martes, 4 de septiembre de 2012

Aquellos locos veranos


Ecce Homer (con perdón)



(Artículo publicado el 4 de septiembre de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)



Por extraño que parezca Murcia nos ha recibido a la vuelta de vacaciones con los brazos abiertos en forma de una temperatura refrescante, lo que nos ha permitido burlarnos de los calores pasados con manifiesta temeridad porque a la vuelta de la esquina nos esperan de nuevo los sudores y las calorinas del falso otoño murciano. Mi mujer, que a diferencia de mí se equivoca muy poco, le lleva la cuenta al calor y afirma que el fresco otoñal no llegará hasta pasado el cumpleaños de la Pepa allá por el 19 de noviembre. De manera que no se me apuren en guardar la ropa de verano ni en recuperar de la naftalina las galas de invierno.
Además del verano del Ecce Homo (por cierto, les obsequio con este magnífico Ecce Homer que ilustra el artículo y que me ha mandado un amigo, para que lo recorten y lo cuelguen en el salón de su casa), éste ha sido sin duda el verano de la crisis. Las vacaciones, para quien haya tenido la fortuna de disfrutar de ellas, han sido por regla general más cortas y de familia, los desplazamientos más locales y los clásicos excesos veraniegos han quedado reducidos a la cervecita en casa y al vino con gaseosa, a las aceitunas rellenas y a la bolsa de patatas fritas. De chiringuitos y bares, lo justillo, y de restaurantes, poco o nada, que han quedado como hace años en manos de los bárbaros del norte. Con la crisis, y para desgracia del comercio nacional, hemos gastado muy poco en ropa de temporada, de manera que hemos combinado el bañador del año pasado con el de hace tres años y nos hemos decidido a rescatar del fondo del armario el pantalón mil rayas y aquel vestidito camisero de lunares para dar la sensación de estrenar algo. Moda retro, la llaman. España ha vuelto a los veranos de botijo y abanico, de solanera ardiente animada por el rumor de las chicharras y de noches envueltas en el calor agobiante y en el canto ácido de los grillos. Los ventiladores, impotentes, y el aire acondicionado apagado para ahorrar.
Sin embargo hemos sobrevivido a ello y, además, el resultado no ha sido tan ingrato. Tal vez haya quien eche de menos los veranos de los años inmediatamente anteriores a la crisis, aquellos en los que se gastaba cada día casi lo mismo que no hemos podido gastar este verano en todas las vacaciones, pero también hay quien no ha echado nada en falta, entre otras cosas porque todo aquello era prescindible. Antes bien, han redescubierto aquellos locos veranos de antes de la euforia en los que se veraneaba con muy poco. Yo recuerdo haber visto algún alcalde de Murcia tomando el fresco sentado en una mecedora plegable de lona y madera en la puerta de una sencilla casa alquilada en una playa cercana. Y me contaban de otro que también fue alcalde de Murcia que sus mañanas de verano las pasaba de visita en la carnicería de un amigo en el pueblo, sentados ambos dentro de la cámara frigorífica y abrigados con la chaquetilla del pijama para no coger demasiado frío, con un vaso de tinto y echando mano de vez en cuando a las ristras de salchichas y morcillas que se secaban al frío. Eran los años del verano azul, de las vacaciones de familia y en familia, en que los rigores de la canícula los combatían los poderosos y los humildes y los ricos  y los pobres (los medianamente ricos y los medianamente pobres, se entiende) de igual manera, esto es, sentándose al tomar el fresco con el botijo a mano, fuera en el lugar habitual de residencia o en otro sitio, fuera en algún pueblo de la playa, del campo o de la huerta, o en la ciudad. El tiempo de ocio se mataba entonces como se ha matado mayoritariamente este año, con las fichas de dominó, con una cervecita y con largos y gratuitos paseos con la parienta o con el pariente, según se mire.
Releyendo lo que he escrito hasta yo mismo podría haber llegado a pensar que la crisis ha tenido el efecto bondadoso de alejarnos del espejismo, pero no es así. Abro los ojos y ya no veo a ningún político poderoso sentado en una vieja mecedora de lona tomando el fresco en la puerta de su casita de veraneo alquilada o pasando sus mañanas de vacaciones sentado en mangas de camisa en la cámara frigorífica del amigo carnicero con un chato de vino en la mano. Abro los ojos y ya no veo aquellos locos veranos de botijo y abanico para casi todos, aunque sí vea los pantalones mil rayas y los vestiditos camiseros de tirantes y lunares rescatados del armario y los mismos bañadores que el año pasado. Abro los ojos y veo a los políticos y a los poderosos de hoy lejos, muy lejos de la crisis y de aquellos locos veranos.
Abro los ojos y tengo la tentación de volver a cerrarlos.
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