(Artículo publicado el 24 de febrero de 2015 en el diario La Opinión de Murcia) |
Hay días en que no encuentro
asunto del que escribir o que, habiéndolo encontrado, apenas me salen cinco
palabras antes de que aparezca el temido bloqueo que algunos escritores llaman
el síndrome del folio en blanco. Pero hay otros en que la causa de la parálisis
creativa es justamente la contraria: la abundancia de temas sobre los que uno
desea escribir. Ocurre entonces algo parecido a lo del Asno de Buridan que, colocado ante dos montones
de paja exactamente iguales, murió de hambre al no decidirse a comer de uno de
ellos. La solución más razonable para el asno hubiera sido comer de ambos
montones, pues de saciar el hambre se trataba, y la que es válida para quien no
sabe leer ni escribir es paradójicamente válida para el escritor, salvo que se
trate de escribir un artículo semanal. Entonces, la limitación de espacio y
tiempo lo obliga a uno a escoger uno solo de los tema apetecibles o, en el
mejor de los casos, a escribir un artículo epigramático o, en el peor, una especie
de resumen de prensa.
Hoy
les quería escribir acerca de la Cuaresma, este tiempo de reflexión para los
cristianos en el que nos preparamos para celebrar el más sagrado de todos los
misterios, el que da sentido a nuestra fe, el de la Muerte y Resurrección de
Jesús. Cada una de las lecturas de este tiempo litúrgico nos recuerda lo lejos
que estamos de las enseñanzas de Jesús recogidas en el Evangelio. Uno de los
pasajes más duros pero también más claros del Evangelio de San Mateo es aquel
en el que Jesús cuenta a sus discípulos cómo será el Juicio Final, en donde el
mérito y la culpa dependerán de haber alimentado, dado de beber, acogido,
vestido y visitado en la enfermedad y en la cárcel, a un Jesús hambriento, sediento,
forastero, desnudo, enfermo y preso. Cuenta Jesús que cuando los injustos
pregunten al Juzgador cuándo dejaron de hacer todo esto, Él responderá de
manera inequívoca: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de
éstos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. Finalmente Jesús desvela
cuál será la sentencia: “E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una
vida eterna”. Tal vez sea a la luz de este pasaje del Evangelio de San Mateo como
podamos entender por qué el Papa
Francisco le dijo a Angela Merkel
hace unos días que la obligación de los gobiernos es proteger a los pobres.
Pero
les decía al principio que también habría querido escribir hoy acerca de esas
inquietantes encuestas de intención de voto y análisis demoscópicos que
circulan por los mentideros y, además, muy especialmente, sobre el humor. Es
muy posible que, a pesar de las apariencias, los tres temas tengan cierta
relación.
Dicen
las encuestas que los dos grandes partidos de gobierno, PP y PSOE, perderán
muchos votos en favor de dos nuevas formaciones de corte regeneracionista y
hábilmente desideologizado, aún cuando una se sitúa en la izquierda radical y
la otra en el centro derecha: Podemos y Ciudadanos. De ésta última señalan los
analistas que casi el cuarenta por ciento de sus potenciales votantes procede
del PP. Tal vez, todo esto ocurra porque tanto el PP como el PSOE, allá donde
gobiernan y pese a lo que ambos digan, dan la impresión de haber protegido más
a los ricos que a los pobres, más al empleado que al parado y más al político y
al banquero que al ciudadano común. Y eso, además de no ser nada evangélico y
edificante, resulta además muy poco rentable en términos electorales. A ambos
les habría ido muy bien un poco de ayuno y abstinencia, aunque me temo que ya
es tarde para ello.
Añádanle
a esto que los políticos de los grandes partidos de gobierno, y en general de todos
los partidos, andan muy escasos de sentido del humor. El de la izquierda, suele
ser agrio y, en ocasiones, violento. El de la derecha se apoya con demasiada
frecuencia en el desprecio y la quemazón. Los del centro andan muy atareados
buscando su espacio político como para perder un minuto en echar unas risas. Y
del humor déjenme decirles lo que escribió Wenceslao
Fernández Flórez en el prólogo a su propio libro Tragedias de la vida vulgar, lo que por otra parte siempre hacía, que
“el humorista es un hombre perfectamente serio, que trata con toda seriedad
asuntos serios”, que “el humorismo no puede ser agrio ni violento, porque
dejaría de ser humorismo” y, finalmente, que “hay una frase, que me parece
acertadísima, que llama al humorismo la sonrisa de una desilusión”. Tal vez, el
único humorista verdadero con que cuenta la política española sea Mariano Rajoy, paisano de Fernández
Flórez, lo que ocurre es que ni los suyos ni los otros le dejan hacer. El
propio Papa Francisco dijo no hace mucho que, aunque a veces “estos cristianos melancólicos
tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una
vida bella”, el cristiano es un testigo de la verdadera alegría, “es un hombre
o una mujer alegre”.
Pues ya
tienen servida la relación: olvido de los desfavorecidos y falta de humor,
ayuno y abstinencia.
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