(María Fernanda D'Ocón y José Bódalo en los papeles de Benina y "Almudena". 1972) |
Misericordia es el título de una novela de Benito Pérez Galdós, cuya versión teatralizada fue estrenada en
1972. Posteriormente fue llevada a la televisión en aquella excepcional serie
de TVE titulada “Estudio 1”, que los más viejos del lugar recordarán con
añoranza. La novela, cuyos hechos transcurren en el entorno del Hospital de la
Misericordia del Madrid galdosiano de finales del XIX, hace referencia al
atributo divino de la misericordia que encarnan los dos principales personajes,
la criada Benina y el mendigo ciego de origen judío apodado “Almudena”,
interpretados magistralmente por Maria
Fernanda D’Ocón y un inolvidable José
Bódalo. En el prólogo a la edición de 1913, el propio Galdós revelaba cuál
había sido el planteamiento de su novela:
“En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la
sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma
pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa
casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal... Para esto hube de
emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural,
visitando las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los
populosos barrios del sur de Madrid. Acompañado de policías escudriñé las
"casas de dormir" de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y
para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos
nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme
de médico de la Higiene municipal. No me bastaba esto para observar los
espectáculos más tristes de la degradación humana, y solicitando la amistad de
algunos administradores de las casas que aquí llamamos "de corredor",
donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca
la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en
las capitales populosas…”
De Misericordia
apunta Francisco Gaudet que “el
escritor va rescatando con cariño —casi página a página— una interminable lista
de supervivientes: burgueses miserables como doña Paca y sus hijos (Obdulia y
Antoñito) salvados de la indigencia más penosa por una herencia casi surreal, y
frente a ellos, en un halo de gloria, miserables mendigos, ciegos que saben ver
y criadas cercanas a la santidad”.
No
tengo la menor duda de que Galdós entendía muy bien en qué consiste
verdaderamente la misericordia de la que habla el Evangelio.
“Jesucristo
es el rostro de la misericordia del Padre”. Con esta frase comienza la Carta
Apostólica Misericordia Vultus en la
que el Papa Francisco anuncia el Jubileo Extraordinario de la Misericordia que comenzará
el 8 de diciembre de 2015 y se cerrará el 20 de noviembre de 2016. Un Año Santo
durante el que permanecerán abiertas miles de puertas santas en todas las
basílicas, catedrales y santuarios del mundo, comenzando por la Puerta Santa de
la Catedral de Roma, San Juan de Letrán, como símbolo del compromiso de la
Iglesia para vivir el Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación
espiritual.
La
misericordia es la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y
miserias ajenas y, según afirma la teología, constituye el principal atributo
divino. Recuerda la Carta Apostólica las palabras de Santo Tomás de Aquino: “Es propio de Dios usar
misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. En Jesús,
la justicia es siempre una justicia misericordiosa, como lo es el perdón.
También recuerda Francisco las palabras de San Juan: “Dios es amor”, y señala
que “este amor se ha hecho ahora visible
y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un
amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se
le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre
todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y
sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de
misericordia. Nada en Él es falto de compasión”. “La misericordia es la viga
maestra de la Iglesia”, afirma Francisco, para sentenciar, más adelante, que “la
tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella
es el primer paso, necesario e indispensable.”
Tal vez sea esta
aparente confrontación entre misericordia y justicia uno de los elementos más relevantes
de la Carta Apostólica. Sin embargo, Francisco niega la contradicción: “La misericordia no es contraria a la justicia
sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una
ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer”. “Si Dios se
detuviera en la justicia”, afirma más adelante, “dejaría de ser Dios, sería
como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma
no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el
riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la
misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o
hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo
que éste no es el fin, sino el inicio de la conversión…”
En la obra de Galdós,
Benina no era solamente justa. Era misericordiosa.
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(Artículo publicado el 14 de abril de 2015 en La Opinión de Murcia)
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