martes, 28 de junio de 2011

Hessel y Chesterton

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(Artículo publicado el 28 de junio de 2011 en el diario La opinión de Murcia)









Hace unos meses, concretamente el 21 de febrero pasado, un amigo que milita en el PSOE me pasó una traducción del librito (32 páginas) titulado Indignez vous! escrito por un tal Stéphane Hessel, escritor y diplomático francés y antiguo miembro de la Resistencia. Me lo leí en un periquete y, en otro, lo arrumbé en una especie de trastero digital al que llamo “documentos para un artículo”. El escrito me pareció, qué quieren que les diga, una colección de simplezas. Pensé que se trataba de uno de esos panfletos de vocación incendiaria, escrito éste por un nonagenario nostálgico de la clandestinidad, que brillan con la efímera luminosidad de la bengala que, una vez apagada, hace la oscuridad más intensa. Y me equivoqué como me habría equivocado hace ciento sesenta y tres años con un documento titulado El Manifiesto, escrito por un par de jovenzuelos idealistas y barbudos llamados Carlos Marx y Federico Engels. Aunque Indignez Vous! no es el manifiesto comunista, ni mucho menos, ni Hessel es Marx, ni mucho más, hay quienes quieren ver en esas pocas páginas el comienzo de un movimiento capaz de cambiar el mundo. A la luz de lo ocurrido en España con los indignados, he vuelto a leerlo más despacio y me reafirmo en mi primera impresión: se trata de una colección de simplezas e inexactitudes fácilmente rebatibles, pero también extremadamente contagiosas:



El motivo principal de la Resistencia era la indignación. Nosotros, veteranos de los movimientos de resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia libre, llamamos a las jóvenes generaciones a vivir y transmitir la herencia de la Resistencia y de sus ideales. Nosotros les decimos: ¡tomad el relevo, ¡indignaos! (…) Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es algo precioso. Cuando algo nos indigna, como a mí me indignó el nazismo, nos volvemos militantes, fuertes y comprometidos (…) Cuando intento comprender qué fue lo que causó el fascismo, qué hizo que fuéramos absorbidos por él y por Vichy, me digo que los ricos egoístas tuvieron mucho miedo de la revolución bolchevique y que se dejaron guiar por sus miedos. Pero si, hoy como entonces, una minoría activa se levantara, eso bastaría: tendríamos la levadura que haría crecer la masa (…) …los diez primeros años del siglo XXI han supuesto un periodo de retroceso. Este retroceso, yo lo achaco, en parte, a la presidencia americana de George Bush, al 11 de septiembre y a las consecuencias desastrosas que de él han sacado los Estados Unidos, como la intervención militar en Irak.



Como no podía ser de otra manera, que diría aquél. Pero, ¿qué es lo que ha hecho de este panfleto la llama que ha prendido la mecha de la indignación española? A mi juicio dos cosas. La primera es que hace unos meses alguien muy preocupado encontró en el escrito de Hessel la piedra filosofal que buscaba. Cómo me las maravillaría yo, se decía, para que la rabia reconcentrada de toda la sociedad española, cruelmente castigada por la crisis y por la incompetencia del gobierno, se dirija, no hacia el gobierno, no, sino hacia la oposición que está a punto de ser gobierno. Y entonces apareció Hessel con su Indignez vous!



La segunda es que frente a la descarada hipocresía de los políticos, la falacia de los banqueros y la doble moral de los representantes de los llamados poderes fácticos, incluida la prensa, frente al deslabazado pragmatismo de las clases dirigentes, el escrito de Hessel ofrece un idealismo fácil, ingenuo y contagioso. Un idealismo parecido en cierto modo a aquél del que hablaba Chesterton en Lo que está mal en el mundo y al que me refería en mi artículo anterior, ése que casi nadie entendió, ni yo mismo, porque entre otras cosas seiscientas palabras no dan para mucho en según qué berenjenales te metas:



Ha prosperado en nuestro tiempo la más singular de las suposiciones: aquella según la cual, cuando las cosas van muy mal necesitamos un hombre práctico. Sería más acertado decir que cuando las cosas van muy mal, necesitamos un hombre no práctico (…) Cuando las cosas no funcionan has de tener al pensador, el hombre que posea cierta doctrina sobre por qué no funcionan (…) Si la avería es grave, es mucho más probable que nos veamos obligados a sacar a rastras de una facultad o laboratorio a un viejo profesor despistado con el pelo blanco despeinado para que analice el mal (…) El caos actual se debe a una especie de olvido generalizado de aquello que todos los [políticos] hombres pretendían (…) El conjunto [obtenido] es un extravagante cúmulo de platos recalentados, un pademónium de males menores (…) Es este oportunismo confuso y vago el que se atraviesa en cada revuelta del camino. Si nuestros hombres de Estado fueran visionarios, se podría hacer algo práctico.



