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Es su hora. A poco que apriete el aguacero ya estaremos hablando de la gota fría. O no, porque lo de la gota fría ya no se lleva, y no se lleva porque de la gota fría nadie tenía la culpa, ni siquiera el hombre del tiempo. A lo sumo, alguna administración lo era de tener de alguna rambla sin canalizar o de la rotura de las motas del río. Antes, las inclemencias del tiempo eran sucesos de escasa importancia fruto únicamente de los rigores estacionales. Si ven hoy un telediario (el del sábado pasado sin ir más lejos), podrán comprobar que el hecho de estar en Sevilla a veintidós grados o que el cielo de las playas de Castellón amaneciera poblado de nubes constituyen noticias de apertura de los informativos. Además de haberse transformado en eventos trascendentales, las cosas del clima ya no ocurren hoy porque sí, sino que la causa de cuanto ocurre, sea catástrofe apocalíptica o simple suceso de pedanías, debe apuntar directa o indirectamente a un culpable, a ser posible de carne y hueso. Como ocurrió con los cristianos en la Roma incendiada por Nerón, el pueblo lanar del panem et circenses necesita alguien sobre quien descargar su ira, alguien a quien culpar de su propia estulticia. Lo primero es echarle el muerto climatológico al calentamiento global del planeta y, tras una breve referencia causal a la depredación especuladora, a la negativa de Estados Unidos a firmar el tratado de Kyoto y a la crisis del sistema capitalista, ya tenemos aquí a los indignados dándole patadas al sistema en el culo del PP.
Tengo la esperanza de que la imagen de un Mariano Rajoy luciendo unas espantosas zapatillas deportivas y bucólicamente recostado en los montes de su Galicia natal haya sido tan sólo un espejismo veraniego o un montaje preparado el invierno pasado para despistar al enemigo, dándole a entender que Mariano se ha dedicado a agostear como tantos otros españoles que confían en la Divina Providencia. Quiero creer, necesito creer que Mariano, en realidad, ha dedicado cada minuto de su tiempo a ganarse con el sudor de su frente el peligrosamente cacareado triunfo electoral del próximo 20-N, fecha elegida con toda la mala idea del mundo. Porque, miren lo que les digo, de lo que sí que estoy plenamente seguro es de que Rubalcaba, (ya saben, llámenle Alfredo) y su maquinaria de Agitprop no han perdido el tiempo en sandeces veraniegas ni en baños de mar. A los más olvidadizos les recuerdo que Agitprop es una contracción de los términos rusos agitatsii y propagandy con la que se conoce la actuación publicitaria del departamento creado por Lenin tras la revolución bolchevique para difundir la ideología marxista leninista mediante la agitación de masas.
Que Zapatero hace recortes sociales, pues marquemos las distancias entre el malvado Zapatero vendido al capitalismo y el bueno de Rubalcaba travestido en Diego Corrientes, el ladrón de Andalucía, el que a los ricos robaba y a los pobres socorría.
Que Zapatero asoma la patita de presidente, pues aprestémonos a recordar que el líder auténtico de la izquierda socializante y el verdadero portador de sus valores eternos es el autoproclamado Rubalcaba, llámenle Alfredo.
Que viene Benedicto XVI a Madrid, pues hablemos del coste de la visita papal, de lo ricos que son los curas y de las inmensas riquezas que posee la Iglesia, que salga Rubalcaba en mangas de camisa, llámenle Alfredo, conduciendo su propio coche que parece fabricado en La India en 1970, y saquemos a los indignados a la calle.
Que acuden dos millones de jóvenes católicos a Madrid para estar con el Papa, pues transformémoslos por arte de birli birloque, llámenle Alfredo, en dos millones de turistas que han decidido disfrutar de las maravillas de la España zapat…, digo socialista.
Que hay que poner un tope en la Constitución al gasto desaforado de las Comunidades Autónomas, sin referéndum ni ná de ná, pues que apechuguen con ello Mariano y Zapatero, por este orden, mientras tanto nos traemos al gurú de la indignación a presentar su segundo panfleto, a recargar las pilas de los indignados y a hacerse la foto con Pepiño.
Y con Rubalcaba. Ya saben, llámenle Alfredo.
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