lunes, 1 de junio de 2015

Por un mundo mejor

(Artículo publicado el 2 de junio de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)


          Hoy, por ayer, me he levantado sin ganas de escribir sobre política, tal es el hartazgo que tengo de partidos políticos, elecciones, pactos y mayorías. Que salga el sol por Antequera.

           Tampoco pienso dedicar más de dos o tres líneas al tema de la pitada en el Camp Nou, pues ya está casi todo dicho. Tan solo apuntar que injuriar, vejar y humillar los símbolos comunes del Estado es una cuestión que va más allá de lo deportivo e, incluso, de lo político. Es como decía mi joven, ilustrado y buen amigo, el doctor Frey, una cuestión más básica y, por ello, mucho más importante: es una cuestión de educación.

  Hoy quiero escribir acerca de la juventud, de esa juventud pletórica de ideales capaz de cambiar el mundo, de esa juventud que, militante en un partido o en otro o, tal vez, en ninguno, apuesta por la justicia, por la solidaridad, por el hombre y por sus valores. Es esa juventud que está llamada a resolver los problemas que hemos creado nosotros, los viejos, que no entiende de pragmatismos ni de conveniencias, que se indigna y se rebela con todas sus fuerzas contra la iniquidad. Hoy quiero escribir acerca de un poema escrito por una joven gaditana llamada Patricia Vitorique que, de alguna manera, encarna todo cuanto digo y que está incendiando las redes sociales. En apenas unos días desde que lo colgó en su muro de Facebook, el poema de Patricia ha sido compartido más de siete mil veces (*). No entiendo mucho de poesía y no sé si se trata de un poema técnicamente perfecto, ni ello me importa un comino pues sus versos tienen la fuerza cristalina del idealismo en su estado más puro.

El poema va acompañado de una foto que es la que ilustra este artículo. Se trata del cuerpo sin vida de un inmigrante varado en las arenas de una playa de la costa italiana, piadosamente semioculto por una manta. Solo asoman sus piernas, enfundadas en unos vaqueros mojados y arrugados, y los pies, calzados con unas deportivas sin marca. Todo un sueño destrozado de quien quiso buscar una vida mejor, lejos del hambre, de la enfermedad, de la guerra o de la esclavitud. Patricia escribe la carta que el inmigrante africano nunca escribió, y lo hace así:

No lo conseguí, mamá,
Pero no se lo digas a los hermanos,
Ni a papá.
Diles que llegué a ese lugar
del que tanto nos hablaba el abuelo
donde los tanques echan agua
y las balas son de caramelo
que aquí no falta el pan
ni el dinero para pagar.
Que sigan luchando
Por un mundo mejor.
Diles que vivo en Italia
Y que mi barco no se hundió.

 El corazón de Patricia es joven, muy joven, y no entiende, no quiere entender, de cuotas migratorias, de política de fronteras, de equilibrio económico o de estabilidad social, y de tantas otras cosas a las que recurrimos los viejos para cerrar los ojos ante la realidad de un sueño roto.

Muchos jóvenes como ella, y tal vez ella misma, trabajan con entrega generosa para hacer llegar un trozo de pan, una prenda de abrigo o una sonrisa a quienes llegan a nosotros tras haberlo perdido todo y lo hacen en el seno de organizaciones, religiosas o civiles, que canalizan la fuerza de sus ideales. Pero algunos, como Patricia, transforman además su ideal en poesía y, no les quepa duda, es la fuerza de la palabra, de la palabra siempre joven, la que nos traerá un mundo mejor.

Gracias por tu poesía, Patricia.


(*) Hoy, 2 de junio de 2015, a las 7:30 de la mañana, lo han compartido 11.533 personas.
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