(Artículo publicado el 10 de enero de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)
El año 2011 se ha ido y con él toda una época. Sea cual sea el escenario que nos aguarda a la salida del túnel de la crisis –económica, social y política– , no será el mismo que aquél desde el que entramos en ella. El año que se ha ido se ha llevado los últimos vestigios de aquello que fue y que nunca será. Ya nadie se engaña ni se engaña a nadie con brotes verdes que nunca retoñaron, a nadie se le oculta que enderezar la situación sólo es posible a martillazo limpio y que los tiempos difíciles no es que vengan, sino que continúan. El año se llevó el espejismo de una España que iba a empatar el partido en el último minuto y a ganarlo en el tiempo de descuento. Con el año se fue el efecto placebo del “no estamos tan mal” y del “peor están los otros”, que fue sustituido por el crudo reconocimiento del “sí, estamos fatal” y del “estamos peor que los otros”. Lo que avecina en un par de años, si Dios quiere que se avecine, se parecerá más a la España de los cincuenta y sesenta que a la de los noventa y primer decenio del siglo XXI. En cierto modo será una vuelta a una España más real, de recorridos más largos y más penosos pero más ciertos, parecida a aquella España en la que únicamente había dos clases de vino, el tinto y el blanco, dos clases de queso, el blanco y el de bola, y dos tipos de galletas, las Marías y las de coco; a aquella España en la que, como ocurre hoy, no todos comían cocido o pollo asado los domingos. Traduzcan esto al lenguaje de nuestros días, que a mí se me acaba el espacio y quiero escribir de otras cosas.
Andan enredando los socialistas con su congreso y con la idea incierta de que el PSOE es un mecanismo de vertebración de España, cuando sólo lo es de un partido político minoritario, y aún tienen tiempo ellos y sus voceros de exigir muy acaloradamente a Mariano Rajoy que comparezca a dar explicaciones sobre las medidas de reajuste económico. Réstenle a los quince días que es Presidente del Gobierno el veinticuatro y veinticinco de diciembre, el treinta y uno de diciembre y el uno de enero y el seis de enero, y nos quedan poco más de diez días ordinarios, durante los cuales, según algunos, la crisis que nunca existió ya debería estar resuelta. Supongo que Mariano dará explicaciones cuando tenga algo nuevo que explicar y, sobre todo, cuando las condiciones políticas lo aconsejen. De momento les podría explicar a los socialistas si en su casa se pone árbol o belén, o ambas cosas, y cual fue el menú de Nochevieja o si los Reyes Magos le han traído carbón como a casi todos los españoles o un cargo muy bien pagado de supervisor de nubes y un chalé nuevo como al viejo y querido ZP. Por cierto, cómo lo echaremos de menos algunos, yo por mis artículos que me quedan algo huérfanos de inspiración, y Carmen Vela, la flamante Secretaria de Estado de Investigación y antigua lectora del manifiesto de apoyo a ZP en 2008, por aquello de la ceja y de la añoranza del ser querido. Y ahora que me he metido en este charco aprovecho para comentar el gran enfado que ha causado este nombramiento entre las huestes clásicas del PP, entre las que en cierto modo me cuento, y, por el contrario, el escaso entusiasmo que ha levantado este mismo nombramiento entre los chicos y chicas de la Ceja. Y matizaba antes lo de “en cierto modo” porque, aunque me disguste el nombramiento de doña Carmen Vela por aquello facilón de que en el PP tenemos gente tan preparada o más, lo que sin duda además de fácil será cierto, más me incomoda el nombramiento de ministros independientes, pues los ministros sí son los que aplican las líneas generales de política que se recogen en los programas electorales de un partido. Sin embargo, siempre he pensado de la provisión de los cargos políticos de gran contenido técnico lo que aquel proverbio chino que popularizó Felipe González, ya saben ese señor millonario del puro que hoy veranea en yate y diseña joyas, que da igual que el gato sea blanco o negro, pues lo importante es que cace ratones. Otra cosa será cuando la gata no cace ratones, en cuyo momento deberá ser fulminantemente cesada en lo que, sin duda, será también la tarjeta amarilla del ministro independiente.
Les hablaría también de la subida del IRPF, tan denostada por la progresía, cuando yo siempre creí que el de la Renta era el impuesto más social, por no decir socialista, de todo ellos, pues pagan todos quienes pueden pagar y paga más quien más gana, en lugar de que paguen siempre los mismos por aquello de que tienen paga vitalicia que son, qué casualidad, los pensionistas y los funcionarios. Pero esto lo dejaré para otro día porque hoy me quiero despedir de alguien a quien admiro, y lo quiero hacer, al menos cuando escribo esto, en vida del personaje. Me despido de Don Manuel, así, a secas, porque ya saben a qué Don Manuel me refiero, aquél que fue capaz de hacer muchas cosas buenas y otras que no lo fueron tanto, pero al que siempre recordaré como el hombre que hizo que la derecha franquista se transformara en la derecha democrática que hoy nos gobierna.
Gracias por todo, Don Manuel, y hasta la vista.
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