La gran diferencia entre un idealismo y otro es que, mientras que el de Chesterton se genera dentro del sistema como reacción democrática frente a los abusos y desviaciones (es el sistema el que convoca al sabio idealista y despistado), el idealismo de Hessel, el de los indignados, ha sido concebido para que una “minoría activa” actúe contra el sistema desde fuera del mismo, en lo que ha sido siempre el comienzo de los totalitarismos, de todos ellos.



Ergo, más Chesterton y menos Hessel.



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martes, 21 de junio de 2011

La santa indignación

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(Artículo publicado el 21 de junio de 2011 eb el diario La Opinión de Murcia)









Un lector amigo, imagínense lo que dirán mis lectores enemigos, me decía que tras leer mi último artículo se había quedado perplejo pues no se esperaba mis dudas acerca de las buenas y pacíficas intenciones de los chicos de Bildu. Le aclaré a mi buen amigo que, después de haber estado muchos años de mi vida mirando los bajos de mi coche ante de abrir la puerta, después de perder algunos conocidos y varios amigos a manos de ETA, después de asistir a una sesión de la Junta Directiva del PP en el País Vasco, en la que todos sus miembros, cuando no ellos mismos, eran hijos, hermanos o parientes de víctimas de ETA, luego de haber esperado en vano un rasgo de humanidad que les hiciera incumplir su promesa de asesinar a Miguel Angel Blanco, tras varias treguas-trampa que sólo sirvieron para que se rearmaran los terroristas, tras muchos minutos de silencio que ya, desde hace años, me niego a secundar, después de tantas condenas inútiles y repulsas inservibles, le aclaré, decía, que no tengo duda alguna acerca de las intenciones de esa gente de Bildu, salvo que no son nada pacíficas sino todo lo contrario. Ya no creo, amigo lector perplejo, que el lobo se transforme en cordero por el simple contacto del vellón con el que se ha disfrazado.




Los indignados-acampados se han ido con la música a otra parte. No se han ido muy lejos, no, pues deben reaparecer de vez en cuando para recordarnos por orden de Fouché que la legitimidad no es de quien gana unas elecciones democráticas –mayoritariamente, el PP-, sino del que más grita. Nos están preparando para la vuelta de Pancartero, sólo que ahora llámale Alfredo. Mientras tanto, a nosotros sólo nos queda la santa indignación. Porque en todo esto de las acampadas, una vez que le quitas unos metros de rastas, varias docenas de pulgas y garrapatas, una buena dosis de jolgorio callejero, una pizca de violencia, un cuartillo de idealismo -sí, algo de eso también hubo-, y muchos kilos de fría y calculada manipulación, lo que realmente queda son toneladas y toneladas de indignación.



Los principales efectos de la crisis -el paro, la pobreza y la desesperanza-, son tanto más agudos cuanto que la crisis no es sólo económica sino social y política, y coincidente, además, con una agudísima quiebra de los valores tradicionales. Pues bien, si todo lo anterior sumió a la sociedad en un estado de tristeza depresiva, la insensibilidad de los agentes financieros -a quienes se identifica como el origen de la crisis económica-, y la torpeza rayana en el descaro cuando no en impúdica frescura de muchos políticos, -a quienes se identifica como el origen de la crisis social-, han generado en esa misma sociedad una indignación muy, pero que muy real. Y ocurre que, una vez levantados los acampamientos, incluso aquellos que creyeron haber encontrado la solución en los indignados-acampados, en sus ingenuos manifiestos y en sus asambleas a la luz de la luna, se han quedado a solas con su indignación, con la auténtica indignación, la del parado, la del desahuciado, la del arruinado, la del empobrecido, la del desesperado. Muchos de ellos han llenado las calles en las manifestaciones del pasado domingo.




