Hoy vengo
dispuesto a cometer una de las faltas veraniegas más graves que se pueden
cometer, que consiste en escribir sobre la miseria humana en mitad de los gozos
estivales, de manera que el que no quiera seguir leyendo solo tiene que pasar
la página.
Dos muertos en
Canadá en un accidente ferroviario y uno en Estados Unidos en un accidente
aéreo son algunas de las noticias que han abierto los telediarios de esta fin
de semana y, sin embargo, apenas ha tenido eco en los noticiarios españoles la
matanza de cuarenta y dos estudiantes perpetrada en la escuela secundaria de Mamudo
en el estado nigeriano de Yobe a manos de un grupo de extremistas islámicos
llamado Horo Bokam, cuyo objetivo es instaurar la ley islámica y cuyo nombre quiere
decir más o menos “la educación occidental es un sacrilegio”. En los últimos
tres años más de mil seiscientas personas han sido asesinadas por los terroristas
islámicos en Nigeria, uno de los países más pobres del mundo. Muchas de estas
personas han sido asesinadas, en ocasiones quemadas vivas, por el simple hecho
de ser cristianos, pero también se cuenta entre las víctimas a centenares de
musulmanes cuyo único pecado había consistido en estudiar en escuelas o
universidades no islámicas de Nigeria.
Las
matanzas de cristianos en Nigeria o en Sudán no nos inquietan del mismo modo en
que lo hace un accidente ferroviario mortal en Canadá o en Alemania. De alguna
forma, hemos ido asumiendo que lo que ocurre con los cristianos en Darfur o en
las selvas de Indonesia no nos puede ocurrir a nosotros, habitantes de la muy
civilizada y muy tolerante Europa. En cambio, un accidente ocurrido en un
moderno tren o en un avión construido precisamente a prueba de accidentes, es
algo que nos puede ocurrir a nosotros; y eso nos asusta, aunque desde luego de
manera muy civilizada. A continuación, exigimos a nuestros gobiernos mayores
garantías para viajar, más seguridad en los aeropuertos y, lo que ya viene
siendo habitual, la depuración de responsabilidades políticas y criminales que
culminan como suelen hacerlo, con la condena e inhabilitación del guardavías de turno o
del maletero del aeropuerto. Ocurre también que las masacres africanas se
llevan muy mal con la recién inaugurada temporada veraniega, tan refrescante y
colorida, con los primeros bronceados playeros y con la caña helada y media de
gambas a la plancha del chiringuito. A nadie le apetece mezclar el bien ganado
disfrute del verano con esos horrores que además nos resultan tan lejanos.
Algo
nos está pasando. Dicen que, con el tiempo, los médicos y los sanitarios se insensibilizan ante el sufrimiento de los enfermos, que se endurecen ante los
padecimientos ajenos para evitar que se conviertan en propios, que se
deshumanizan en definitiva, aunque yo sé que no es así. Es posible que se
vistan con el disfraz de la distancia, que ante el sufrimiento irremediable o
ante la muerte de un paciente, de un niño, por ejemplo, piensen de manera
inmediata en el siguiente paciente, en el que han sanado o aliviado, o en el
que ya les espera en la cama de urgencias o en la sala de operaciones. Es raro
el médico que se deshumaniza del todo, el que no siente nada, el que sólo ve en el paciente el caso clínico
o el número de la Seguridad Social y no al ser humano que sufre. En cambio nosotros, los ciudadanos comunes, en
tanto que ciudadanos de occidente, hemos aprendido a cerrar
los ojos para no ver lo que nos disgusta. No queremos que el telediario nos enseñe
los muertos de África o que nos hable de la intolerancia religiosa de los
terroristas islámicos (ésa sí que es intolerancia) en Darfur, en Nigeria o en
Indonesia. No, eso no nos gusta y, además, confunde nuestro exquisito sentido
de la tolerancia. Preferimos que nada de eso tan lejano, y por ello tan ajeno,
nos amargue la cerveza del chiringuito o la fiesta a pie de la playa. Como
mucho, aceptamos que nos sirvan de vez en cuando un muerto occidental y
civilizado, o dos, unas desgracias cercanas pero comedidas, que nos hagan
sentirnos felices porque no nos han tocado a nosotros.
Mientras
tanto, los muertos se ocultan y los gobiernos callan, la prensa calla, todos
callamos.
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