(Artículo publicado el 15 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)
Que yo me haya decidido a votar a Mariano Rajoy no es ninguna novedad y, menos aún, una sorpresa. Ya dije de él hace siete años y medio que Mariano era un excelente candidato, justamente antes de que el “No a la Guerra” y los atentados del 11-M, debidamente sazonados en la víspera electoral con los asaltos “espontáneos”a las sedes del PP, produjeran un inesperado vuelco electoral. Como si de la rotura de un espejo se tratara, nos cayeron encima siete años de desgracia en penitencia por nuestros pecados, duante los cuales hemos sido gobernados por un ectoplasma socialista de cejas picudas cuyo nombre no recuerda siquiera quien fue su mano derecha, el hoy candidato Rubalcaba, a pesar de que siga siendo Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE. Sic transit gloria mundi.
Si bien tengo muchas razones para votar a Mariano, me basta una sola para no hacer lo propio con Rubalcaba: no voy a votar a quiénes nos han metido en el lío. En mi artículo de entonces escribí acerca de Mariano Rajoy unas cuantas cosas que podría escribir hoy. Decía y digo de él que es un ”candidato colosal”, precisamente porque es “un hombre común” dotado, sin embargo, de cualidades excepcionales. Lo de “colosal” lo escribo porque es un adjetivo que el propio Mariano emplea con frecuencia. La primera vez que se lo escuché fue allá por el siglo pasado en el coloquio que siguió a un acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Murcia, cuando alguien le preguntó si era viable la provincia de Cartagena. Mariano, muy amable, pero que muy amablemente, con esa mirada sorprendida y un tanto estrábica de los hipermétropes, le contestó lo siguiente: “Hombre, si hay para ello una razón colosal…”. Y como la razón colosal no terminó de aparecer, el coloquio concluyó en ese punto.
Mariano es un un negociador implacable y desesperante, que es como deben ser los buenos negociadores. Resguardado tras la neblina que causan el humo de puro y la retranca gallega, Rajoy no se altera por nada ni por nadie, lo que por el contrario altera enormemente a sus adversarios, que es de lo que se trata. No pierde nunca la media sonrisa, en tanto que los otros no la alcanzan jamás. Y es que, si se pierden los nervios, se pierde la razón y se esfuman finalmente las razones, y eso lo sabe muy bien Mariano. Es un candidato comedido, posiblemente el más comedido de todos los candidatos, cosa al parecer imperdonable entre los más dados a los excesos verbales. Es un político irónico, entre políticos trágicos y políticos cómicos. Es hombre discreto, frente a políticos vocingleros y rutilantes. Y es sensato, cuando otros enloquecen. Es abierto a las ideas y a las palabras, cuando otros se encierran en palabras sin ideas. Y habla de España como si la conociera de siempre, con amigable vencindad, mientras que otros la miran con desconfianza, cuando no con desprecio. Y escucha lo que otros no oyen. Y sonríe cuando otros se crispan. Y es pragmático cuando otros son presos de la ideología, superfluos o banales.
Hace siete años y medio les conté una anécdota ocurrida en aquella campaña electoral. Subido en el avión que lo llevaba de un lado a otro de la piel de toro, Mariano escuchaba pacientemente las explicaciones técnicas del piloto acerca de las capas de hielo que debido a las bajas temperaturas se habían formado en las alas del avión, y de cómo esa circunstancia influía negativamente en las condiciones de vuelo. Al término de las explicaciones, Rajoy le preguntó al piloto lo que le habríamos preguntado todos: “Pero no pasa nada, ¿verdad?”. En Italia han nombrado primer ministro a uno de los pilotos económicos de Europa, un técnico capaz de dar las explicaciones más complejas de cuánto ocurre y que, sin embargo, ha sido uno de los que han hecho que el avión de la economía caiga en barrena. Nosotros deberíamos ser capaces de elegir a un gobernante que, tras escuchar todas las voces y todas las explicaciones acerca de las condiciones económicas del país y de las causas y efectos de la crisis, use el sentido común y se entere de lo verdaderamente importante, que no es otra cosa que saber si, después de tanta explicación, el avión vuela o se cae.
Muchos de nosotros, ciudadanos de a pie, estamos esperando que nos gobierne un hombre común lleno de sentido común porque, como decía Chesterton, el hombre común es el único a quien se le pueden confiar los asuntos comunes, es decir, los de todos. Piénsenlo, porque nos jugamos mucho.
Y como les dije entonces ocurre, además, que Mariano me cae simpático.
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