Encendidos por la santa indignación los indignados han ladrado a la luna. Yo, por mi parte, me he refugiado en Chesterton, que es casi lo mismo. Tengo uno de sus libros en las manos. Se titula “Lo que está mal en el mundo” y, aunque está escrito antes de su muerte en 1936, como por otra parte suele ser habitual en todos los escritores, sus páginas son de una vigencia deslumbrante. Hablando precisamente de lo que estaba mal en el mundo, en aquel mundo de entonces, Chesterton nos cuenta que la gran dificultad de los problemas públicos era que algunos hombres pretendían imponer remedios que otros hombres contemplarían como la peor de las enfermedades. Mientras que ante la enfermedad pueden ser discutibles los remedios pero no el fin de la sanación, en el discurso social moderno se discute el objetivo mismo de la salud. Por ejemplo, sobre los abusos públicos escribía Chesterton, como si lo hiciera hoy sobre ese objeto de la indignación social, que “son tan visibles y pestilentes que arrastran a toda la gente generosa hacia una especie de unanimidad ficticia”, si bien esa unanimidad no existe cuando se enjuicia cual sea el uso de lo público que debe ser protegido. Por ejemplo, “todos desaprobamos la prostitución, pero no todos aprobamos la pureza”. En algo coincidía Chesterton con los indignados acampados, en que hace falta cierto idealismo para capear la crisis. Mucho idealismo. Pero de eso, hablaré otro día.




Lo que está mal –concluía Chesterton- es que no nos preguntamos qué es lo que está bien”.



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martes, 14 de junio de 2011

Indignatio indignationis

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(Artículo publicado el 14 de junio de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)









No hay indignados que se indignen contra el Gobierno que aún preside Rodríguez Zapatero que, al no dar permiso a la Región de Murcia para nuevos préstamos dentro del marco de endeudamiento autorizado, ha condenado al cierre a muchas empresas murcianas que no podrán cobrar sus créditos.



Tampoco se han indignado los indignados con la indignante actuación de muchos de ellos con ocasión de la constitución de los Ayuntamientos. Mientras no se demuestre lo contrario, y los gritos y abucheos teledirigidos no lo demuestran, la democracia real está en las urnas.



No se han indignado con Bildu, heredera de Herri Batasuna y mascarón de proa de los etarras, faltaría más. Ni con los valientes palmeros de Bildu que insultaron y escupieron a Carlos García, el concejal popular de Elorrio que votó a favor del PNV para que Bildu no obtuviera la alcaldía, cuando recordó en su intervención a Miguel Angel Blanco.



Nadie de los indignados se ha indignado con Odón Elorza, el anterior alcalde de San Sebastián, quien se ha vestido de etiqueta rastafari –pero sin rastas, claro está- para festejar la toma de posesión del nuevo alcalde proetarra de la bella Easo.



Tampoco se indignan los indignados con la indignidad de quienes, con la boca chica como Rubalcaba, con la grande como Patxi López o con la jurídica como Pascual Sala y los vocales progresistas (elegidos por los diputados del PSOE) del Tribunal Constitucional, han facilitado que Bildu, el último maquillaje de ETA, esté gobernando en docenas de ayuntamientos del País Vasco.



Todavía no he escuchado a ningún indignado indignarse por el encarcelamiento que dura ya dos años de la cristiana pakistaní Asia Bibi, condenada a muerte por blasfemia. Ni por el asesinato en enero y marzo pasados del gobernador del Punjab, Salman Taseer, y del ministro de Minorías, el católico Shahbaz Bhatti, por cometer el horrendo crimen de haberse pronunciado en favor de la inocencia de Asia Bibi y por haber pedido cambios en la ley de blasfemias en cuya aplicación había sido condenada a muerte.



Tampoco que yo sepa se ha indignado un solo indignado contra la indigna ley de eutanasia (sí, sí, ya sé que ellos la han bautizado con un nombre políticamente más correcto) que el Gobierno ha remitido a las Cortes Generales para su trámite y aprobación. Me apuesto un euro con cualquiera de ustedes a que más de un indignado se indignará con quienes nos indigna esta ley de la muerte digna.



Ningún indignado se ha indignado con el régimen comunista de Corea del Norte, que mantiene encerrados en campos de concentración (supongo que los llamarán campos de reeducación) a más treinta mil coreanos por el simple hecho de ser cristianos.



