martes, 7 de junio de 2011

Claro que Clara

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(Artículo publicado el 7 de junio de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





−Ya sé yo a quien deben poner de candidato los socialistas para ganar las próximas elecciones generales −exclamó Ignatius, incorporándose del sillón en el que llevaba clavado cinco o seis horas, según él, meditando.


−Nada de Rubalcaba que, además de representar el pasado, es la viva imagen del hambre, la escasez y la dieta rigurosa. Ni Mariano, que es la cara de la mesura y la morigeración, con un punto de aburrimiento. España necesita alguien que transmita energía y frescura, mucha frescura, que derroche vitalismo e inventiva, mucha inventiva, que haga de este patio el patio de Monipodio como sólo sabe hacerlo alguien del PSOE, que tenga ganas de comerse el mundo y que, en efecto, se lo coma. España necesita a Godzilla −sentenció Ignatius, enigmático.


Ignatius, mi peliagudo asesor en asuntos de imagen, al que afortunadamente jamás hice caso en esto, estaba transfigurado, tanto que parecía levitar envuelto en su albornoz de rayas verdes y blancas. El belfo tembloroso, la mirada huida, la respiración acelerada y los grandes aspavientos con los que ornamentaba sus asertos, hacían de Ignatius un animal peligroso, así que me alejé unos metros y me protegí detrás de la mesa del comedor.


−Cálmate Ignatius, que se te va a cerrar la válvula pilórica.


−¿Que me calme, dices? −exclamó enfurecido, viniéndose hacia mí−. ¿Cómo podría calmarme yo después de haber sido testigo del nacimiento de un animal político? ¿Cómo podría dejar pasar un sólo minuto sin gritar a los cuatro vientos que la encontré, que por fin tengo la solución a los males de España, qué digo de España, del mundo entero? ¿Pero es que no la has visto, a esa diosa de la Venganza y de la Justicia Distributiva y Disyuntiva, a esa nueva Titania en busca de un Oberón que la sosiegue y le ofrezca el amor que se merece? España y yo hemos cosechado, por fin, lo que habíamos plantado.


−Ignatius, aclárame de una vez a quién puñetas te refieres −le dije escabulléndome hacia el pasillo.


−Una mujer así, capaz de hacer frente ella sola a la poderosa Alemania comandada por la exuberante Angela Merkel, cuyo apellido tiene sonoridades metálicas, es lo que España necesita. Jamás se vio desde Palomares tamaña exhibición de fuerza y grandeza. Nunca el mundo de la imagen resultó tan conmovido desde aquella excelsa fotografía de Manuel Fraga enfundado en su Meyba gigantesco, zambulléndose en las aguas de Almería. ¡Qué suerte la de esa tierra hermana y vecina, la de haber contemplado a dos gigantes de la expresión política. Como sin duda habrás sospechado −aclaró finalmente Ignatius−, me refiero a la Consejera de Agricultura del gobierno socialista de Andalucía, a la contundente Clara Aguilera, que ha demostrado al mundo lo que es comerse un pepino español. En esa imagen que, además de dar la vuelta al mundo, no para de darme vueltas en la cabeza, la dulce Clara se despacha en dos o tres bocados un pepino del tamaño de la bomba que cayó en Palomares. Cualquier mujer puede comerse un pepinillo de esos de por ahí fuera, francés o búlgaro, qué sé yo, pero un pepino español, un auténtico pepino de Almería, que deja en mantillas a todas las demás cucurbitáceas de su especie, incluida la de Archidona, un pepino como ése solo se lo come una española como ésa. Y es que la española, como decía la vieja canción, cuando se come un pepino, se lo come de verdad, o séase sin pelar. Lo dicho, que elegir como candidato del PSOE a Rubalcaba es un craso error, amén de un obsceno atentado contra las Reglas del Buen Gusto, la Decencia y la Prosodia. España necesita una candidata que se despache a los del PP, pepinillos al fin y a la postre, como quien se despacha un pepino. Y nadie como Clara, esa devoradora, para ese menester. Fíjate que hasta el enérgico Pepiño Blanco (que no es sino una variedad de pepino en gallego) se mantiene alejado por si las moscas. Habrá que hacer un plan.


Y diciendo esto, exhausto, se desplomó de nuevo en su sillón dispuesto a pergeñar su plan con otras cuatro cinco horas de buena meditación. Menos mal.


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