Escribía
ayer Matías Vallés en estas mismas
páginas del diario La Opinión de Murcia un artículo titulado Matanzas no
islamistas en el que afirmaba que “las víctimas no están para
distinciones”. No es cierto. El bien jurídico lesionado en todas ellas es el
mismo, la vida, pero los motivos, los medios y las circunstancias son
diferentes en cada caso y, por ello, las víctimas también lo son. Son
diferentes hasta el punto de que la situación de indefensión de la víctima
transforma el simple homicidio en asesinato. Un homicidio provocado en una
reyerta, esto es, en una pelea multitudinaria en donde la pasión y las navajas salen a
relucir, es moral y jurídicamente distinto de la ejecución fría y premeditada en
la que el uso de medios ante los que no existe posibilidad alguna de defensa,
como el veneno o el armamento militar usado contra la población civil, la
transforma en asesinato alevoso. Las circunstancias que concurren en un
homicidio alteran la posición jurídica del agresor y de la víctima de modo que, en un homicidio producido en legítima defensa, dicha circunstancia exculpa al
homicida y torna a la víctima en culpable. Es por ello que la violencia
gratuita, es decir aquélla en la que no existe causa aparente o cuya causa la integramos
demasiado fácilmente en eso que llamamos terrorismo, provoca en general una
condena unánime. Las víctimas de una matanza indiscriminada son, por así
decirlo, más víctimas. Luego están las matanzas sistemáticas.
La
matanza ocurrida hace unos días en la universidad keniata de Garissa ha sido
una matanza sistemática y, sin embargo, no ha sido una matanza étnica, ni de
clases, ni tribal, ni indiscriminada. Tampoco ha sido únicamente una matanza
terrorista. Ha sido una matanza selectiva de cristianos a manos de islamistas,
una más de las muchas que se están sucediendo de continuo en los países
islámicos, en un proceso calculado sólo comparable a las viejas persecuciones
de los primeros cristianos o, más recientemente, al asesinato masivo y
programado de judíos a manos del nazismo y al asesinato de millones de
camboyanos ocurrido bajo el régimen de terror de los Jemeres Rojos. Hablo de
crímenes contra la humanidad. Ante ello, Occidente se ha horrorizado, pero
poco. Y es que se trata de negros africanos, de otra gente, que vive lejos de
nosotros, y a cuyas muertes además nos han ido acostumbrando. A ello, no es
ajeno que el eco mediático de estas matanzas sea siempre el de una noticia menor,
apenas unos pocos renglones en la página dieciséis de los periódicos. No son
franceses, ni rubios, ni los han matado por blasfemar contra Alá. Los están
matando únicamente por ser cristianos, por no saber de memoria una sura del
Corán. Por nada más.
Finalizadas
las celebraciones de Semana Santa, tan hermosas y llenas sin duda de fervor,
deberíamos preguntarnos si realmente somos cristianos como ellos, que están
dando la vida por su fe. Y si la respuesta es que sí, que somos como ellos y
ellos como nosotros, deberíamos hacer algo más que apenarnos y rezar, si es que
lo hacemos. Los cristianos de Occidente apenas dedicamos a estas noticias unos
segundos de horror, horror sincero seguramente, pero unos segundos tan sólo y
luego pasamos a otra cosa. Mientras tanto, consentimos que nuestros gobiernos,
a cambio de unos cuantos barriles de petróleo, chalaneen con países que
alimentan el odio a los cristianos y el radicalismo islámico, o aceptamos
impertérritos que unos cuantos cretinos se deslumbren con lo que ridículamente
bautizaron como la "primavera árabe", que no era más que una sucesión
de sangrientas revoluciones islámicas de corte radical. Miren el mapa del norte
y centro de África, de Oriente Medio y de Asia. En muchos de esos países los cristianos
son perseguidos y, en algunos de ellos, hasta la muerte y el exterminio.
¿Cuántas
voces de las habituales se han alzado en solidaridad con los cristianos
perseguidos y asesinados?
Una
cosa más. Han sido asesinados estudiantes universitarios ¿Dónde están las universidades
españolas, ésas que se solidarizan casi con todo, de las que no se ha escuchado
un solo pronunciamiento? ¿Dónde están los universitarios españoles? ¿Dónde las
manifestaciones y las muestras de apoyo a los universitarios de Kenia? ¿Es que
la modesta universidad de Garissa, de poco más de ochocientos alumnos, no
merece ni una palabra, ni una línea, ni un solo pronunciamiento por parte de
las poderosas y democráticas universidades españolas? ¿Cerradas por vacaciones?
Para
nuestra vergüenza.(Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 7 de abril de 2015)
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