En
un año corriente hay un Día de la Madre y trescientos sesenta y cuatro días de
la madre que los parió. Nada hay que decir sobre el primero, un invento
comercial, sí, pero un buen invento al fin y al cabo que nos recuerda que madre
no hay más que una y que a ti te encontré en la calle. Ese día hay que gritar
indiscriminadamente el piropo castizo de “Viva la madre que te parió”, incluso
como lo hizo aquel turista inglés de vacaciones en Marbella que, tratando de
emular el gracejo andaluz para los piropos pero construyendo la frase a la
manera de Shakespeare, exclamó al paso de una buena moza: “A ti te parió una
madre”, a lo que la chica, al verlo tan colorado por el sol, replicó con
descaro: “Y a ti una gamba, no te fastidia…”
Los
otros, los días de la madre que los parió, son otro cantar. Sea porque la única
noticia es la mala, sea porque realmente sólo hay malas noticias, porque te
levantas con el pie izquierdo o porque lo haces con el derecho, sea por lo que
sea, lo cierto es que no hay día en que no te acuerdes de la madre que parió a
alguien. El recuerdo a las pobres madres, que realmente tienen poco o muy poco
que ver con que su hijo les haya salido un malaje, no es más un recurso
lingüístico. A quien realmente va dirigida la imprecación es al hijo de su
madre que nos causa el malestar o la desazón. Y lo cierto es que en eso de
mentar a la madre somos muy madrugadores. Yo, por ejemplo.
Según
mi experiencia, hijo de su madre es quien pasa por mi lado como una flecha
montado en su bicicleta cuando de mañana voy por la [calle] Trapería camino del trabajo
y que más de una vez ha estado a punto de llevarme por delante, a mí o a
cualquiera de los viandantes.
Hijos
de su madre son los que tiran el chicle usado al suelo, convirtiendo el
pavimento en una especie de piel de leopardo gigante. Les animo a ver el estado
en que se encuentran, aún después de varias limpiezas con agua caliente a
presión, los mármoles y granitos de la Avenida de la Libertad de Murcia.
Hijos
de su madre son los que estacionan sus motos o sus coches en los pasos de
peatones, justo encima del rebaje que permite salvar el bordillo a las sillas
de ruedas, a los cochecitos de bebé y a los carros de la compra.
Hijo
de su madre es el que ha intentado rajar con su navajita o con su llave las
fotografías murales que, muy acertadamente, ha instalado el Ayuntamiento de
Murcia en las vallas de cerramiento de edificios en obras. A sus pies, señora
concejal. Afortunadamente las fotos resisten las pintadas y demás atentados de
los hijos de su madre.
Hijos
de su madre fueron los que, en su particular noche de juerga, arrancaron los
arbolitos de los maceteros que adornan la Trapería de Murcia (otra vez a sus
pies, señora concejal), seguramente porque las flores, como la miel, tampoco
están hechas para la boca de los asnos.
A
estas alturas mi lector malasombra tiene que estar muy enfadado porque no he
mencionado aún al hijo de su madre que, a las cuatro de la mañana, comenzó a
dar golpes en el tabique medianero de su casa, tan fuertes y desconsiderados
que, del suto, casi se le cayó al suelo el taladro que tenía en sus manos. Y es
que, estimado lector malasombra, hay hijos de su madre a uno y otro lado del
muro.
Se
me han quedado en el tintero unos cuantos hijos de la madre que los parió, pero
seguro que ustedes conocen a muchos que podrían ocupar el sitio con todo
merecimiento. Los equipos alemanes de fútbol, algún músico de rock o el
inventor de los amplificadores de sonido, por ejemplo.
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