Cuánta indignidad.



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martes, 7 de junio de 2011

Claro que Clara

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(Artículo publicado el 7 de junio de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





−Ya sé yo a quien deben poner de candidato los socialistas para ganar las próximas elecciones generales −exclamó Ignatius, incorporándose del sillón en el que llevaba clavado cinco o seis horas, según él, meditando.


−Nada de Rubalcaba que, además de representar el pasado, es la viva imagen del hambre, la escasez y la dieta rigurosa. Ni Mariano, que es la cara de la mesura y la morigeración, con un punto de aburrimiento. España necesita alguien que transmita energía y frescura, mucha frescura, que derroche vitalismo e inventiva, mucha inventiva, que haga de este patio el patio de Monipodio como sólo sabe hacerlo alguien del PSOE, que tenga ganas de comerse el mundo y que, en efecto, se lo coma. España necesita a Godzilla −sentenció Ignatius, enigmático.


Ignatius, mi peliagudo asesor en asuntos de imagen, al que afortunadamente jamás hice caso en esto, estaba transfigurado, tanto que parecía levitar envuelto en su albornoz de rayas verdes y blancas. El belfo tembloroso, la mirada huida, la respiración acelerada y los grandes aspavientos con los que ornamentaba sus asertos, hacían de Ignatius un animal peligroso, así que me alejé unos metros y me protegí detrás de la mesa del comedor.


−Cálmate Ignatius, que se te va a cerrar la válvula pilórica.


−¿Que me calme, dices? −exclamó enfurecido, viniéndose hacia mí−. ¿Cómo podría calmarme yo después de haber sido testigo del nacimiento de un animal político? ¿Cómo podría dejar pasar un sólo minuto sin gritar a los cuatro vientos que la encontré, que por fin tengo la solución a los males de España, qué digo de España, del mundo entero? ¿Pero es que no la has visto, a esa diosa de la Venganza y de la Justicia Distributiva y Disyuntiva, a esa nueva Titania en busca de un Oberón que la sosiegue y le ofrezca el amor que se merece? España y yo hemos cosechado, por fin, lo que habíamos plantado.


−Ignatius, aclárame de una vez a quién puñetas te refieres −le dije escabulléndome hacia el pasillo.


−Una mujer así, capaz de hacer frente ella sola a la poderosa Alemania comandada por la exuberante Angela Merkel, cuyo apellido tiene sonoridades metálicas, es lo que España necesita. Jamás se vio desde Palomares tamaña exhibición de fuerza y grandeza. Nunca el mundo de la imagen resultó tan conmovido desde aquella excelsa fotografía de Manuel Fraga enfundado en su Meyba gigantesco, zambulléndose en las aguas de Almería. ¡Qué suerte la de esa tierra hermana y vecina, la de haber contemplado a dos gigantes de la expresión política. Como sin duda habrás sospechado −aclaró finalmente Ignatius−, me refiero a la Consejera de Agricultura del gobierno socialista de Andalucía, a la contundente Clara Aguilera, que ha demostrado al mundo lo que es comerse un pepino español. En esa imagen que, además de dar la vuelta al mundo, no para de darme vueltas en la cabeza, la dulce Clara se despacha en dos o tres bocados un pepino del tamaño de la bomba que cayó en Palomares. Cualquier mujer puede comerse un pepinillo de esos de por ahí fuera, francés o búlgaro, qué sé yo, pero un pepino español, un auténtico pepino de Almería, que deja en mantillas a todas las demás cucurbitáceas de su especie, incluida la de Archidona, un pepino como ése solo se lo come una española como ésa. Y es que la española, como decía la vieja canción, cuando se come un pepino, se lo come de verdad, o séase sin pelar. Lo dicho, que elegir como candidato del PSOE a Rubalcaba es un craso error, amén de un obsceno atentado contra las Reglas del Buen Gusto, la Decencia y la Prosodia. España necesita una candidata que se despache a los del PP, pepinillos al fin y a la postre, como quien se despacha un pepino. Y nadie como Clara, esa devoradora, para ese menester. Fíjate que hasta el enérgico Pepiño Blanco (que no es sino una variedad de pepino en gallego) se mantiene alejado por si las moscas. Habrá que hacer un plan.


Y diciendo esto, exhausto, se desplomó de nuevo en su sillón dispuesto a pergeñar su plan con otras cuatro cinco horas de buena meditación. Menos mal.


