lunes, 18 de enero de 2016

Un cartel que levanta pasiones

(Artículo publicado el 19 de enero de 2016 en el diario La Opinión de Murcia)


El cartel que dará imagen a la Semana Santa de la ciudad de Murcia fue presentado hace unos días. Es una imagen de la cabeza de Cristo pintada por Willy Ramos y su particular visión, más allá del gusto particular de cada cual, ha generado un amplio debate en las redes sociales entre los partidarios de las imágenes más clásicas, más representativas, dicen, de la Semana Santa tradicional, y aquellos que prefieren nuevas formas de expresión, incluso formas rompedoras y hasta cierto punto provocadoras. En medio de esos dos extremos se encuentran quienes expresan únicamente su gusto o su disgusto por la imagen escogida.

Tengo para mí que si la expresión creativa del arte se ajustara siempre a los cánones preestablecidos aún estaríamos pintando bisontes y demás petroglifos en las cavernas. El arte es como el pensamiento, que cantaba Luis Eduardo Aute, es estar siempre de paso. O, dicho de otra manera, siempre libre, que es la única condición vital del arte y del pensamiento. Cuando crea, el artista y el pensador son únicamente prisioneros de sus propias cadenas, culturales, afectivas o convencionales, pero nunca de las cadenas impuestas por otros. Sin embargo, en las obras de arte ejecutadas por encargo de otro se supone la existencia de ciertas limitaciones relativas al motivo, al formato e, incluso a la técnica empleada, impuestas por quien encarga la obra y que, en todo caso, el artista es libre de aceptar o rechazar tanto como el propio encargo. En cualquier caso, nada de esto afecta a la percepción personal de quien contempla la obra de arte, que se expresa, libremente también, en términos de agrado o rechazo.

Desde hace años, los eventos más significados son representados en cada edición por un cartel que quienes los organizan encargan a quien, a su juicio, resulta idóneo para expresar la naturaleza, la belleza y la trascendencia del hecho. Es lo que ocurre con la Semana Santa de la ciudad de Murcia, cuyos carteles han recogidos pinturas y fotografías de grandes artistas y en los que el motivo recurrente ha sido la imaginería que pasea por las calles de Murcia a hombros de los nazarenos. Este año el artista elegido por el Cabildo Superior de Cofradías ha sido el pintor de origen colombiano Willy Ramos.

Willy Ramos es un pintor descomunal y no solo porque lo diga yo, que me honro con su amistad desde hace muchos años, sino porque lo acredita su amplia y prestigiosa trayectoria. Lejos queda aquel joven que llegó de Colombia a España de la mano de quien vio en él la creatividad artística más pura y primigenia. Lejos y cerca, porque en la pintura de Willy siguen aflorando los colores brillantes de su infancia, los trazos que más bien parecen cicatrices en el cuadro, la pincelada que es pura vitalidad y rebeldía. Doctor cum laude en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, es profesor titular en la misma y su obra ha sido expuesta en muchas ciudades y museos del mundo.

Willy, tremendamente bondadoso, enormemente respetuoso con el credo de las gentes, ha estado al otro lado de la frontera. Él ha visto el auténtico rostro de Cristo, el rostro lacerado y atormentado de quien lo dio todo por nosotros, el rostro escarnecido que revela la inmensa trascendencia de la Pasión. Nos hemos acostumbrado a ver a un Jesús bellamente labrado, delicadamente peinado, lujosamente coloreado y elegantemente trabajado, pero el verdadero rostro de Jesús es el de la pobreza, la enfermedad, la miseria y el sufrimiento, precisamente el rostro de todo aquello que venció con su muerte. Y Willy ha visto todo eso y lo ha plasmado en su obra. El Jesús que nos mira desde el cartel no es el bello Jesús del barroco español, sino el mucho más bello Jesús que dio su vida por todos los hombres, que compartió con nosotros nuestro dolor y nuestra muerte y los venció para siempre.

Podrá gustar o no, en eso no hay reglas, pero si el auténtico sentido de la Semana Santa, más allá del folclore y el tradicionalismo, es la exaltación de la Pasión y Muerte de Jesús y, finalmente, su Resurrección, el hecho más importante de la fe que compartimos, no les quepa la menor duda de que el cartel de Willy Ramos representa fiel y respetuosamente, y hasta magistralmente, a quien muriendo ensangrentado y sucio de polvo derrotó a la propia muerte.

