(Artículo publicado el 24 de septiembre de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)
Ya sé que a los lectores habituales de esta columna les agrada las más de
las veces el tono distendido e informal con el que suelo escribir mis artículos,
así como la presencia, últimamente algo espaciada, de Ignatius Reilly, mi
querido, orondo y refrescante amigo. Pero esa tendencia mía a invocar la
sonrisa del lector ha provocado que se me hayan quedado en el tintero algunas
cuestiones sobre las que, precisamente por mi experiencia en la política activa
y en la docencia universitaria, hubiera debido opinar. Es el caso de ese
engendro llamado Estado de las Autonomías.
A más de uno le extrañará que,
habiendo sido Consejero en un Gobierno Autonómico y diputado en un Parlamento
Regional, ambos de Murcia, califique de engendro al Estado de las Autonomías.
Verán ustedes, según el Diccionario de la Lengua Española un engendro es una
criatura informe que nace sin la proporción debida. Pues eso es precisamente lo
que me propongo demostrar en éste y en los próximos artículos de la serie que
llevará por título “La tortilla nacional”, que el muy español Estado de las
Autonomías nació sin la proporción debida y es hoy una criatura informe.
Si hemos de creer lo que recogen los medios de comunicación, es un hecho
cierto que, treinta y cinco años después de su puesta en marcha, el Estado de
las Autonomías adolece de graves problemas que, además, se han ido agudizando
con la actual situación de crisis económica y social. También es cierto que,
aunque inspirado en la Constitución Republicana de 1931 y en el Estado Regional
Italiano de 1947 y, en menor medida, en el sistema federal alemán, el Estado
Autonómico fue un modelo político creado ex
novo (engendrado, por tanto) por la Constitución Española, que pretendía
satisfacer a un tiempo las demandas nacionalistas y las exigencias de la España
nacional. No es menos cierto que, precisamente por ello, el modelo
constitucional fue apenas un esbozo en el que quedaron abiertas muchas
incógnitas que hubieran debido ser despejadas en los tiempos posteriores.
Finalmente, es igualmente cierto que, en algunos aspectos, el Estado de las
Autonomías ha funcionado razonablemente bien en estos años de vida y que la
alternativa ideal al estado autonómico, hoy por hoy, no es más que un esfuerzo
de imaginación sustentado en análisis y razonamientos en demasiadas ocasiones
muy poco rigurosos, cuando no en razones espurias y torticeras. Hoy se habla
abiertamente de crisis del Estado de las Autonomías en tanto que España se
debate entre las tendencias reduccionistas del autogobierno, auspiciadas y
magnificadas por los efectos de la crisis económica, y las tendencias
soberanistas y federalistas expresadas en voz alta por el PSOE y por los
partidos nacionalistas, así como por los gobiernos de Cataluña y del País Vasco.
Tal vez el problema que Salvador de
Madariaga definía ya en 1967 como el más grave de cuantos asedian España,
el de su pluralidad frente a su unidad, haya estado en el origen del Estado de
la Autonomías, pero sin duda es también una de las causas de su crisis y, en
último término, de la fractura de España. El propio Madariaga, al referirse al
nacionalismo-separatismo en España, señalaba en su ensayo titulado De la angustia a la libertad que, en
cierto modo, tanto el separatismo vasco como el catalán derivan del separatismo
que es innato a todos los españoles: “Todos
los españoles”, decía, “tienden a
resquebrajarse unos de otros bajo el calor de la pasión, como la tierra seca de
la Península tiende a agrietarse bajo el calor del sol”.
Frente al nacionalismo-separatismo, por un lado, y frente al centralismo
unitarista surgido como reacción violenta y negadora de la pluralidad natural
de España, por otro, Madariaga apuntaba ya en aquellos años la necesidad de
organizar el país en forma federal, así como la conveniencia, y aún la
necesidad, de autonomías no sólo culturales sino políticas.
Este es el debate de ayer y el de hoy.
Precisamente por ello, se hace necesario diagnosticar algunas de las claves
de esta crisis antes de perfilar las soluciones, lo que debería hacerse con
sincera autocrítica y con la necesaria reflexión y prudencia, circunstancias
todas ellas que no son fáciles de hallar en tiempos revueltos.
Eso es precisamente lo que me dispongo en los siguientes artículos, de los
que por suerte o por desgracia no excluyo la intervención de Ignatius, mi
asesor federal y autonómico.
Les aviso.
.