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miércoles, 1 de junio de 2011

Frases de ida y vuelta

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(Artículo publicado el 31 de mayo de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)








El domingo por la noche, hurgando en la edición digital de este mismo periódico leí un titular que, sin duda, hizo llorar de alegría a cuantos lo leyeron. Pero, fíjense qué cosas, se trataba del mismo titular que hace unos años los hizo llorar de pena. El titular de entonces y de anteayer era el siguiente: “El Murcia vuelve a Segunda”. Esta duplicidad de la frase me ha dado una idea. Si tienen un minuto, podemos jugar al bonito juego de las frases de ida y vuelta, en donde la misma proposición despierta amores y desamores según el tiempo y la circunstancia. Por ejemplo, hace tres años, toda la familia socialista se alegraba sin duda con un titular que hoy les quita el resuello: “Definitivamente Zapatero se queda en La Moncloa”, mientras que la familia pepera ve hoy la vida de color naran-ja-ja con la misma frase que hace tres años les puso al borde del suicidio colectivo y casi, casi, a punto de cometer un magnicidio: “Rajoy roza La Moncloa”.



Ahora que para frase digna de ser recordada (todo Napoleón tiene su Fouché) la que dijo este fin de semana a sus incondicionales centuriones y centurionas nuestro particular Duque de Otranto, tras ser apuntalado con el dedo como candidato único de unas primarias fantasmales: “No vamos a por derrotas dignas”, proclamó Rubalcaba. Como en el chiste de aquellos vascos que salieron al monte a coger setas y uno de ellos se encontró un reloj Rolex de oro. “Oye Patxi,” le dijo el otro, “¿a qué estamos? ¿a Rolex o a setas?”. No, no estamos a derrotas dignas, dijo Rubalcaba, la Voz de la Experiencia. Tiemblen.



Por cierto, hablando de frases de ida y vuelta, ¿Dónde están los del “No a la guerra” ahora que estamos metidos de verdad en una guerra, la de Libia, con cuatro cazas F-18, cuatro aviones auxiliares más, otro de vigilancia marítima y una fragata con más de cien hombres? ¿Han participado nuestros cazas en los bombardeos de Trípoli que han causado cientos de víctimas civiles? El “No a la Guerra” que les sonaba hace siete años a música celestial, se ha transformado en un “No a aquella guerra, pero sí a ésta” que les suena hoy a cuerno quemado. ¿Será por eso que Carma, la Ministra de la Guerra, le ha dejado el paso franco a Ruby?





Y luego están los acampados. Ahora están indignados, no contra el sistema en general, no, ni contra el gobierno del PSOE en particular, nunca, sino contra el sistema que los quiere desalojar de la piojera en que se han convertido las plazas donde han instalado sus tenderetes. Mientras, los comerciantes que al principio, por si las moscas, les regalaban unos refrescos e, incluso, una paella, qué bonita coliflor, hoy están que trinan porque no venden una escoba. Algunos medios de comunicación se sienten aún encantados de haberlos conocido, entre otras cosas, porque no les han instalado las lonas en medio de su redacción, con garrapata incluida. Algún avezado reportero hablaba no sé qué de un soplo de aire fresco, pero eso sí, retransmitía su crónica bien situado a barlovento. Las fotos de simpáticas viejecitas que-aún-creen-en-ZP y las imágenes de probos funcionarios y jubilados que-a-pesar-de-todo votan-al-PSOE-para-frenar-a-la-derechona de los comienzos de las acampadas han dejado paso a la colección de verano de rastas del estilista Rubalcaba.



Entretanto los auténticos indignados siguen indignados auténticamente: los cinco millones de parados, los funcionarios de sueldo recortado, los pensionistas de pensión congelada, los taxistas asaltados y sin asaltar, los autónomos en solitario, las amas de casa de monedero vacío, los estudiantes sin futuro, los fumadores sin fronteras, los viandantes sin tienda de campaña, los conductores al ralentí, los religiosos en el foso de los leones, los que se creyeron lo de las misiones de paz, los que se creyeron lo de las primarias, el marido de Carmen Chacón, la propia Carmen Chacón, y un largo, larguísimo etcétera. Como diría aquél, no conozco más que a dos indignados: los churubitos y los huertanos.



Ni uno más.

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