martes, 7 de febrero de 2012

La crisis y yo (2)







(Artículo publicado el 7 de febrero de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)





La subida de impuestos materializada por el gobierno de Mariano Rajoy, aunque prevista por el gobierno de Zapatero, no ha gustado a nadie, ni a derechas, ni a izquierdas. Lo unos porque llevan en su ideario el dogma de que bajar los impuestos supone crear empleo, mejorar la productividad y recaudar más. Los otros porque su dogma es el contrario, hay que subir los impuestos para recaudar más y pagar así el estado de bienestar. Ambos se equivocan porque los dos postulados son falsos en tanto que postulados absolutos, en tanto que dogmas. En tiempos de expansión económica es cierto que una reducción de la presión fiscal facilita la creación de empresas y empleo, el aumento de la productividad y la modernización del tejido productivo, lo que genera necesariamente una mayor recaudación con menores impuestos. En cambio, en tiempos de contracción económica, una vez agotadas otras formas de reducir gastos no productivos, sólo es posible garantizar las prestaciones básicas tales como la educación, la sanidad o el subsidio social, mediante la subida de impuestos que permita incrementar los ingresos públicos. Por eso, tanto el gobierno de Zapatero como el de Rajoy han tenido que subir los impuestos, no porque se trate de una medida deseable o indeseable en sí misma, sino porque en tiempos de contracción económica no les queda otro remedio.


Les digo todo esto, que es una explicación de la cosa económica a lo mister Chance-Gardener, el singular personaje de la película “Bienvenido, Mr. Chance” (Being There) que protagonizó Peter Sellers, porque, siendo así las cosas si lo son, en el fondo dicha explicación me importa un pito, no porque no me duela pagar más impuestos, que me duele, sino porque como ciudadano, y más aún como funcionario a quien le descuentan los impuestos de la paga mensual, no puedo hacer otra cosa que pagarlos. Lo que quiero decir es que tengo la sensación de que los ciudadanos nos hemos quedado en meros sufridores de la crisis, desesperados, resignados o indignados, que para el caso es lo mismo, mientras que la capacidad de actuar parece estar reservada en exclusiva a los gobiernos y a las élites económicas. No son los entes abstractos quienes padecen la crisis. Ni el Estado, ni la Banca, ni la empresa, sienten o padecen nada. Somos nosotros, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos individualmente considerados, quienes finalmente soportamos sus consecuencias y, sin embargo, apenas tenemos participación, no digo ya en la determinación de soluciones macro económicas, sino en la búsqueda y aplicación de respuestas personales más allá de apretarse el cinturón.


Para refrescar mi oxidado alemán aunque con resultados poco esperanzadores, lo confieso, suelo ver algún programa de la cadena alemana Deustche Welle. En el programa de actualidad Im Focus del sábado pasado me sorprendió por lo simple del resultado -y de mis propias conclusiones-, una encuesta realizada por Bertelsmann sobre la participación política: mientras que el ochenta por ciento de los ciudadanos alemanes ven necesaria una mayor participación ciudadana en los asuntos políticos, casi el ochenta por ciento de los políticos alemanes la rechazan. La respuesta a la crisis, a la crisis no sólo económica sino sistémica, es exactamente ésa. Es la participación, imbécil, que diría aquél.


Antes o después la Mano que Mece la Cuna resucitará a los indignados, aquellos chicos y demás perroflautas que entre aplausos de los partidos de izquierda pretendían cambiar el sistema justo en el preciso momento en que el sistema se disponía a mandar a los socialistas a la oposición. No tenían razón y las urnas lo acreditaron. Pero no les quepa la menor duda de que, resuelta la cuestión sucesoria, serán resucitados para tomar la calle al grito de que los políticos viven de espaldas a ella.


Y saben qué les digo, mis admirados políticos de gobiernos de por arriba y de gobiernos de por abajo, que lo mejor es que en esta ocasión tampoco tengan razón.


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