(Publicado en el diario La Opinión de Murcia el 18 de noviembre de 2014)
“A menudo he soñado en
escribir la historia de un piloto inglés que, habiendo calculado mal su
derrotero, descubrió nada menos que la antigua Inglaterra, bajo la impresión de
que era una ignorada isla de los Mares del Sur.”
Siempre he pensado que mi gordo Chesterton
tenía un pacto con las hadas que pueblan sus escritos y los rincones oscuros de
los jardines ingleses para atisbar por un agujerito un poco del futuro que nos
aguardaba. Sean las hadas o no, es lo que tiene la gente inteligente, que se
anticipan a lo que va a ocurrir al apercibirse de signos y de detalles que se
nos ocultan al resto de los mortales, que nos contentamos como mucho con
interpretar la historia conforme sucede. Y algunos, ni eso.
Digo esto a cuento de la propuesta formulada este fin de semana, nada
novedosa por cierto, por este chico que lidera el PSOE y que se ha autobautizado
con el impronunciable y tuitero nombre de PDRO SNCHZ en una nueva contradicción
socialista: elimina la vocales que son necesarias para pronunciar su nombre y
mantiene inútilmente, sin embargo, las vocales de las siglas del partido que se
perdieron por el camino hace mucho tiempo. Pedro
Sánchez (así mejor) ha vuelto a sacar dos viejos conejos socialistas de la
chistera: la reforma de la Constitución y la conversión de la España de las
Autonomías en la España Federal. Y, tal vez para que nadie confunda estos gazapos
con los que exhibiera Rubalcaba
antes de las pasadas elecciones generales, los ha bautizado como la “Declaración
de Zaragoza”.
Sobre la primera cuestión planteada por el joven líder socialista no seré
yo quien diga que la Constitución no ha envejecido en estos años ni que los
tiempos no hayan cambiado, entre otras cosas porque eso mismo es lo que vengo
sosteniendo desde hace años en mis clases en la universidad. Sin embargo,
siendo ciertas esas dos circunstancias, no lo es menos que los tiempos notoriamente
convulsos en los que malvivimos no son precisamente los más adecuados para
revisar la Constitución y menos para hacerlo deprisa y corriendo. Y esto
también lo digo en mis clases. La Constitución es revisable, faltaría más, pero
no así ni ahora. Revisar la Constitución es algo muy serio que exige una gran
dosis de reflexión y prudencia, pues se trata de la norma de la que dimanan
todas las demás, la que define el modelo de Estado y de gobierno, la que regula
las más altas instituciones, la que garantiza los derechos y libertades y, en definitiva, la que
establece las reglas del juego. Y se trata, además, de un juego peligroso. No
se ha de olvidar que esta Constitución y no otra es la que contentó en su día a
la inmensa mayoría de españoles, incluidos catalanes y vascos que la apoyaron
mayoritariamente. Las Constituciones de todo el mundo tienen vocación de
permanencia, sin perjuicio de que alguno de sus aspectos sea retocado conforme los tiempos avanzan. Pero esos retoques se suelen hacer despacio,
precedidos de un generoso período de reflexión, casi con mimo y no con la
altivez y el desprecio con el que, a veces, la juventud trata a la madurez.
Revisemos la Constitución, sí, pero con todo el respeto que se merece esta
vieja señora que es, además, la madre que nos parió.
Sobre la propuesta de la España federal ya lo he dicho todo al comienzo del
artículo. Bueno, ya lo ha dicho por mí el orondo, británico y muy católico
Chesterton, mi intelectual de cabecera. Pedro Sánchez ha calculado mal su
derrotero y ha acabado descubriendo el Estado de las Autonomías, creyendo que
lo hacía con algo nuevo. Y es que el invento español del Estado de las
Autonomías no fue más que una versión cañí y pasteurizada del viejo estado
federal con el que guarda algo más que algunas semejanzas. Huyendo de los
fantasmas del pasado, los constituyentes no quisieron hablar de estado federal
y no se habló, pero el modelo que pretendieron crear ex novo se parecía extrañamente a aquél y, en cierto modo, superó
con mucho a algunos estados federales en materia de autogobierno. Tengo para mí
que la diferencia fundamental entre los unos y el otro estriba en que, mientras
que Alemania está poblada básicamente por alemanes, Suiza por suizos y Estados
Unidos por una extraña mezcolanza de personas que se llama a sí misma en su
Constitución “We the People”, que se se levanta como un solo hombre al paso de
su bandera, en cuyo escudo reza la leyenda “In God We Trust” y cuyo presidente,
sea blanco o negro, despide siempre sus intervenciones con un “God bless the
United States of America”, mientras que esos países están poblados por esos
habitantes, decía, esta España nuestra está poblada por españoles.
Más allá de la necesidad de algunos retoques y ajustes constitucionales, el
problema de España no es su Constitución: nosotros somos el problema, tan
homogéneamente dispares. Es lo que Salvador de
Madariaga definía ya en 1967 como el más grave de cuantos problemas asedian
España: el de su pluralidad frente a su unidad, la dialéctica que ha estado justamente
en el origen del Estado de la Autonomías pero que, sin duda, es también una de
las causas de su crisis y, en último término, de la fractura de España. El
propio Madariaga, al referirse al nacionalismo-separatismo en España, señalaba
en su ensayo titulado De la angustia a la
libertad que, en cierto modo, tanto el separatismo vasco como el catalán
derivan del separatismo que es innato a todos los españoles: “Todos los españoles”, decía, “tienden a resquebrajarse unos de otros bajo
el calor de la pasión, como la tierra seca de la Península tiende a agrietarse
bajo el calor del sol”.
Y, por si éramos pocos, parió la abuela y llega Podemos.
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