martes, 28 de febrero de 2012

La revolución de las abuelas





(Artículo publicado el 28 de febrero de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)




Extracto del diario de Ignatius, mi asesor para tiempos de crisis y aburrimiento:



Creo que por fin he encontrado la solución. He de llevar cuidado porque la Conjura de lo Políticamente Correcto, que nunca descansa, es capaz de crear campos de concentración y aún campos de exterminio para ellas, bajo el eufemismo de Residencias para la Tercera Edad. Debo protegerlas con el obrar discreto y el andar silencioso y melifluo que me caracterizan.


Este es un año bisiesto y ya se sabe que año bisiesto, año funesto, si bien, tras la devastación causada en Occidente por la LOGSE, lo que muy pocos saben es que la denominación de año bisiesto tiene su origen en Julio César –nada que ver con ningún cantante mejicano de boleros, mis queridas víctimas educacionales- y, más concretamente, en su decisión de sustituir el viejo calendario Numano basado en el año lunar de trescientos cuarenta y cuatro días por el calendario Juliano que se basaba en el año solar de trescientos sesenta y cinco días y un cuarto. El propio emperador romano, pues de eso se trataba, queridos niños, decretó que esa fracción se acumulara como día entero cada cuatro años, precisamente repitiendo el sexto día antes de las calendas de marzo, o sea, “bis sextus dies ante calendas martias”. Así, aquel “bis sextus” se convirtió en el año bisiesto que hoy conocemos. Pues bien, si el año bisiesto es ya de por sí funesto, mi atribulado cerebro no encuentra el calificativo adecuado para el que, además, se preconiza como el peor año de la crisis económica. Y aquí, justamente aquí, es donde aparece mi abuela o, más bien, todas las abuelas del mundo, aquellas que ofrecían gratuitamente a sus gráciles retoños el consejo cariñoso, y lo que era más propio de su condición de abuelas, aquel remedio útil y barato. Sí, estoy seguro de ello: para afrontar las nefandas consecuencias de la crisis económica desatada tras el triunfo de los dioses del Comercio y la Fortuna sobre la diosa de la Razón, el Comedimiento y el Buen Gusto, hoy más que nunca nos vemos precisados a rescatar del desván, cuando no a las abuelas mismas, los viejos remedios de la abuela, aquellas recetas que se basaban en la única clase de economía que los gobiernos y los poderes financieros no parecen dispuestos a aplicar: la economía doméstica.


Merced a la actuación decidida de los comandos infiltrados tras las líneas enemigas ya se ha oído decir que el mejor almuerzo o la mejor merienda para un niño no es el producto más caro y selecto, como nos aseguraban en carísimos anuncios de televisión, sino por el contrario el más barato, es decir, el tradicional bocadillo de lo que sea o el simple pan y chocolate de nuestra infancia. En estos tiempos de gripe y de factura farmacéutica impagada alguien se ha permitido recordarnos de manera muy políticamente incorrecta, por supuesto, que uno de los mejores remedios contra la gripe y los resfriados es el caldito de pollo, aquel viejo remedio humeante y reconstituyente de nuestras queridas y casi extintas abuelas, ya que contiene cisteína, un aminoácido natural muy apropiado para combatir las afecciones respiratorias. Si nos esforzáramos un poco, lo que ya sé que es mucho pedir a una sociedad prisionera de los reality shows, recordaríamos las cuasi milagrosas propiedades del ajo o del zumo de limón, o los efectos laxantes de una simple taza de café o de un par de ciruelas pasas, e incluso los maravillosos efectos de una infusión de leche y cominos para las flatulencias, de lo que por cierto, yo, Ignatius el Infatigable, doy buena fe.


Pero con ser importantes para el mundo de entonces y aún para el de hoy, los remedios de las abuelas no se limitaban a las cuestiones de salud o a los asuntos de cocina, sino que se referían también a la sabia administración de lo escaso, aprendida en aquellos años en que de nada había suficiente y en los que nada o casi nada se tiraba a la basura. Todo era útil o reutilizable en el ciclo doméstico y de la vida: todo objeto inútil para el fin para el que había sido creado, el papel de periódico, las bolsas de la compra, las botellas de vidrio o las prendas viejas de ropa, se transformaba en un objeto útil para un segundo o un tercer uso, en envoltorios, en recipientes o en trapos de limpieza. Pero en éstas estábamos tan felices cuando llegó la diosa de la Abundancia hábilmente auxiliada por la Publicidad, ese engendro capaz de crear una necesidad insoslayable allí donde únicamente había paz y sosiego, y la fiebre del Usar y Tirar, como se la conoció, terminó con todas la abuelas de Occidente o, al menos, con sus viejos consejos y recetas.


Ha llegado el momento de desempolvar a las abuelas, su libros de recetas, sus viejas consejas, sus remedios infalibles para casi todo. Debemos llevarlas a hombros, bajo palio y en procesión a que sustituyan a los gobernantes en los gobiernos, a los financieros en los Bancos, a los empresarios en las empresas, a los sindicalistas en los sindicatos, a los médicos en los hospitales y a los Ferrán Adriá y Juan Mari Arzak en las cocinas. Ya están en marcha el Grandma Party, el Granny Power y el Abuelita Revolution, puntas de lanza del movimiento Abuela, calienta que juegas. Cambiaremos el mundo a golpe de toquilla. Abuelas del mundo, el mañana está en vuestras manos.



Fin de la anotación.


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1 comentario:

Beatriz Martín dijo...

excelente me encantó muy cierto jajaja, muy bueno, un saludo