renombrado político Winston Churchill, que conoció la siesta en un viaje
a Cuba y ya nunca se separó de ella, de tal suerte que se podría afirmar que el
triunfo de las democracias en la Segunda Guerra Mundial se debe en muy buena
parte a la capacidad churchiliana de trabajar hasta altas horas de la madrugada
gracias a la siesta, mientras que sus enemigos, no siempre alemanes,
desfallecían de sueño.
Hay en Londres un pequeño museo
situado en las inmediaciones de Whitehall que se llama The Churchill War Rooms.
El museo comprende, a su vez, dos espacios: el Churchill Museum, dedicado a la
vida y milagros del famoso estadista, y el Cabinet War Rooms o Salas del
Gabinete de Guerra, que incluyen la minúscula habitación de trabajo que usaba
Winston Churchill en plena Segunda Guerra Mundial. En la habitación de techos
reforzados contra los bombardeos, además de una mesa de trabajo iluminada con
una lámpara de pantalla de cristal verde, hay una cama muy sencilla cubierta
por una colcha tras la que se puede ver un enorme y detallado mapa de Europa. A
los pies de la cama está el orinal de Cela. En esa cama, tras desvestirse y
colocarse el pijama, Winston Churchill echaba sus siestas diarias de hora y
media con las que combatió, no sólo las estrategias de guerra de Adolfo Hitler, sino también las
estrategias de paz de Roosevelt y Stalin. El truco lo comentó el propio
Churchill: “The nap allows me to work day
and a half in a single day” (la siesta me permite trabajar día y medio cada
día). Como diría aquél, fue la siesta, imbécil.
Concluyo mi artículo con una
recomendación sana y un consejo bienintencionado: deberíamos tomarnos muy en
serio lo de dormir la siesta; y, si quieren ustedes llegar dormirla correctamente,
empiecen a entrenar este mismo verano.
Anímense.
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