Tiny Tim. A Christmas Carol. |
(Publicado en La Opinión el 23 de diciembre de 2014)
Como saben mis lectores más veteranos,
la Navidad es mi tiempo preferido. Decía de mí un buen amigo que yo había
nacido con cara de “Felices Pascuas”, no sé si en un piropo a mi forma de ser,
más proclive a la rendición que al enfrentamiento, o en una velada alusión a mi
oronda figura, más navideña que nunca merced a la barba blanca que disfraza mi
papada. Pero no se engañen, una barba blanca no es sinónimo de bonhomía, ni
mucho menos, lo que cuenta es tener un alma blanca, como la de aquel negro de
la vieja película dirigida por Benito
Perojo y protagonizada por Doña
Concha Piquer que se titulaba “El negro que tenía el alma blanca”. No sé si
en estos tiempos en los que impera la Conjura de lo Políticamente Correcto
resulta aceptable mentar a una persona por el color de su piel, pero en 1927
las cosas eran de otra manera y el título de la película es el que es.
En
cualquiera otra época del año tener el alma blanca significa ser del Real
Madrid, pero en Navidad esa cualidad me lleva a pensar en las buenas personas,
sean o no del equipo blanco. Y sí, querido Lector Malasombra, resulta que en el
mundo de hoy también hay buenas personas, más de las que pensamos. He leído por
algún sitio que la historia que cuenta el anuncio de la Lotería de Navidad de
este año es una historia real ocurrida hace algún tiempo en un puebliño
gallego. Tampoco es la primera vez que alguien que encuentra una cartera
extraviada repleta de dinero, en lugar de quedarse con los cuartos y echar la
cartera al fuego, la entrega a la policía para que la haga llegar a su dueño,
como ha ocurrido con ese estudiante nigeriano de medicina afincado en Sevilla, en
cuyas calles vende chucherías y pañuelos de papel para pagarse los estudios.
Gente honrada, gente buena. Sé de muchos que regalan generosamente su tiempo y
su trabajo a quienes más lo necesitan. Lo hacen de manera individual y
espontánea, o integrados en el seno de organizaciones caritativas y solidarias.
La mayoría lo hace de manera discreta, casi anónima; algunos, sin embargo,
prefieren que su ejercicio de caridad sea público lo que, aunque parezca en
principio menos meritorio, tiene un efecto de ejemplaridad nada despreciable.
Son muchos los famosos, las estrellas del deporte y del espectáculo, que estos
días dedican unas horas a visitar a los niños hospitalizados, a repartir
alimentos entre quienes apenas tienen qué comer, incluso en Navidad. Hay grupos
de jóvenes, muy jóvenes, créanme, como Andrea
y sus amigas, que dedican su tiempo de vacaciones a estar con los niños que
nada tienen, a darles un poco de cariño y de atención, a jugar con ellos, a darles su propia sonrisa. Hay
quien da mucho porque tiene mucho. Hay quien da un poco de lo poco que tiene.
Pero todo cuanto se da, aunque sean unos céntimos, una sonrisa, o un deseo de
felicidad por Navidad, es mucho para quien nada tiene.
En estos días,
siguiendo la vieja tradición, contemplamos las imágenes del Nacimiento de Jesús
en los belenes que se instalan en nuestras casas y en muchos lugares públicos.
Suelen ser imágenes llenas de belleza, como las del Nacimiento obra de Jesús Griñán que se exhibe en el Salón
de Baile del Casino: otra vez, un pesebre en un Palacio. O las de nuestro Salzillo, visitables en el museo que
lleva su nombre. En los belenes barrocos, que son casi todos los belenes
murcianos, la Virgen es siempre una mujer hermosa, vestida con túnica y manto
en ocasiones ricamente ornamentados, San José un hombre maduro pero apuesto, el
Niño es un precioso bebé, regordete y sonriente, y así debió ser, sin duda.
Pero no hemos de olvidar lo que escribió el viejo Papa emérito Joseph Ratzinger: “El belén nos puede ayudar de hecho a
comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de
la bondad misericordiosa de Cristo, que «siendo rico, por vosotros se hizo
pobre» (2 Corintios 8, 9). Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz
a quienes, como los pastores, acogen en Belén las palabras del ángel: «esto os
servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre» (Lucas 2, 12). Sigue siendo el signo también para nosotros, hombres y
mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad”. Dicho de otra manera, esta vez
en palabras del entonces Cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, en una charla dirigida
a los miembros de Cáritas de Argentina y que luego ha repetido desde el púlpito
del Vaticano, es en el rostro de los pobres,
de los afligidos, de los enfermos, de los cansados y agobiados, de los
marginados y de los que nada tienen, donde podemos encontrar el verdadero rostro
de Dios.
El alma blanca,
estimados amigos, es aquella que se contagia del blanco espíritu de la Navidad
compartida con quienes nada tienen.
Feliz Navidad a
todos los que la hacen posible.
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