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Amy Winehouse. Aún más triste que la muerte de la cantante inglesa será el proceso de mitificación emprendido por los poderes mediáticos, discográficas a la cabeza, con el único objetivo de llenarse los bolsillos. No importa que fuera drogadicta y alcohólica, y que su canción más emblemática, Rehab, por la que le dieron un Grammy, fuera un no a la rehabilitación, ni que no haya hecho nada por nadie nunca. Amy se convertirá, si no lo lo ha hecho ya, en un modelo para la juventud que baila, como sin duda lo fueron para ella Jimmy Hendrix, Janis Joplin o Kurt Cobain, tanto que acabó imitándolos en la muerte. Me pregunto cuántos jóvenes seguirán sus pasos por culpa de los mercanchifles de la muerte, mientras suena aquello de
They tried to make me go to rehab
I said no, no, no.
CAM. Malos tiempos para la lírica. La cosa comenzó hace años, bastantes, cuando Bancaja intentó la fusión con la CAM, de hecho se trataba más bien de una absorción, que fue rápida y ferozmente rechazada por todas las fuerzas vivas del Reino de Murcia, todas, incluidos los medios locales de comunicación, para no dejarnos colonizar por los valencianos (sic). Si la fusión se hubiera hecho entonces, otro gallo hubiera cantado. O no. Un gran éxito para sus gestores económicos que demuestra que la economía es algo muy importante como para dejarla en manos de los economistas. A la CAM podemos cantarle aquello que se cantó a Rosita Alvírez:
La noche que la mataron,
Rosita estaba de suerte:
De tres tiros que le dieron,
Nomás uno era de muerte.
Anders Behring Breivik, el asesino, se ha declarado “no culpable” de la matanza. Entonces, ¿quién lo es?. Los abogados defensores alegarán que no estaba en su sano juicio y los psicólogos y psiquiatras lo confirmarán. Tal vez sea cierto y la culpa la tengamos los cuerdos. Ocurre en esto como en otras facetas de la vida: si no puedes pagar unos pocos cientos de euros de hipoteca al banco, no podrás dormir y te embargarán lo poco que tengas; si lo que debes al banco son varios miles de millones de euros, quien no podrá dormir será tu banco y, cuando aparezcas por allí, te pondrán la alfombra roja.
Tal vez sea que el crimen es tan monstruoso que escapa a nuestra comprensión, como escapan los genocidios o las matanzas tribales. Tal vez.
Somalia. Mientras Europa y el mundo civilizado se estremece con la matanza de Noruega, mientras el mundo de las finanzas y de la política locales se remueve con la intervención de la CAM, mientras el mundo mediático se dispone a mitificar a Amy Winehouse a quien sus fans erigen altares en los que no faltan las flores, el alcohol y las drogas de diseño, mientras que todo lo anterior ocurre, el drama más cruel ha comenzado de nuevo. Las víctimas no son jóvenes europeos, rubios, sanos y altos; por el contrario son negros, africanos, polvorientos y desnutridos. Ni sus voces se difunden por todo el mundo mundial como la de Amy Winehouse, pues se trata de voces mudas y apagadas, que te joden el aperitivo, la comida y la cena. Tampoco se trata de una catástrofe que afecte a un importente sector de las fianzas, pues sus secuelas apenas costarán unos miles de euros, tan poco vale una vida. En los próximos días, semanas a lo sumo, van a morir de hambre en Somalia setecientos ochenta mil niños, setecientos ochenta mil niños cuya única culpa ha sido nacer en un país tan miserable… y tan lejano. Nadie es culpable de nada, pero todos lo somos de todo. Poco hemos podido hacer por los muertos de Noruega, nada por Amy Winehouse y nada o casi nada por la CAM, excepto consentir que el Estado ponga cerca de seis mil millones de euros directamente extraidos de nuestros bolsillos. Sin embargo, por extraño que parezca, cada uno de nosotros puede evitar la muerte de hambre de uno o de varios niños somalíes, de esos niños de brazos de alambre, ojos enormes y vientres hinchados.
¿Que cómo? Muy sencillo: entregue en Cáritas o en cualquier otra organización de ayuda humanitaria el importe de las dos o tres cervezas que se va a tomar hoy en el aperitivo veraniego. Si quiere y puede, añada el importe de una marinera o de un caballito. Y, si se acuerda, haga lo mismo mañana, y al otro, y al otro. Así de fácil.
Es lo que cuesta un poco de esperanza.
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