Nos lo ha dicho muchas veces Francisco, el Papa de los pobres y de la misericordia, que ese rostro quebrado por el sufrimiento y el dolor es el verdadero rostro de Dios.

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lunes, 4 de enero de 2016

La Conjura de los Necios continúa

(Artículo publicado el 5 de enero de 2016 en el diario La Opinión de Murcia)

Pues sí. En los momentos difíciles de la vida, en que te ronda el fantasma del decaimiento y la depresión, lo mejor es abrir un libro de humor y comenzar a leer despacito hasta que notes que los músculos de la sonrisa se ponen en movimiento. Por fortuna, en mi biblioteca, que se extiende como una mancha de aceite por las paredes de mi casa, por encima de los muebles y por debajo de las camas, albergo muchos de ellos, clásicos, recientes y menos recientes. Entre estos últimos destaca La Conjura de los Necios (A Confederacy of Dunces), de John Kennedy Toole, del que guardo varios ejemplares, todos ellos abundantemente subrayados y anotados, excepto uno. Se trata de una primera edición publicada en 1980 por la Louisiana State University poco antes de que fuera galardonada con el Premio Pulitzer en 1981, que mi hija María me trajo de Estados Unidos. Con Ignatius Reilly, su gordo, entrañable y estrafalario protagonista, he compartido algunos de los momentos más divertidos de mi vida, créanme, hasta el punto que durante años fue en muchos de mis artículos la excusa para decir algo disparatado: Ignatius hablaba mientras yo callaba.

Les confieso, no obstante, que muchos de los disparates y disloques que escribí no eran del todo míos, pues existe en verdad un Ignatius Reilly de carne y hueso que suele ser mi fuente de inspiración y cuyo nombre omitiré por recato y para no faltar a las ignacianas reglas de la Decencia y el Buen Gusto. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, al leer una noticia relativa a que una buena señora, perteneciente sin duda a alguna organización políticamente correcta, instaba a las Administraciones a habilitar más carriles-bici para poder montar en bicicleta, Ignatius redivivo levantó la vista del periódico y, enarcando las cejas, formuló la pregunta que sólo a él podía ocurrírsele: ¿Con sillín o sin sillín?

Junto a Toole, descansan el sueño de los justos muchos otros autores, que han hecho de la risa una bendición para sus lectores. Sin que ello suponga un desdoro para los demás, siento una especial debilidad por los autores británicos, desde P.G. Wodehouse a Tom Sharpe, para quienes la tópica flema británica suele ser una protagonista muy singular. Sobre esto escribía yo hace unos años una historieta que no me resisto a reproducir: 

“Sin duda, muchos de ustedes conocerán aquella vieja historia sobre la flema británica –si no la escribió P.G. Wodehouse, bien pudo hacerlo-, que transcurre en una de esas magníficas residencias campestres situadas a orillas del río Támesis, que podría ser conocida como Blandings en recuerdo de Wodehouse. Un estirado mayordomo ―al que llamaremos Beach también en recuerdo del humorista inglés―, entró en la biblioteca de la casa donde su señor ―que a esta alturas y por la misma razón no podría ser otro que el mismísimo lord Emsworth, noveno conde de Emsworth― trataba de ejecutar sentado en su sillón preferido la complicada maniobra de desplegar el Times para leerlo sin cortar las hojas. Con la voz levemente engolada, Beach avisó al conde que se esperaba el desbordamiento inminente del río Támesis. El conde, sin levantar la vista del periódico, se limitó a despedir al mayordomo con un escueto “Gracias, Beach”. A los pocos minutos, el impertérrito mayordomo volvió a entrar en la biblioteca e informó al conde de que el Támesis se había desbordado finalmente. Lord Emsworth, sin mover un solo cabello, le respondió de nuevo con otro “Gracias, Beach”. Al poco, se abrió la puerta de la biblioteca por tercera vez y Beach, apartándose a un lado y con el agua por los tobillos, anunció imperturbable: “Milord, el Támesis”.

Aunque equivocadamente atribuido a Aristóteles, más bien procede de los comentarios de Murmelio a la obra de Boecio, el proverbio latino “Omne animal post coitum triste” no puede ser más cierto. Tras las estruendosas fiestas del solsticio de invierno, para mi decepción en eso se han convertido finalmente las Navidades, llega la calma y con ella la tristeza post-coitum. Para combatirla, nada mejor que una dosis de humor del bueno.

Háganme caso y cojan un libro. Aunque sea de humor.
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