O schau, sie schweben
wieder
Wie leise Melodien
Vergessener schöner
Lieder
Am blauen Himmel hin!
¡Oh, mira! Vibran otra vez
Las suaves melodías
De viejas canciones olvidadas
Se elevan hacia el cielo
Las estaciones. Hermann Hesse
Ya
he escrito en alguna ocasión que el primer libro de adultos que leí más allá de
los libros juveniles de aventuras, muchos de los cuales me parecen igualmente
libros de adultos, fue la Historia de
Roma de Theodor Mommsen que mi
padre guardaba en su biblioteca. Deslumbrado por lo que prometía ser una
interminable secuencia de guerras y batallas libradas entre valientes
centuriones de las legiones romanas y temibles bárbaros del Norte, de
escaramuzas amorosas de tribunos con bellas patricias y de lances no tan
amorosos en las sangrientas arenas del Coliseo, no caí en la cuenta de que entre
aquellos libros y novelas de mi padre se incluían muchos textos jurídicos y de
historia, entre ellos esta obra de quien fue Premio Nobel y catedrático de
Derecho Romano en la Universidad de Leipzig y autor también de un excelente Derecho constitucional romano. Mi padre,
como buen civilista que era, consideraba que los fundamentos romanos del
Derecho Civil (el padre de todos los Derechos) había que beberlos en las
fuentes originarias del Digesto o del
Corpus Iuris o, en su defecto, en los
textos de quienes como Mommsen los habían
estudiado con devoción casi religiosa. Una vez que terminé heroicamente la
Historia de Roma y ya puestos en heroicidades, el siguiente libro que cogí de
la biblioteca fue el más gordo que había en ella, Guerra y paz, de Leon
Tolstoi.
Luego, todo fue mucho más fácil.
En
esa facilidad, no me resultó indigesta la lectura de aquellos libros de Hermann Hesse que fueron el alimento
intelectual de muchos jóvenes de mi generación y de otras anteriores y
posteriores, espero. El primero que cayó en mis manos fue una novela titulada Demian en la edición española, si bien la edición original en alemán
llevaba por título Die Geschichte von
Emil Sinclairs Jugend, esto es La
Historia de la juventud de Emil Sinclair, mucho más explicativo del
contenido del libro. Luego siguieron Bajo las ruedas, Siddhartha y El lobo
estepario, entre otros.
En 1931, Hesse publicó en Zurich
una selección de sus poemas ilustrada con algunas de sus acuarelas bajo el
título de Las estaciones, una edición
privada de quinientos ejemplares numerados dirigida a bibliófilos. Muchos años
después de que Hesse falleciera, alguien se atrevió a publicar una nueva
edición de Las estaciones que, además de los poemas y acuarelas iniciales de
Hesse, incorporaba algunos textos en prosa extraídos de sus libros y escritos en
los que el autor expresaba sus pensamientos y reflexiones sobre cada una de las
estaciones y meses del año. Mientras escribo, tengo a la vista un ejemplar de
la primera edición española de Las estaciones, en español y alemán, que integra
con unos pocos libros más el muy honroso grupo de Mis Libros de Cabecera, esos
que, como los libros sobre la silla de Hesse, cojo muy a menudo, los abro y me
consuelo con ellos. Ya os hablaré otro día de ellos.
Precisamente, los versos que encabezan este
artículo son los primeros de un poema titulado Weisse Wolke, Nubes Blancas,
que Hesse dedicó al mes de mayo en su libro. Al mes siguiente está dedicado
este otro, titulado Reiselied, Canción de viaje:
Sonne leuchte mir ins Herz hinein
Wind verweh mir Sorgen und Beschwerden!
Tiefere Wonne weiss ich nicht auf Erden
Als in Weiten unterwegs zu sein.
¡Oh
sol, ilumíname el corazón!
¡Viento,
llévate mis lamentos y mis penas!
No
conozco en la tierra mayor deleite
Que
partir hacia un país remoto.
Mi ineludible lector Malasombra no ha esperado a terminar de leer el verso en alemán para preguntarse a sí mismo en voz alta y de malos modos el porqué de que me haya puesto a escribir sobre versos teutones en lugar de hacerlo sobre los enanos que crecen sin parar en el circo regional del PP.
Pues
por eso precisamente, mi querido amigo, por eso y porque en otoño me complace
más escribir sobre libros y versos.
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